GUAY DEL PARAGUAY (x)


  por: NILA LÓPEZ

Abogado,escritor, periodista, Helio Vera ganó el concurso de ensayos
"V Centenario del Descubrimiento de América", organizado por el
Instituto Iberoamericano de Cultura y la Embajada de España. Lo hizo
con un tema insólito:" Teoría y práctica de la Paraguayología", sobre el
cual conversamos con él.









HELIO VERA, en el momento de la entrevista (1988).

Tarea difícil la nuestra, de intentar aquí resumir el producto de muchos años de observación analítica, irónica, aguda, inteligente la que ha realizado Helio Vera, antes que todo, un gran admirador del paraguayo.

-Se puede hablar de paraguayología ?

-Es lo que trato de hacer dentro del género del ensayo. Este género se encuentra más ubicado en el campo de la literatura que en el de la ciencia. Es decir, se puede hablar de paraguayología bajo el signo del "vaí vaí", que es la manera en que el paraguayo hace la mayor parte de las cosas.

-Existe acaso un paraguayo típico, una paraguayo mediocre que hace las cosas a medias ? O no estás generalizando ?

-Existe un paraguayo medio, que no es lo mismo que un paraguayo mediocre. Lo que hago es seleccionar algunos rasgos más generales y eliminar otros para proponer lo que Max Weber calificaría como "el tipo ideal", y creo que por diversas razones históricas y culturales ese tipo ideal se acerca a lo que es la mayoría de los paraguayos.

-Cuáles serían los rasgos identificatorios más notables ?

-Uno de ellos es el fuerte sentido de entidad nacional, fortalecido por la barrera lengüística y por el aislamiento geográfico y cultural que tuvieron los paraguayos durante siglos.

-No te estás refiriendo a nacionalismo ?

-No. El nacionalismo es una ideología. La identidad nacional es un hecho cultural. Esta última comenzó a modelarse en el siglo XVI, mientras que la ideología nacionalista es un producto del siglo XX. Y, por cierto, con importantes aportes de teóricos foráneos.

-Cuál es la barrera lingüistica que señalás ?

-El paraguayo habla y piensa en guaraní. Su código lingüistico es guaraní aunque se exprese en el más castizo castellano.

-Traduce al castellano cuando habla ?

-Creo que sí.

-Todos ?

-Por lo menos la mayoría.

-Estás insinuando que es casi una forma de ser ? Qué el ser guaraní parlantes trasciende el fenómeno exclusivamente lingüístico ?

-Creo qu este es un tema para lingüistas y no para ensayistas, pero el idioma es siempre una parte sustancial del universo cultural de una colectividad. No puede abstraerse del resto de los elementos de la cultura.

-Entremos en el terreno práctico. Cómo es un paraguayo ?

-Es un hombre que cree que su vida está prefijada desde que nace hasta que muere. "La muerte co ya debé voínte" (la muerte la debemos desde el primer momento).

-Cree en el destino, fatalistamente, como los griegos ?

-Exactamente. Todo ya está previsto. "La irriko ra ya i riko pama; la mboriahura ya i mboriajhu pama". Y otro más: "Na ñamanoi ko la víspera pe"(nadie muere en la víspera).

-Pensás que somos muy supersticiosos ?

-Tenemos una visión mágica de la vida y de las cosas. Los líderes son como los antiguos chamanes, los antiguos brujos. Hasta se les pide que hagan imposición de manos.

-Tienen mucho poder, entonces.

-Claro, hasta tienen la virtud de convertir en oro lo que tocan. Magia pura.

-A la pucha, somos seres muy privilegiados.

-Nosotros no, los brujos. Nosotros somos paraguayos de segunda categoría. Pero tenemos la sabiduría y la visión del águila para saber quiénes son los que tienen el "payé".

-Quién decide la distribucción de este encantamiento ?

-El destino . Los inescrutables designios de la providencia, como decían los teólogos.

-No te parece que nos ve como demasiado inocentes ?

-Al contrario. El paraguayo tiene a la astucia en el más alto de los conceptos. Son los astutos los que saben llegar; ya sea mediante hábiles maquinaciones o el diestro uso de la motosierra.

-La serruchada ?

