El Yvymarae´ÿ, la Tierra sin Mal (x)

Los Tupi-Guaraní vivían soñando el Yvymarae´ÿ, la prodigiosa Tierra sin Mal donde el maíz crece solo y los hombres son inmortales. Por eso, ellos formaban parte de un pueblo en permanente éxodo. Los Karai, chamanes con suficiente poder para hacerse invisibles, resucitar a los muertos y devolver la juventud a las mujeres, eran los que mantenían viva la llama de la esperanza de llegar un día al mítico edén.

por: Mario Rúben Álvarez

(Periodista)

alva@uhora.com.py

Para los Guaraní, la búsqueda del Yvymarae´ÿ –oYvymarane´y ,según mnciona Antonio Ruiz de Montoya en su Tesoro de la Lengua Guaraní, de 1639, aunque él no entrevé su significado más profundo, ya sólo dice que es un “suelo intacto, que no ha sido edificado”-  traducido como la Tierra sin Mal por los antropólogos, es algo fundamental.

Pero, ¿qué es esa fabulosa y mítica Tierra sin Mal que aparece constantemente en la vida de los primtivos habitantes de buena parte de nuestro país, el Brasil, Venezuela y algo de la Argentina, el Uruguay e incluso Bolivia? Es un “lugar privilegiado, indestructible, donde la tierra produce por sí misma sus frutos y donde no hay muerte” asegura  Heléne Clastres en La Tierra sin Mal, el profetismo tupí-guaraní, a poco de iniciar su exploración en un territorio fascinante.

El pa´i Bartomeu Melià, en El Guaraní: Experiencia religiosa, sostiene que ”la búsqueda de la ”Tierra sin Mal”, estructura marcadamente” el pensamiento y las vivencias de los indígenas, siendo “la síntesis histórica y práctica de una economía vivida proféticamente y de una economía realista, de pies en el suelo”. Agrega y precisa que el Guaraní “es un pueblo en éxodo, aunque no desenraizado, ya que la tierra que busca es la que le sirve de base ecológica”.

La tierra es fundamental en la vida de los Guaraní. El territorio que en un momento dado habitan es el denominado tekoha, donde ellos despliegan su “modo de ser”, que es el teko. Es un todo: “Un monte preservado y poco perturbado, reservado para la caza, la pesca y la recolección de miel y frutas silvestres; hay además manchas de tierra especialmente fértiles para en ellas hacer las rozas y los cultivos”, asevera Melià.

No hay que olvidar tampoco que la tierra tiene un fundamento religioso para los Guaraní. “Para los Mbyá la tierra  se engendra en la base del bastón ritual del verdadero Padre Ñamandú. Y en el centro de esa tierra que se está formando, se yergue una palmera verde-azul; otras palmeras se levantan, marcando, a manera de puntos cardinales, la morada de los seres divinos y el lugar donde se origina el espacio-tiempo primitivo”, según Melià, quien añade que ”para los Paï Tavyterã, Nuestro Abuelo Grande fundó la tierra sobre la base de los palos atravesados en forma de cruz, y a partir de ese centro la fue ensanchando y la fue llevando hasta sus últimos límites”. Por más hermoso que el lugar sea, éste siempre tiene sus limitaciones. Alguna vez el yporü, diluvio, destruyó cuanto había sobre la tierra. El tigre azul, jagua rovy, está siempre al acecho, con ganas de probar el sabor de la carne de los hombres. El Mba´emeguã, la tierra con sus males, está siempre entre ellos. Por eso, el ideal es el sitio de la perfección, el Yvymarae´ÿ, que va a borrar definitivamente los rostros de cuanto sea limitación.

Hombres-dioses

Según Clastres, en la obra ya citada, hay dos maneras de acceder a ese paraíso encantado: luego de morir y en vida misma. Jean de Léry, discípulo de Calvino, quien llegó a la costa del Atlántico en 1555 con el afán de practicar libremente el ”culto reformado”, toma de lo que observa apuntes muy interesantes. Èl, refiréndose a ese lugar de ensueños, manifiesta que tras la muerte hay una recompensa para aquellos que en vida juntaron méritos suficientes para acceder al premio. “Sostienen firmemente que después de la muerte de los cuerpos, las almas de aquellos que han vivido virtuosamente, es decir que según ellos se han vengado bien y comieron a sus enemigos, se van detrás de las altas montañas donde danzan en bellos jardines, en compañia de sus abuelos”. Claude d´Abbeville e Y. d´Evreux, de acuerdo a Heléne Clastres, coinciden en esta afirmación.

Era, sin embargo, posible llegar a la Tierra sin Mal en cuerpo y alma, sin haber bebido el trago de la muerte en el camino. “Morada de los antepasados, sin duda, la Tierra sin Mal era igualmente un lugar donde “sin pasar por la prueba de la muerte” se podía ir en cuerpo y alma”, dice Clastres. Ella agrega que esa concepción  es revolucionaria porque revela que los hombres aspiraban a ser inmortales como los dioses, observando que los venidos de lejos –los conquistadores- no se percataron de este rasgo distintivo de la cultura de los Guaraní.

