El autor de "Arte y Vocabulario de la Lengua Guaraní" fue un verdadero revolucionario que organizó el primer corpus guaraní sistematizado

 

 

ANTONIO RUIZ DE MONTOYA,
Personaje Multifacético
(x)

por: Nila López

 

Continuas vicisitudes marcan a fuego la estatura íntima del sensible y crítico autor, en una historia que lo impulsa a oponerse con toda su fuerza al abuso de los indios. Montoya logró contextualizar social y culturalmente las palabras del guaraní, reflejando la cosmovisión de los que hablaban y se comunicaban en esta lengua. Una reciente edición facsimilar de la obra ha sido puesta en circulación recientemente con apoyo de Ediciones de Cultura Hispánica, de la Agencia Española de Cooperación, y la UNESCO.

 

 

El indomable Antonio Ruiz de Montoya

El autor de la obra, Antonio Ruiz de Montoya, fue un personaje extraordinario, multifacético, que nació en Lima, Perú, el 13 de junio de 1585 y falleció el 11 de abril de 1652. Su destino lo unió para siempre al Paraguay. Fue hijo de don Cristóbal Ruiz de Montoya, caballero sevillano venido de España en busca de fortuna, y de la dama criolla Ana de Vargas, con quien su padre no formalizó la unión.El niño creció primero muy amparado por sus progenitores, pero Ana lo dejó huérfano cuando apenas tenía cinco años.

Tres años después también murió don Cristobal, y Antonio fue criado por sus tutores y matriculado en el Real Colegio de San Martín, dirigido por jesuitas. Poco a poco, la devoción a la Virgen y el gusto por la soledad y la cercanía de Dios, en su muy temprana juventud, fueron reemplazados por un estilo de vida más afín a la disipación y a la lujuria. Es notable la forma en que se adueñaron de él con igual fuerza la tendencia al misticismo reflexivo, el instinto aventurero y el coraje.

Los relatos biográficos indican que la conversión del joven, cuyos vicios se le habían convertido en una segunda naturaleza, se desarrolló paulatinamente, mediatizada por avisos celestiales y otros acontecimientos de carácter sobrenatural. "Su corazón parecía indomable", pero él quería retomar la vida ordenada de estudio y trabajo, en la Escuela de San Ignacio, donde su verdadera sensibilidad se empleara en acciones benéficas para el prójimo. Hubo momentos de indecisión, reincidencias nefastas…Los jesuitas perdonaban sus fechorías. Pareciera que con estos altibajos Antonio se preparara para iniciar la gran epopeya que lo uniría entrañablemente con los orígenes de la Provincia Jesuítica del Paraguay, las Reducciones y la documentación de la lengua guaraní en su conquista por la escritura.

En 1606, a los veintiún años de edad, Antonio ingresó al noviciado invadido de ansias misioneras. Pocos meses después se despidió de Lima para iniciar su larga travesía, con viajes interiores y geográficos, en un proceso que lo llevó a oponerse constante, tenaz y radicalmente al abuso institucionalizado de los indios. En efecto, Ruiz de Montoya es más admirado como el misionero protector de los indios guaraníes que como lingüista, consideración que podría ser revisada.

La lengua de los indios

La aguda curiosidad del sacerdote jesuita se habrá visto atizada por el esplendor de estas tierras y por los sistemas de comunicación aquí imperantes. Oleadas migratorias de un conjunto de pueblos asentados en las cuencas subtropicales de los ríos Paraguay, Paraná y Uruguay, en América del Sur, fueron trazando el perfil de los diversos grupos que se alejaban de su lugar de origen y se distanciaban entre sí. Cómo determinar con exactitud este origen y las rutas de la migración, desde el tronco tupí en la selva de lenguas americanas, hacia una de sus ramas tupí-guaraní, hasta llegar al guaraní y las lenguas de la familia guaraní ? Fue esta dispersión la que llevó a un sector hasta la cuenca del río Paraguay y descendió por él hasta el Paraná, subiéndolo y siguiendo las ramificaciones de sus afluentes para llegar hasta el litoral atlántico ? Por qué fueron los guaraníes los que ocuparon las tierras más fértiles del Río de la Plata ?