-Claro. El serrucho es un instrumento arcaico. Lo empleaba Martínez de Irala, quien según Laconich, es el introductor del "pokaré" a nuestras prácticas sociales. Nos hemos modernizados. Por eso usamos ahora motosierra.

-También aludiste a ese deporte de moda, la aplicación de la ley del "ñembotavy".

-Está de moda desde el siglo XVI. Es un mecanismo de defensa mediante el cual el paraguayo evita comprometerse. Como diría Oscar Ferreiro, el "ñembotavy" es una táctica que permite ganar tiempo para comprender lo que ocurre antes de arriesgar una posición.

-Y el oparei alcanforcha ?

-O también"oparei o vacapiru ñorairõicha" (terminar de balde como pelea de vacas flacas). Es la forma en que se resuelven la mayoría de los conflictos. Como no se toman decisiones para resolverlos se dejan las cosas como están, metiéndoles en la congeladora. Así se resuelven solas, por agotamiento.

-Según Dios disponga o el jefe de turno ?

-Y un poco las dos cosas, pero esto se aplica a todos los campos de la vida social, desde el deporte hasta la empresa privada.

-No es muy negativa tu visión del paraguayo ?

-Al contrario. Es un elogio del paraguayo. Rechazo la tesis de que sea cretino como creyeron quienes lo conocieron mal. Es inteligente, hábil y astuto. Dosifica sus energías para usarlas sólo cuando es para su beneficio.

-Pero lo ves demasiado oportunista.

-Yo diría que es un maestro de la supervivencia. Acosado por todos los lados debe saber muy bien cómo moverse.Por eso la cultura popular está llena de aforismos y advertencias que exaltan la prudencia, el equilibro y la astucia.

-Por ejemplo ?

-Con respecto al equilibrio: "Mbytetepe poncho yuruicha" (en el mismo centro como la boca de un poncho). O: "Anike re pyru yaguarete ruguaire" (no pises la cola del tigre). Y para todas las cosas está el omnipresente "chake", que es una especie de advertencia a peligros no individualizados, pero que están flotando permanentemente.

-De todo lo que dijiste hallo algunas contradicciones: el paraguayo sería cómodo y cínico al mismo tiempo. Equilibrio ? Ante la más leve riña se toma a cuchilladas con su adversario de turno

-No hay contradicción.Las riñas, en su casi totalidad, son provocadas por la caña. Y la caña, como lo explicó un químico, contiene una sustancia que obnubila completamente al individuo. Es decir, esto es la excepción, porque "kaú hape guare ndoikei" (no vale lo que ocurrió en estado de embriaguez). El paraguayo en estado de sobriedad no se liará a cuchilladas con nadie. Pero irá a esperarlo a su enemigo con un maúser detrás de un matorral para darle el definitivo "guasú api" (tiro al venado), o sea matar a distancia, sin riegos inútiles. Me parece eso muy inteligente.

-Violento, vengativo, al mismo tiempo resignado..No me cae bien esta imagen.

-Es la imagen de una colectividad que aprecia el equilibrio y que detesta las pasiones y los desbordes innecesarios. Por eso no suele haber una reacción inmediata al agravio. Se espera el momento oportuno. "Anga nte jajotopane tape po´í pe" (alguna vez nos encontraremos en el sendero angosto). Con esto se dice que el ajuste de cuentas vendrá en el momento más propicio para el agraviado, no para el agresor.

-Vos admirás estos rasgos de conducta que estás señalando ?

-Me parecen los propios de un pueblo que sabe lo que quiere.

-Pero si es conformista y no le gustan los cambios?

-Yo no creo que sea conformista. Creo que no es temerario. Y que no incurrirá en ningún acto irracional para adelantar cambios que supone vendrán por sí mismos. En su momento exacto. El paraguayo espera simplemente su momento.

-Su idea del tiempo es dependiente de las circunstancias?

-Lo que ocurrirá ya está prefijado. Las cosas que ocurrieron, volverán a ocurrir. En el fondo, hay una concepción cíclica del tiempo.

-Esto viene como herencia de los indígenas ?

-Probablemente. Ramiro Domínguez dice que se subestima el papel de lo indígena en la cultura paraguaya. Y explica que debería atenderse más a esa presencia, que sabe disimularse bastante bien, para poder supervivir.

-Y qué hay del dicho de que el paraguayo es el más valiente y temerario en una guerra ?