Ahora bien, ¿dónde, en qué lugar situaban ellos a ese edén donde no se necesita labrar la tierra para que ella produzca y el cuerpo se vuelve inmortal? No hay plena coincidencia entre los diversos grupos étnicos. Algunos lo ponen en el Este, cruzando el mar; otros en el centro de la tierra. También lo suponen ”más allá de las montañas”, hacia al Oeste. Ello podría significar ”detrás de los Andes”. La indicación de e´Evreux podría tener algún asidero en los Chiriguanos, que habrían realizado un viaje a la Tierra sin Mal, llegando hasta las estribaciones andinas solamente, debido a la resistencia que encontraron por parte de los moradores de esa zona. Hasta allí pudieron avanzar en su peregrinación.

El Karai, Chamán Mayor

La búsqueda de la Tierra sin Mal estaba inserta en la vida cotidiana de los Guaraní. Así como la palabra, formaba parte del propio ser del indígena. Era un afán individual, pero sobre todo colectivo. El Karai, algo así como el Chamán Mayor, el líder religioso de mayor rango y prestigio, era su promotor principal, sin embargo.

Para entender mejor el papel del Karai entre los Guaraní, conviene explicar brevemente lo relacionado al chamanismo. Nimuendajú, que vivió con los Apopokúva ya a principios de este siglo, observa que hay grados o jerarquías, dados por el nivel de conocimientos específicos.

“Los indios se repartían en cuatro categorías en función de sus dones chamánicos, La primera, negativa, agrupa a aquellos que no poseen ningún canto, es decir que no tienen, o que no recibieron aún, el don de la inspiración. A esta categoría pertenecen la mayoría de los adolescentes y algunos pocos adultos decididamente refractarios al comercio con los espíritus. Estos no podrán jamás dirigir las danzas. La segunda categoría reúne a todos aquellos que, hombres y mujeres, poseen uno o varios cantos –prueba de que tienen un espíritu auxiliar- sin estar, no obstante, dotados de un poder susceptible de ser utilizado con fines colectivos. Algunos de ellos (los que se acercan a la tercera categoría) pueden dirigir ciertas danzas. La mayoría de los adultos forman parte de este grupo. La tercera categoría es la de los chamanes propiamente dichos, los paje, capaces de curar, predecir, descubrir el nombre de los recién nacidos, etc. Hombres y mujeres llegan a formar parte de este categoría y tienen derecho al título de “Ñanderú” o “Ñandesy”. Sólo los hombres pueden acceder a la cuarta categoría, de la de los grandes chamanes, cuyo prestigio supera ampliamente los límites de la comunidad…Sólo ellos pueden conducir la gran danza del Nimongarai, la fiesta más importante de los Apopokúva”, expresa la Clastres. Estos últimos eran los llamados Karai.

Ruiz de Montoya menciona que “Karai era el título otorgado a los grandes chamanes y el nombre que les fue dado a los españoles”. Él propone propone esta etimología: kara, habilidad, destreza; e i, perseverancia. A falta de otra interpretación, es posible aceptar con reservas el probable origen del término.

En la práctica, el Karai era un muy especial. Su influencia espiritual superaba los límites de una comunidad. En tiempos de guerra, incluso era el único que podía circular por el territorio del enemigo, sin ir a parar al asador. Llevaba una vida errante. Era recibido en cada lugar con todos los honores, y, en un momento dado, con suma elocuencia, dirigía la palabra a los que le daban un sitio aislado para permanecer entre ellos unos días. Se le atribuían poderes extraordinarios como resucitar a los muertos, hacerse invisible, acelerar el crecimiento del maíz y las plantas en general y devolver la juventud a las mujeres arrugadas por el peso de los años. Eran los Karai profetas y “hombres-dioses”, como decía Métraux.

El Karai, al amanecer, habla de la Tierra sin Mal. Mantiene viva la esperanza de que es posible llegar a ella. Y conoce las reglas para acceder a su territorio. Son recomendaciones que apuntan a lo ético, sin insistir en el camino físico que los llevaría a la meta final, aunque ocasionalmente abordaba también el tema.

Las migraciones

Como los Guaraní tenían noción de la ubicación de la Tierra sin Mal, diversos grupos, en distintos momentos de su historia, antes y después de la llegada de los conquistadores, organizaron migraciones hacia allá. “A partir del siglo XIX, varias tribus del sur de Mato-Grosso se pusieron a la búsqueda de la Tierra sin Mal. En esta época varios profetas se habían puesto a recorrer los pueblos, anunciando la destrucción inminente de la tierra y proclamando que el único medio para escapar del  cataclismo era dirigirse hacia la Tierra sin Mal”, recuerda Heléne Clastres.

No hay que dejar de considerar que la búqueda de la Tierra sin Mal tuvo un nuevo contenido cuando llegaron los “extraños” con sus espadas y cruces. Muchos de los Guaraní vieron que su libertad se convertía en esclavitud, de la noche a la mañana. Entonces, la Tierra sin Mal pasó a significar también un territorio donde recuperarían su teko, sin misioneros y sin encomenderos.

(x) Del diario ÚLTIMA HORA (El Correo Semanal), 4 de febrero de 1995 (Asunción, Paraguay).