Evocación del músico Aniceto Vera Ibarrola en el veinteavo de su fallecimiento


RAÍCES Y CREADORES (x)




por Jorge Báez Roa

Aparece mencionado en el libro titulado ”Ruego y camino”, recientemente publicado, junto a otros importantes músicos, poetas y escritores.

Fue el primer violín de la Orquesta Ortiz Guerrero y consumado profesor. Y también amigo de tertulias. Su conversación era sumamente amena e instructiva.

Uno de sus temas preferidos era J.A.Flores, con quien había compartido ideales artísticos. Aseguraba que éste observaba en el indígena los valores de un pueblo que no podía morir.

Hay libros que nos hacen conocer hombres y épocas de un pueblo, acaso de las más fecundas en creaciones y calidades espirituales, por cuanto nos instalan de un modo vivo en esa fluencia de historicidad con su latencia del pasado en el presente y la proyección de éste al porvenir. Y esto porque el espíritu –como nos lo recuerda Francisco Romero- se preucupa desde su presente por el futuro y por el pasado. Por el futuro, para imponerle su medida efectiva; por el pasado, para  reconocerse en él. Uno de tales libros es el que ha publicado recientemente Agustín Barboza y que tiene como título: Ruego y camino.

En sus páginas aparecen  evocados músicos, poetas, escritores. En uno de sus capítulos nos habla Barboza de la Orquesta Ortiz Guerrero (1) al tiempo que cita a sus principales integrantes. Fue así como me detuve en el nombre y el recuerdo de Aniceto Vera Ibarrola, quien fue primer violín de la citada agrupación orquestal, a estar por lo que nos cuenta Barboza.

A Vera Ibarrola lo recuerdo desde aquellos primeros días cuando el Conservatorio Municipal de Música abría sus puertas a la niñez, bajo la dirección del Prof. Juan Carlos Moreno González. Era el año 1965. Allí pude apreciar su labor de maestro.Y pude ver, sobre todo, su entusiasmo en esa tarea siempre ardua de iniciar al niño en el estudio del violín. En este respecto, su paciencia era proverbial, al tiempo que cifraba su empeño en fijar conceptos claros y precisos sobre aspectos de la técnica del instrumento como también en el modo de estudiar las lecciones.

Vera no podía hacerse a la idea del profesor que cumple una tarea de mero compromiso, atado a la rutina. Cuando se hallaba ante un alumno que evidenciaba cualidades para el instrumento, le dedicada mucho más tiempo del que le imponían sus obligaciones de profesor. El horario no existía para este profesor, que vivía convencido de que la vida es breve para realizar a conciencia una labor artística.

Y cuando llegaba el día de clausura del año escolar, con el tradicional concierto de alumnos, era sus discípulos quienes sobresalían.

Así lo vimos año tras año realizar con pujanza, con entusiasmo ejemplar, su obra de maestro.

Y este formidable obrero del espíritu era también amigo de tertulias y su conversación era amena e instructiva. Solía visitarme y, durante horas, departíamos sobre temas diversos, aunque sus preferidos eran los relacionados con la música. Cuando lo escuchaba hablar de épocas y hombres de nuestro arte, no podía sustraerme a la impresión de estar ante un archivo viviente de la cultura musical del Paraguay. Cuántas veces hube de tomar, luego, notas de aquellas conversaciones. Recordaba con emocionado afecto a su primer profesor de violín: Vicente Macarone. Y luego a quien años más tarde sería su maestro: Fernando Centurión de Zayas. Violinista premiado en el Conservatorio de Bélgica y que vio truncado sus sueños de arte en un ambiente con poco o ningún estímulo para vivir dignamente de la música, al menos como instrumentista.

Otro de los temas preferidos de Vera era el maestro Flores. Juntos había compartido horas de arte y de ideales artísticos desde sus años juveniles. Cuántas anécdotas escuché contar a Vera acerca del hombre y del músico en cuyas obras se decantan los zumos de nuestra tierra.

Flores veía en el indio, en la pureza de su vida limpia y mansa, los valores de un pueblo que no podía morir. De hecho, sobrevivía en su lengua y en su canto en un tiempo que ya no era el suyo.