-Lo de las guerras es otra cosa. Yo me refiero solamente cómo se comporta dentro de su propia colectividad. O sea, entre los paraguayos.

-Pero de todos modos pensás que el paraguayo es muy valiente?

-En las guerras internacionales, la historia da constancia de actos estupendos de temeridad. Es decir, actos de arrojo que se realizan desafiando las más peligrosas situaciones.

-Calladitos y flor de vivos somos..

-Somos muy vivos. Y eso me alegra más que si hubiésemos sido un pueblo de opas. Claro que el "ñembotavy" y el "yvytuismo" (dejarse llevar por el viento que sopla) pueden inducir el craso error de creer tonto al paraguayo. Su suprema viveza es su capacidad de simulación.

-Existe el concepto generalizado de que el paraguayo es haragán.

-Tiene la sabiduría de trabajar en proporción a lo que se le paga. Pero si vas a otros países, verás que el paraguayo es preferido porque no se arredra ante ningún trabajo, por duro que sea. Lo que pasa que aquí se piensa que se debe trabajar como Tarzán por un par de chauchas.

-Somos ingüeroviables, increíbles como nos definió Kostia ?

-El que nos crea así como nos mostramos caerá en la trampa. Alguien dijo que el japonés tiene tres almas. El paraguayo tiene una docena, que emplea según le convenga.

-Y vos, paraguayito, cómo sos ?

-Yo soy un producto de una colectividad. Con la suficiente dosis de traidor para revelar estos rasgos que deberían permanecer en el secreto. Porque son nuestro mejor mecanismo para supervivir sin que nos molesten demasiado.

(x)Entrevista publicado en el matutino HOY (hoy desaparecido) el 23 de Octubre de 1988. El ensayo que se menciona forma parte del libro: EN BUSCA DEL HUESO PERDIDO (Tratado de la Paraguayología), que va por 9a. Edición. Helio Vera ha escrito otros libros.

El libro se puede comprar en las sgtes. direcciones (entre otras):
1. Librería "El Lector", Plaza Uruguaya; Asunción, Paraguay. Telfs. 491-966 y 662 863. Fax (59521) 610 639
2. Librería "Expolibro", Plaza Uruguaya; Asunción, Paraguay. Telf/Fax: (59521) 442-855


 

Los ñe´ënga que forman nuestra identidad  

 

EL PARAGUAYO:

Tranquilo, machista y religioso (x)


 
 
                                                                                                                               por: Héctor Lezcano Ramírez
 

Caracterizar fríamente al hombre paraguayo resulta obviamente imposible, dado que en la conformación de los rasgos socioculturales con los cuales se rigen convergen diferentes formas de concepción de la vida y actitudes. Empero, por las  expresiones más comunes con los cuales justifican sus actos, y proyectos, conocidos como “ñe´enga” se puede trazar una aproximación a su perfil. Las costumbres, tradiciones y creencias que sustentan sus vivencias, en algunos casos, van desapareciendo para dar paso a otras formas  de conductas nacidas del contacto con otras culturas. De acuerdo a sus expresiones, tenemos que el hombre paraguayo tiene  rasgos tranquilos, a veces demasiados, con inclinaciones machistas y un enorme sentido religioso con los que  a menudo explican sus acciones. En esta publicación acercamos distintos vocablos, extraídos del rico anecdotario folclórico para presentar al hombre paraguayo en sus tres facetas: tranquilo, machista y religioso.
 

Al hablar  de normas, actitudes y leyes que regulan el comportamiento nuestro, no nos remitiremos a sus raíces etimológicas, porque sería  cosa de no acabar. Solo trazaremos algunos rasgos cotidianos extraídos de la constatación quizás muy empírica, pero que por lo reiterativos se vuelven líneas de conductas. Obvia es la no pretensión de presentar un trabajo depurado, académico, sino solamente dar una panorámica de hechos y actos que van formando el código del comportamiento, o al menos el perfil, del hombre paraguayo en su cultura.

