SOBRE EL IDIOMA GUARANÍ

EL IDIOMA DE LOS GUARANÍES (x)

por: J. NATALICIO GONZÁLEZ 

 

El idioma de los guaraníes, aglutinante y en gran parte de origen onomatopéyico, es de precisión matemática sin carecer de vuelo poético. Se trata de un instrumento de expresión que obliga al pensamiento a presentarse en riguroso orden lógico. La característica de su genio es la síntesis y la claridad; no admite las divagaciones indecisas y brumosas. Cada palabra es una matáfora concentrada; una densa fusión de vocablos sincopados y apocopados. El indio cultivó con grande esmero su lengua amada y la hizo singularmente rica, flexible, llena de dulzura para traducir la emoción amorosa, cáustica para la sátira, precisa y transparente en la argumentación. Es explicable esta afición al buen decir. La oratoria era uno de los recursos de que se valía el guerrero para conquistar la jefatura del ejército en las asambleas que precedían toda acción bélica Los ancianos, a su vez, transmitían de generación en generación las grandes tradiciones de la raza y esta función de cronista oral cumplían usando todos los recursos del idioma. Crearon igualmente picantes fábulas morales, de un sentido irónico profundo y de un contenido humano muy grande, en las que actúan y hablan animales, plantas, hombres, piedras, y cuanto la naturaleza ofrece de animado o inanimado. El conocimiento profundo que tuvo el guaraní de las cualidades de las plantas y de las costumbres de los animales contribuyó considerablemente a hacer de ellas pequeñas joyas literarias.La fantasía aparece en las fábulas como la proyección de la realidad en el mundo del ensueño.

La aparición de las primeras creaciones literarias en la Cultura guaranítica completa el proceso de la idealización de los valores. La tribu no sólo produce los enseres del hogar, los implementos para su industria, las armas de la caza y de la guerra, sino que objetiva su genio en la incipiente obra de arte, abriendo nuevos horizontes al destino de la raza. La expresión artística es rudimentaria, pero representa un papel social de primer orden. La crónica de las tradiciones, junto con la música y la danza, adquiere cada vez mayor importancia como factor en el constitución del cuerpo político de las naciones guaraníes. A través de estas artes se aclara la conciencia de la unidad racial. Esta afirmación puede ser verificada hasta en las tribus que, ya en plena decadencia, se conservan en algunas regiones del continente. Durante la guerra del Chaco, cuando las tropas paraguayas llegaron al Parapití, los guaraníes que moran en sus márgenes las recibieron con alegría, como a hermanos en la raza. Decían que una vieja tradición les había enseñado que del oriente, de las márgenes de un gran río, arribarían alguna vez gentes de sus misma estirpe para liberarlos de la explotación de las razas enemigas. Y consideraban cumplido el vaticinio de los ancianos.

La música y la danza de los guaraníes no pasan de ser manifestaciones rudimentarias de un arte que estaba en su infancia. Fué notoria la singular afición filarmónica de estos indios. Entre los princiaples instrumentos musicales de que se sirvieron pueden citarse el mimby chué, especie de flauta muy parecida a la quena peruana; el congoera, flauta más grande hecha de hueso; el uatapú, bocina a la cual atribuían los indios la virtud de atraer a los peces; el mimby tarará, gruesa bocina de guerra; el turú, trompeta de tacuara. Entre los instrumentos de percusión, los más populares eran el curugú, de grandes dimensiones y de son horrible y lúgubre; y el mbaracá, especie de guitarra rústica hecha de grandes calabazas, y al que las tribus atribuyeron un sentido religioso. En la danza guaranítica puede encontrarse los gérmenes de un arte dramático que no tuvo tiempo de desenvolverse. Servía para evocar ante las multitudes, escenas guerreras, los hechos de armas que honran a la tribu Había también danzas de carácter semi religioso. Ambos géneros tenían algo de ballet, pero con un contenido social considerablemente mayor.

En esta etapa del proceso de su cultura, es natural que se haya presentado al indio, aunque en forma más instintiva que racional, el problema de la concepción del mundo. El idioma es una guía eficaz y seguro para acercarnos a su interpretación abstracta del universo. El cielo, en la mente guaraní, estaba constituído de una materia quebradiza que se raja en las tormentas y produce el rayo (ara tirí), despidiendo un gran fulgor, el relámpago (ara verá), y haciendo resonar los truenos (ara sunú), como un sordo tambor guerrero. Las nubes son sarnas (ara aí o araí) que empañan el cristal etéreo, y el viento (ibytú) que las arrastra y las deshace,es el cósmico aliento de la tierra. El sol, fuente de la luz (cuarajhy), es una gran fogata celeste que gira en torno a la tierra, provocando la sucesión del día y de la noche; y la luna, madre de la raza (yacy), pasa al propio tiempo por la genitora de las estrellas y por eso es más grande que ellas. En la poética dicción del indio, los astros del cielo son fuegos de la luna (yacy tatá), chispas desprendidas de esta hoguera mayor que recorre como una pálida antorcha los caminos del cielo nocturno, y Venus, la de los ojos llameantes (tesá yayá), es nominada yacy tatá guazú, que literalmente traducida dice fuego grande de la luna. La vía lactea (mboreví rapé) marca la huella de un tapir celeste, y las estrellas errantes son fuegos voladores de la luna (yacy tatá vevé). El indio conocía gran número de constelaciones; y la posición de las mismas o la época de florescencia de ciertos árboles característicos, les servían de base para determinar los meses del año.

El indio no daba nombre a los días ni dividió el tiempo en semanas. Pero tenía palabras para designar el día que estaba transcurriendo, como para nombrar a los cuatro inmediatamente pasados y a los cuatro venideros. El año (aragüy yé) tenía dos estaciones: el verano (cuarajhy ara o tiempo de sol) y el invierno (ro-y ara o tiempo de frío). El mes (yacy), sinónimo del satélite terrestre, comprende el ciclo lunar y cada uno de ellos era distinguido con nombres de poética belleza, algunos de extracción silvana. Ara puajhú,tiempo nuevo, correspondía más o menos al abril de nuestro calendario, y tayig poty o flor de lapacho, a agosto.

Estas nociones rudimentarias del mundo, que contienen más belleza que verdad, no eran sin embargo tan absurdas y pueden sostener un parangón victorioso con las creencias populares que en la materia imperaban en la Europa del siglo XV.

Su importancia reside en el hecho de aportarnos este testimonio invalorable: el pensamiento del indio apuntaba ya a los misterios del universo, tímidamente, pero con cierta lógica. Sabía ya coordinar los hechos suministrados por la experiencia y deducir consecuencias abstractas del conjunto de ellos. Una grávida y esperanzada promesa se cierne sobre su incógnito destino. Es este un momento apasionante en la vida de una raza.

(x) Del libro "Proceso y Formación de la Cultura Paraguaya (1948); reeditado -Edición Homenaje- por Editorial Cuadernos Republicanos (Asunción, Paraguay), en 1988 (5ta.edición). Director: Dr. Leandro Prieto Yegros