¡A SACUDIRSE!

Claves para la construcción de una nueva República, de Benjamín Fernández Bogado (x)
Benjamín Fernández (der)

Los parientes más cercanos de este libro son El dolor paraguayo, de Rafael Barret (1876-1910), e Infortunios del Paraguay, de Teodosio González (1871-1932). ¡A sacudirse! está escrito con la misma preocupación por la suerte del país y con la misma urgencia de alcanzarnos una tabla de salvación. Al igual que Barret y González, Fernández Bogado remueve nuestras miserias para que las veamos sin antifaz. Introduce el bisturí en las entrañas del país en procura de aliviarlo de sus muchos males, algunos de los cuales vienen repitiéndose de antiguo.

Los problemas de la educación y de la cultura aparecen como el eje principal de ¡A sacudirse!. Es la misma inquietud de los dos clásicos autores nombrados. En “Instrucción primaria”, escribe Barret a principios del siglo pasado: “¿Para qué convertir a los niños en malos fonógrafos, para qué profanar su tierna inteligencia?

Basta excitar su curiosidad libre, mantener la elasticidad de su ingenio nativo, tan fácilmente asfixiado bajo las idiotas lecciones de texto; basta conservar el juego de su salud mental. De lo contrario, se le embrutece mediante su propia memoria, se le castra el entendimiento por el terror, se le encarcela y se le tortura, se hace odiar el arte y la ciencia por toda la vida, se le enemista definitivamente con los libros y con la naturaleza.

Cuando ha concluido sus funestos estudios, es difícil salvarle”. (El dolor paraguayo, primer tomo de las obras completas. RP ediciones, Asunción, 1988, pág. 80).

Teodosio González: “Derivada de la pereza física, tira el pueblo paraguayo la pereza mental; la falta de iniciativa para emprender algo constructivo y la falta de tenacidad y perseverancia en lo que ha emprendido le dominan. A veces surgen en él entusiasmos momentáneos pero enseguida desmayan y se apagan (...) En todas las esferas de la población en el Paraguay, aun en las más elevadas, se nota la falta de seriedad, de formalidad y de consecuencia en los actos, que más las necesitan.

Es que, para el pueblo del Paraguay, la seriedad y la formalidad no consisten como en otras partes, en la corrección, exactitud y puntualidad en el cumplimiento de los deberes oficiales, comerciales o sociales...” (Infortunios del Paraguay, Edit. El Lector, Asunción, 1997, pág. 368)

Benjamín Fernández: “Paraguay no puede darse el lujo de despreciar capacidades. No puede ser que invoquemos que nuestros jóvenes se preparen para enfrentar esta sociedad del conocimiento, pero, después, no sepamos qué hacer con ellos, porque, sencillamente, no sabemos ni para qué educamos, no concluimos jamás un debate sobre el país que queremos. Por eso también la sociedad no sabe qué puede ser y se refugia en lo más primitivo y burdo de sus expresiones políticas, o echan mano a la historia como el náufrago que busca afanosamente un pedazo de madera que lo salve de la tempestad que lo arrojó a las aguas embravecidas. La falta de un futuro que entusiasme, la ausencia de un debate colectivo en torno al país que queremos desde los actores políticos establecidos, la ausencia de una conversación en los medios sobre las cuestiones que trascienden lo anecdótico, banal o superficial y, sobre todo, la notable ausencia de un entusiasmo contagiante que nos permite sabernos parte de un proyecto país, le han sacado vitalidad a la democracia paraguaya”. (¡A sacudirse!, Editora Libre, Asunción, 2006, pág. 156).

Un siglo de distancia

Hay un siglo de distancia entre las expresiones de Barret y las de Fernández Bogado, pasando por las de Teodosio González que publicó su libro en Buenos Aires en 1931. Sin embargo en los diagnósticos de cada uno de ellos hay una coincidencia inquietante. Es más, una realidad trágica: el Paraguay marcha en círculo.

Benjamín Fernández es un pensador de vasta cultura. Su sólida formación le permite dictar clases en algunas de las más afamadas universidades de Estados Unidos, Francia, Inglaterra y Latinoamérica. Sabe que un intelectual debe poner nervioso al conformismo reinante y a la rutina que nos envuelve. Por eso nos invita, nos conmina a sacudirnos de “la mediocridad, la chapucería y la incompetencia (que) hicieron que la corrupción (acaso el símbolo distintivo de las dictaduras) surgiera como una única opción, aun en democracia, de hacer las cosas en el país. El estado de corrupción general, incluso aquellos que la persiguen terminan contaminados por esa inercia maldita que sume al Paraguay en una de sus peores crisis como República”.

Benjamín apoya sus afirmaciones en datos serios y precisos. Justamente por ello se expresa con dureza, sin dudas ni rodeos. “Más de un 20% de la población pobre en el país –nos recuerda- no podría cambiar su condición actual ni con un movimiento sostenido de la economía. Esto se debe a que el nivel de pauperización ha tocado tal fondo que las condiciones en que se encuentran vuelven imposible que esos números alteren su condición de pobreza. Son los que sobreviven con menos de un dólar diario” El contenido del libro está en relación inversa con la cantidad de páginas, 177. Cada capítulo, cada párrafo, es un pensamiento denso que ilumina, que desafía, que conmueve. No puede uno pasar de una página a otra sin detenerse a reflexionar, asentir, dolerse profunda y solidariamente con el autor que parece haber escrito en la desesperación de percibir la agonía del país. Pero no quiere asistir a su entierro, no quiere que muera. Al contrario, procura fortalecerlo, hacerlo andar de nuevo sano y vigoroso.

Benjamín señala, sin piedad, los errores de nuestra sociedad. Pero piadosamente, con inteligencia, con lucidez, indica el camino que ha de sacarnos de la postración. Leemos en un párrafo: “Se cuenta que al primer presidente chileno de la transición post-Pinochet, Patricio Aylwin, no le faltaron quienes le solicitaron que cambiara la Constitución y fuera reelecto. Aylwin cortó en seco cualquier intento cuando dijo: ´Mi palabra es mi contrato´. No había vueltas en ese asunto, él se había comprometido ante su pueblo ser el presidente por un período, no cabían interpretaciones de supuestas voluntades populares amañadas para decir que, por deseo interpósito de algunos, él renunciaba al confort de la vida privada y se presentaba de nuevo para un cargo que la Constitución expresamente lo tenía prohibido.

Debemos hacer que el funcionario público valga en función directa de la palabra que empeña, de lo que dice y se compromete con el pueblo que lo votó. Lo público tiene que ser también la promesa electoral, la idea que se sostiene y sobre la cual se llega al poder.

Eso tiene que ser parte de un discurso público donde no quepan las dobles interpretaciones y, menos aún, los códigos ocultos”.

Benjamín escribió con pasión y frialdad; con fuego y hielo. Pero en sus argumentos no hay contradicciones. El verbo encendido para expresar una cifra es también para exponer la realidad, no de un momento, no circunstancial; viene de muy lejos sin posibilidades, por lo menos inmediatas, de que se transforme en fuerza bienhechora. Y así seguiremos, salvo que estemos dispuestos a aceptar el desafío de sacudirnos


Alcibiades González Delvalle


(x) Del diario ABC COLOR (Suplemento Cultural); Asunción, Paraguay, Domingo 21 de Enero de 2007(1)

E-Mail del Dr. B. Fernàndez Bogado (rlibre@highway.com.py)