No se dispone  de datos estadísticos al respecto, empero estas normas las extraemos de la experiencia personal, otras  de la vivencia social. Algunas tienen vigencia total o parcial, otras  han perdido su valor en nuestros días; algunas actitudes son antiguas, cuyos orígenes se remontan a la religión guaraní en su fusión con la presencia de la fe cristiana, otras sin embargo sólo tienen rasgos netamente socioculturales introducidos en el transcurrir del tiempo, mediante modas que cobran fuerza rápidamente como los festejos de 15 años, presentaciones en sociedad, celebraciones de bodas, etc.

Caracterizando al hombre paraguayo partimos de las tipologías ideales, aquí dentro de la religiosidad podemos encontrar personas que por su forma de relacionarse con Dios y los demás se constituyen en “modelos”, que podemos calificarlos como los “ideales”. En el caso del varón son los “karai ijohéi pyré”, hombre probos, que ostentan valores de conductas ejemplares para los demás.  A las señoritas que llevan una vida tranquila, y reposada se las tienen como “iseñorá”, de comportamientos maduros, equilibrados como una señora.

El hombre tranquilo

Ahora bien, nuestro paraguayo se caracteriza también  por su innata tranquilidad, por la falta de prisa, actitud que se refleja en expresiones que entraron hondo en el temperamento popular, tales como: “ Tranquilidánte ningo reiporu vaerã

Incluso hay algunas nacidas en la picardía, explicando situaciones a veces no tan halagüeñas, o justificando esa misma actitud, cuando se dice: “Ndaipori apuro, he´i kure mboguataha”. Llegan a veces a circunstancias tales como que el apurarse puede ser perjudicial, incluso fatal, porque “oyapurávante oyahogáva”; y  aquella frase de que: “Oyapuravaekue, opytapáma Boquerónpe”.
La falta de visión de su propia responsabilidad para construir su vida y su futuro se encuentra en expresiones como: “Mboriahurã, mboriahupáma” o “opotivaerã, opotipáma” ha “santorã, santopáma”, etc. También predomina el sentido fatalista ante las circunstancias. Al personaje típico en cuestión le parece que todo ya está predeterminado, y solo ocurre  porque así debe ser, ya está todo en la ley natural. Así se dirá: “ipo´ihápente osóva la piola”, “Mboriahu akárente ho´áva rayo”, “oyere vaívapente oyere vaipa” ha “hakuahápente hakuapa”. Hallándose en esta incierta situación, reflexionará sobre sí diciendo: “ Arekopaite chendive: Che vare´a, che raï rasy ha che sogüe”.

El destino para mucha gente es inevitable, al que se debe acatar. No se puede hacer otra cosa sino conformarse, porque el destino es inevitable, por más que uno se esfuerce. "Lo que es el destino, he´i ñandu guasu, che pepo ha ndavevéi”. Otras veces el destino puede deparar a uno algo insólito, inesperado, no merecido, entonces, opina:”Lo  que es el destino, he´i  kururu oveverõ aviónpe”.

“Mboriahu clamor avave nohendui”

Las  expresiones que hablan del pobre, su marginación y aceptación pasiva de la realidad son muchas; variadas y pintorescas: “ Mboriahu clamor ha campana yvyra avave nohendui”; “Mboriahu bonanza ha teju mymba, hasy reyuhu haguã”; “Mboriahu ha takuru kuarahypegua voínte”, y aquella que dice: “Mboriahu ha vejiga, gólpepe mante okapukuaáva”.

Y los hechos siguen siendo explicados con frases que sostienen que, “algo es algo, he´i  iponcho sabanáva”, o “algo es algo he´i  aipo júpe orremavaekue”. Tampoco el “pila” tiene sentido del ahorro y la previsión. Es así que solemos escuchar dichos como “Economía ko he´ise, yaupa yarekomía”. Si alcanza mucho, disfruta de una sola vez, diciendo “Dios nos guarde he´i  mboriahu ocarnearõ”.  Una fiesta familiar del pobre es todo un acontecimiento: “Mboriahu carneada ha rico manó herakuã mombyrýva”, dice el refranero popular.

El paraguayo  no quiere comprometerse, quiere andar en el medio: “Mbytetépe poncho yurúicha”, pero una vez iniciada la acción requiere de coraje y dinamismo para el seguimiento porque “por el camino se hace buei he´i ndaye aipo itoro ra´y oyokuavaekue carrétare”.