Flores había aprendido a ejecutar el trombón en la Banda de Músicos de la Polícia de la Capital. De joven sintió un irresistible interés por la música paraguaya, a la que encontraba desprovista de un nombre genético que la identificara con los valores de nuestro pueblo y su historia; una música que se librara del molde tradicional de la polca y la galopa.

Un día Flores visitó las tolderías de los Maká y tomó interminables apuntes de sus ritmos y sus danzas. Mucho de cuanto le sugirieron esos ritmos los utilizó en sus creaciones. Así nacieron sus primeras guaranias: ”Jejuí”, ”Arribeño resay”, ”India”, ”Ca´aty”. Rigoberto Fontao Meza fue el poeta que escribió los versos para aquellas obras primeras de Flores. Vendría luego aquella amistad con el poeta guaireño Ortiz Guerrero, de cuya influencia fue decisiva en la creación de páginas inmortales de nuestro músico.

Me llevaría páginas escribir todo cuanto escuché decir a Vera en aquellas, para mí, inolvidables tertulias.

A este peregrinaje de recuerdos me ha llevado la lectura del libro de Barboza. No sería, sin embargo, completo este recordatorio del maestro Vera Ibarrola si sólo pusiera de resalto su condición de eximio violinista. A su arte de intérprete unió sus dotes de compositor. Los paisajes y la historia de nuestro pueblo le inspiraron bellas páginas musicales que le aseguran un sitio destacado entre los creadores de nuestro país. Baste recordar sus guaranias: ”Villarrica” y ”Ofrenda”, entre otras.

En el año 1977, y como consecuencia de un accidente automovilístico, fallecía el maestro Vera Ibarrola en nuestra ciudad capital. Desde entonces, poco o nada, se lo ha recordado. Y, sin embargo, cuántos instrumentistas que hoy integran el plantel de nuestra Orquesta Sinfónica fueron sus alumnos. No quiero creer que lo hayan olvidado. Ocurre muchas veces que nos falta la decisión de dar ese pequeño, aunque decisivo, paso que se llama: !Homenaje de gratitud! Decidámonos, ahora cuando se aproxima el vigésimo aniversario de su fallecimiento. Será un acto de justicia que mucho nos honrará a todos.

(x) Del diario ÚLTIMA HORA (El Correo Semanal), 28 de setiembre de 1996 (Asunción, Paraguay).

(1) Escuche en Real Audio (Página Principal) a esta famosa orquesta dirigida por el Maestro José Asunción Flores.

(xx) Vuelva a la Página Principal (Real Audio) y escuche Villarrica en la magnífica interpretación del Grupo Generación

 

 

Memoria viva


Guarania sobre las cenizas del amor

Ofrenda (x)

El violinista y compositor luqueño Aniceto Vera Ibarrola
-a quien mucho tiempo se lo tuvo como guaireño-
escribió en Buenos Aires una obra que habla de las tristezas de su corazón


Por: Mario Rubén Álvarez
(Poeta)
alva@uhora.com.py


Hay realidades que no se discuten. Que están allí. Son aceptadas sin sospechas. Viven años enteros sin que nadie las cuestione. Son como sagradas, intocables. Someterlas al filoso bisturí de la duda es algo que no se concibe.

Este es el caso del violinista y compositor Aniceto Vera Ibarrola. Él, para casi todos los que aman y conocen la música paraguaya, siempre fue gua´i. Villarriqueño sin discusión. Autor de la renombrada música de la guarania Villarrica, con letra de Gumersindo Ayala Aquino, y de la humilde Reinita de Yvaroty –Yvaroty, un barrio de la capital del Guairá- también en coautoría con el mismo poeta, se lo tenía como oriundo de la tierra de Manuel Ortiz Guerrero. A ello hay que sumar el homenaje que le rindiera el Centro Guaireño de Asunción en Villarrica y se completa aún más el cuadro tenido como insospechable durante mucho tiempo.

La verdad, sin embargo, dormía en otra parte: Aniceto Vera Ibarrola nació en Luque el 17 de abril de 1909 y murió tras ser atropellado por un vehículo frente a la parroquia Domingo Savio, en el kilómetro 9 de la ruta II, el 9 de octubre de 1977. Aquel trágico día tomó su violín para cumplir un compromiso con la cantante lírica Kikina Zarza y nunca llegó a destino.