Relación con los demás

En la generalidad de los casos el paraguayoité se muestra renuente para el compromiso con la amistad o la yunta, o el matrimonio, porque “namomboséi che libertad”. Piensa que es peor un matrimonio disuelto, que una vida en común sin este requisito, entonces dice: “Ivaive ñamenda ha upéi yayueyá”. Si el varón tiene hijos extramaritales, “upéva kuimba´e rembiapónte voi”. Incluso puede tener otra mujer “ijeképe”, porque según piensa “yareko kuaaro yareko mokoï”. Si no es casado por la iglesia tiene aún mayores espacios de libertad, porque de la mujer dice sólo es “che servihá”.

Entre los hijos se le asigna rol inferior a la hija mujer. La nena que nace será servidora de sus hermanos mayores, inclusive el padre dirá “ya oima aunque sea oyaoyohéi vaerã”. La mujer se ocupará de las cosas elementales de la casa, porque “kuña ha mbaraka ogapypeguánte voi”, y otras tantas. Al varón, se le permite todas clases de facilidades, tiene que salir, y relacionarse con los demás, de lo contrario se convertirá en “lorito óga” ha “osapukái gallo ndahaéi ryguasu”.

Lenguaje religioso diario

En el lenguaje cotidiano se utilizan  muchas expresiones que reflejan el hondo contenido de lo religioso en sus actitudes. Las actividades empiezan con “Ñandeyára ha Tupãsy rérape”. “Jesús che Dios”, “Si Dios quiere y la Virgen”, “Dios le perdone” cuando habla de los desaparecidos. Si  cuenta una desgracia ajena se dice: “Dios nos guarde”, o de lo contrario “aicheyáranga”.

En el contexto de relacionamiento con los demás van apareciendo frases que designan la amistad o el compañerismo, como “Che ra´ã”; “mi cuate”; “che duki”; “che kíli”. En este ámbito todas las personas deben saludarse así cuando se encuentran, sean conocidas o no, cuando  son vecinos el conocimiento es mayor aún. No extender la mano al conocido es señal de desafío, porque el ofendido interpreta con una lacónica frase que hiere, diciendo algo así como “che póre piko oí..”.

Un capítulo aparte merecen las reverencias a los mayores, objetos sacros, monumentos, lugares, y los signos externos de su devoción como el luto, santiguarse, etc.

Tales conductas abordaremos en otro material antes de que esto sea  muy largo, y alguien nos diga: “Ipukuma hína he´i aipo riel oheréi vaekué”, o aquel que sostiene que “ipuku vove ikarëse”.
 

Del diario HOY (Suplemento Dominical), l5 de Octubre de l989 (Asunción, Paraguay).

Del libro Yo anduve por aquí (x).- En este capítulo trata sobre las costumbres del Paraguay de ante; y no tanto…-

   TRES

                                                                                                              por: Mario Halley Mora

Y también la gente, y entre la gente, los arquetitpos humanos surgidos de una escala de valores primitiva, y por primitiva, pura. Especialmente en los años infantes de Ajos, donde todo era sobrevalorado, el coraje, la cobardía, el honor. El hombre, paradigma vivo de lo macho, debía ser hombre  sin debilidades, y si las tuviera, perdía consideración y estima. La mujer era mujer sin altanerías, y si incurría en ellas no tardaba en entrar a funcionar la ”guacha” o el rebenque. La hermosura lo era más si iba ornada de mansedumbre y obediencia y la virilidad se acentuaba en la medida del vigor y de la audacia para demostrarla. Las madres y las abuelas gozaban del respeto hasta el punto de que el hijo varón juntaba las manos y les pedía la bendición; los padres y los abuelos campeaban por la veneración con cierto sesgo de saludable temor. Un buen jefe de familia no era precisamente el padre tierno, sino el severo, el que dictaba la ley y la hacía respetar al mismo tiempo.

Sobresalía sobre este paisaje humano el caudillo, que era en sí mismo y por sí mismo un padre superlativo. Como los caciques del ancestro guaraní, el caudillo era el producto de su propia fortaleza, de su hombría y de su coraje probado en lides extremas. Su casa era el centro de la irradiación de la autoridad, y su autoridad era válida en la medida de su justicia y de su generosidad. Nunca el caudillo campesino de aquellos tiempos fue arbitrario en el sentido que se le da ahora a la palabra. Era acaso bárbaro en el castigo y de extrema crueldad en la revancha, pero también magnánimo en el perdón y solidario en la desgracia. En su entorno, los favoritos trataban de ser la réplica en tono menor del jefe, y los réprobos, mejor se buscaran otros horizontes. No había ley ni estatuto ni código que regulara el ejercicio de su autoridad. La ley y el estatuto eran él mismo. El código nacía de su talante y era distinto en cada detalle, pero siempre igual en el ejercicio de su mando.

Llegaba a su categoría por el imperio de su voluntad, su arrojo, y sus  condiciones viriles unidos a su astucia y a su ”arandú”, virtud que no tenía certificación académica, sino era la mezcla de la  inteligencia, la penetración en el juzgamiento de los hombres, el conocimiento del alma humana, la prudencia y la picardía, y como suma de todo, el ”arandú”, cuya traducción más aproximada al castellano es la sabiduría, visceral, infalible, arraigada en una cultura de siglos.

”Guapo” no era el hombre esbelto y carilindo, sino el hombre rudo de poncho y puñal, capaz de domar el caballo más arisco, derribar a hachazos el árbol más robusto, ”hombrear” (cargar al hombro) la bolsa más pesada, obligar a los músicos a tocar su polka preferida o solucionar a tiros un problema, lo mismo de polleras que de negocios o de honor. Y por supuesto, guapo admirado era el hombre, semental andariego y furtivo, de mucha descendencia con una diversidad de madres. De la misma manera, ”guapa” no era la mujer de airoso porte, sino laboriosa y servicial, aunque fuera gorda y patizamba, de cántaro a la cabeza, de dar de comer a las gallinas, ordeñar la vaca o desviscerar el chancho con extrema eficiencia, y experta en el fuego del horno; la que  encendía el brasero a carbón en la madrugada y durante el dia se empeñaba en hacer la vida familiar más placentera, el mate espumoso y en su punto para su hombre, las comidas a hora, la camisa almidonada y las sábanas de blancura impecable.

En proporción  directa a la alta autoestima del varón, la tabla de ofensas era nutrida y la de los halagos reducida, porque la cortesía era comprendida y aceptada, pero la adulación convocaba desprecio. Era imperdonable rehusarse a compartir el vaso de caña, sacar a bailar a una doncella sin el permiso paterno, o en última instancia, materno. Se tenía como agravio mirar con lascivia a las mujeres de la familia, fueran esposas e hijas, y agravio era también pisar los pies del prójimo, si descalzo, en mayor grado, y sin tomar en cuenta que fuera accidental o deliberado. Sacarse el sombrero ante el hombre mayor, en edad o autoridad, era una prenda de cortesía y de respeto, y no sacárselo una ofensa. No era saludable entrar a casa ajena si el jefe de familia estuviera ausente, en cuyo caso había de marcharse enseguida. Símbolo de superlativa hombría eran el caballo y el revólver. Burlarse del caballo atraía consecuencias que tantas fueron trágicas. Desarmar a un hombre casi equivalía a castrarlo, tanto por la humillación personal como por el antiguo signficado fálico del arma. Solía contarse de hombres levantiscos que ”la autoridad” pretendía desarmar y que prefirieron morir antes que someterse a semejante vejámen.

En esa cultura primitiva, la muerte no era un culto en sí mismo, sino un accidente más de la vida que hasta producía un talante desafiante: ”Ña manonte arã voí nico”. ”De todos modos tenemos que morir” era la filosofía del hombre llamado a enfrentar los desafíos. Coraje o fatalismo, semejante forma de encarar el último trance, era acaso la razón del legendario heroísmo del hombre paraguayo en las dos terribles guerras que su país tuvo que soportar. Pequeño país destruido y resurrecto por desnudos, había dicho alguna vez Pablo Neruda.

Si bien a la muerte más bien se lo desafiaba antes que rendir culto, sí se lo rendía a los muertos. En los velorios, las lloronas taladraban la noche con interminable lamentaciones, y no faltaba el amigo del difunto de palabra fácil y de oratoria sonante y nada llorosa, que dedicaba ”loas” al que se marchaba de este mundo, resaltando sus virtudes y alabando su reciedumbre en su paso por la vida. Último vestigio de esta costumbre de ”loar” al muerto, encontramos en la letra de una canción guerrera de Emiliano R. Fernández, que llorando la muerte, la primera en las vísperas de la guerra del Chaco, del Teniente Rojas Silva, dice cuando él a su vez marcha a la guerra: ”a loá jhaguã ayujhuro Rojas Silva Curuzú”. ”Para loar si la encuentro, a la cruz de Rojas Silva”. Eso, porque por mucho tiempo, la tumba del soldado no era hallada.