La Agremiación de Poetas y de otras artes, de Luque, decidió colocar la historia en su lugar. Por eso –certificado de nacimiento en mano- convirtieron en polvo lo que se tuvo como cierto: Aniceto Vera Ibarrola es luqueño de pura cepa.

José Magno Soler, cantor e investigador de autores y composiciones, compañero de Vera Ibarrola en el conjunto que tenían con César Medina y luego en el conjunto Perurima, de Mauricio Cardozo Ocampo, dice que su caso es raro. ”Estuvimos tanto tiempo juntos y nunca le escuché que recordara a Luque. Después de tantos años, no me cabe, sin embargo, la menor duda de que es de la ”Ciudad de la Música”, acota.

Aniceto vino al mundo en Luque, donde vivió su infancia. Su padre fue Pedro Vera, joyero luqueño. Casi adolescente, se trasladó a la Capital, bajando luego por el río Paraguay rumbo a Buenos Aires, donde adquirió más conocimientos acerca de su instrumento: el violín. Los datos acerca de su vida fueron recabados por Soler y algunos integrantes de la agremiación ya citada.

En la capital argentina, antes de cumplir los 20 años, en 1927, creó la letra y la música de la guarania Ofrenda. De manera inequívoca alude a un amor de juventud. ¿La dejó en el Paraguay? ¿Es un romance bonaerense? “Lo más probable es que le haya escrito a una novia que dejó en el Paraguay”, conjetura José Magno Soler.

“Hemos encontrado tres versiones diferentes. La única documentada, sin embargo, es la partitura que editó en Buenos Aires Fermata. Hay que concluir, entonces, que es la que salió con el control y anuencia del autor”, comenta el mago Nizugan (Juan Bautista Castillo Benza), miembro de la Agremiación.

Las variaciones, con respecto a lo que puede tenerse como original, no son significativas. En vez de: En sus ojos bellos un cielo vedado brilló, en una de las versiones está: En mi tierra bella un cielo vedado brilló. La versión modificada pone: Por eso te traigo esta ofrenda de mi corazón en sustitución de: Por eso yo canto esta ofrenda de mi corazón. Las alteraciones en ninguno de los dos casos, no cambian de manera decisiva el sentido del texto.

Unos años después de esta composición, Vera Ibarrola regresó al Paraguay para combatir en el Chaco. En el frente era compañero de José Asunción Flores. Cuando Facundo Recalde le pidió al mayor Lorenzo Medina para que el creador de la guarania fuera retirado de las trincheras, Flores les dijo que únicamente cumpliría el pedido si le acompañaba Aniceto Vera Ibarrola. Los dos volvieron a Asunción.

En 1936, por esos guiños del azar, Vera Ibarrola participaba de una fiesta en Luque. Al terminar un cigarrillo, distraído, lanzó su colilla hacia atrás. Al oír una voz de mujer desesperada que pedía auxilio, giró sobre sus talones y encontró que el tabaco, aún humeante, que había tirado cayó en el escote del vestido de una mujer. Aniceto corrió a enmendar su error y a pedir mil disculpas a la dama. Pronto ésta pasó de la sorpresa y el susto a la calma. Ni el músico ni Isabel Araújo –quien luego sería su esposa- imaginaron que ese episodio estaba encendiendo la llama del amor entre ellos.-

 

Ofrenda

Conducido en alas de mi fantasía
y una esperanza en el corazón
acerqueme al arte y la poesía
implorando un verso y una canción.

De mis labios fluye un místico canto
que a un amor sublime quiero entonar,
un canto formado de angustia y quebranto,
quejido sutil de dulce anhelar.

En sus ojos bellos un cielo vedado brilló,
oscuros enigmas, extrañas promesas de amor,
desde aquel instante la paz huyó
de mi alma bohemia, sumida en acerbo dolor.

Cantar las sangrantes heridas del alma es vivir,
penumbra y tristeza es la vida sin una ilusión,
un eterno amor llevo en mi sentir,
por eso yo canto esta ofrenda de mi corazón.

Letra y Música:
Aniceto Vera Ibarrola

(x) Del diario ÚLTIMA HORA (El Correo Semanal), 14-15 de diciembre de 2002 (Asunción, Paraguay).