En los velorios de los niños que morían – los angelitos- no faltaban la música del arpa y la guitarra, los tragos y las  chanzas de los hombres, mientras las mujeres que rezaban y lloraban rescataban también para sí mismas algo de la alegría masculina, porque el niño que moría era el ángel que nacía, y si la angustia afligía en la tierra había que compartir el júbilo del cielo.

 Creo recordar, que en el velorio de los adultos también había música, como testimonia un episodio muy particular que quedó grabado en mi memoria. Mi padre, fuerte comerciante, solía organizar caravanas de carretas repletas de mercancías y con fuerte escolta armada y se internaba en las selvas del Caaguazú, rumbo a la localidad de Yhú, punto de suministro de los obrajes de la zona, y otra avanzada de la  civilización, como Ajos, antes de la espesura. Nunca supe qué ocurrencia le motivó para llevarme en uno de esos viajes alucinantes por huellas apenas esbozadas en la selva, soportando el asedio de los mosquitos, del mbarigüi y de las  feroces avispas rojas, el letal ”cava pytä”. Caía la noche y la gente empezaba a acampar. El silencio y el descanso de las fatigas se unían para dar lugar a los tenebrosos ruidos de la selva nocturna, porque el silencio del monte nunca es total sino con un cargazón de rumores que producen pavores hondos. Siempre hay algo que trepa entre las ramas, que susurra, amenaza, aúlla o se queja en las altas copas, repta sinuosa en los matorrales, esconde su andadura en el rumor del viento o se desliza furtivo en los matorrales bajos. La floresta es un rumor vivo, acechante, vitalidad que los miedos ancestrales adivinan perversa, porque convoca la amenaza de la garra o del colmillo, y sugiere la presencia de fantasmas malévolos chupadores de almas. Ese silencio flagelado de rumores y sonidos pesaba sobre la gente cansada cuando de pronto, llegó a mis oídos el sonido de una canción acompañada por las cuerdas de un arpa y guitarras. Más que canción, aquello parecía un largo, untuoso y dolido lamento surgido de un dolor abismal, y la música misma en medio de la verde inmensidad como una intrusión extraña en el concierto forestal de aquella noche. Pregunté a Sebastián, el correoso y callado capataz de la carretada y responsable personal de mi seguridad, qué era aquella música. Sucedía que en la vecindad, había un puesto forestal, y en él, un rancho solitario donde velaban a un obrajero aplastado por un alzaprima. A la canción, Sebastián denominaba ”Polka Lasánima” (contracción de Polka para las Ánimas) que se cantaba solamente en noches de difuntos. Hoy día, suelo recordar aquella ordalía nocturna y la canción que tal vez Ortiz Guerrero, que andaba en su juventud por esos rumbos buscando la huella de la india bella mezcla de diosa y pantera, habría escuchado para concebir la guarania que le sugiriera más tarde a José Asunción Flores. Sin embargo, aún en los más agudos estudiosos de las costumbres paraguayas, nunca encontré referencia alguna a la Polka Lasámina, pero que la oí, lo juro con la mano sobre el corazón.

(x) Del libro ”YO ANDUVE POR AQUÍ”,  de Mario Halley Mora. Editorial EL LECTOR (1999). Este libro se puede adquirir en la Librería EL LECTOR, 25 de Mayo y Antequera (Plaza Uruguaya); Tlf.00-595-21- 498 384; Fax:00-595-21- 490 950  (Asunción, Paraguay).

Este libro forma parte de LA GRAN ENCICLOPEDIA DE LA CULTURA PARAGUAYA, de dicha Editorial.

ACOTACIÓN DE FA-RE-MI: El dramaturgo y escritor, Mario Halley Mora, murió a los 76 años de edad, el 28 de enero de 2003, en Asunción, Paraguay. Para más información, haga click sobre lo subrayado.