Es probable que Ruiz de Montoya se hiciera las mismas preguntas. José Ortega y Gasset, cuando se refiere a los orígenes del español, dice:" Se habla de un niño: el idioma recién nacido, blando y mofletudo, lechal. Toda cuestión de orígenes es peligrosa; el origen está siempre o muy en lo alto o muy en lo hondo. Exige ascensión o sumersión. Vértigo o ahogo. Al investigar los orígenes de un idioma, todo se vuelve difícil; hasta la materialidad de allegar los datos imprescindibles. El lingüista del habla contemporáneo no tiene que moverse para hacer su botánica verbal. Por la mañana, con el desayuno, le entran el periódico. Basta. En el periódico puede herborizar. Pero, dónde está el romance que se hablaba en el siglo IX ? El botánico tiene que hacerse explorador, penetrar en la selva del archivo, un día y otro, para volver, los más, inane".

Cómo se sentiría, si abordamos el mismo planteamiento de Ortega, nuestro Ruiz de Montoya, solitario y perdido, sin archivos, pero con el instrumento formidable de seres vivos latiendo con nuevos compases en su "porahéi", su canto general, en su palabra poética y profética ?

Una hipótesis de Curt Unkel Nimuendajú indica que el motivo de las migraciones tupí-guaraníes no era de expansión guerrera, sino probablemente religioso.Otros estudiosos, basándose en las documentaciones escritas en la época colonial y moderna, describen la migración de los guaraníes como una búsqueda de la-tierra-sin-mal, "yvy marane y", apropiada para el encuentro del núcleo de su identidad, a partir del desarrollo de la vida religiosa y de una economía que intercambia los dones de este mundo con los del más allá.

Los europeos que entraron en contacto con los tupinambá y después con los guaraníes, en el siglo XVI, detectaron las diferencias y semejanzas entre ambas "naciones". La unidad de la lengua era la más significativa característica común que hallaron exploradores, conquistadores, misioneros y colonos en su avance hacia el interior de los pueblos guaraníes, con sus rasgos diferenciales en la cultura material y organización sociopolítica como en los modos dialectales del habla guaraní.

En 1612 Antonio Ruiz de Montoya se preparaba para la misión que le habían encomendado: su meta a corto plazo era el ingreso a la lengua y la cultura indígena. En esta época es enviado a la provincia de Guairá y la Tibajiba," ciento y cincuenta leguas río arriba de la Asunción", y experimenta la austeridad y los riesgos de esa vida misionera. La misma ruta que habrá de recorrer muchas veces lo lleva a navegar hasta Mbaracayú y seguir luego a pie seis u ocho días por pantanos, desapacibles caminos y río peligrosos, sorteando las inundaciones con el paso de árbol a árbol a través de unos palos atados entre ellos con juncos precarios. De nuevo a navegar, y caminar, y luchar contra todo tipo de obstáculos, con escasos alimentos…

En este panorama inicial Antonio hace sus primeras incursiones en la lengua guaraní: "Con el uso continuo de hablar y oír la lengua, vine a alcanzar facilidad en ella", apunta y lo confirma el provincial: "Ya se ha dado tan buena priesa a aprender la lengua, con ser tan dificultosa, que puede confesar y predicar en ella".

La zambullida creadora

Continuas vicisitudes y jornadas épicas marcan a fuego la estatura íntima de nuestro sensible y crítico autor, en una historia que lo impulsa a oponerse con toda su fuerza al abuso institucionalizado de los indios, en cuya lengua y cultura va zambulléndose con apasionada y virtuosa entrega. En su libro Antonio Ruiz de Montoya y las Reducciones del Paraguay, José Luis Rouillon Arróspide, SJ. menciona que el "el impacto de la figura ascética y ferviente de Antonio en los guaraníes fue tal que le pusieron el nombre de Sol Resplandeciente y Tupá Eté (verdadero Dios)".

Desde sus primeros pasos en el Guairá hasta las fundaciones de reducciones y la pastoral, aunque el rechazo jesuita de la religión guaraní y de sus chamanes (con sus rituales, sus poderes sobre la naturaleza, sus cantos, danzas, ornamentos de plumas, maracas y voces de los espíritus) dificultó el acercamiento entre los dos mundos, Ruiz de Montoya percibió la riqueza de medios de expresión que podía ofrecer una lengua como la guaraní, ante la que dispuso su claro entendimiento, su memoria y su voluntad. "Con el uso continuo de hablar y oír la lengua, vine a alcanzar facilidad en ella", afirmaba, ya dispuestos ante él su destino de lingüista excepcional y su estrecha cercanía a la primitiva lengua guaraní, apenas palpada por el castellano, poco después de la conquista.

De hecho, el dominio de las lenguas indígenas era una exigencia de la evangelización, reclamada en el II y III Concilios Limenses y el Sínodo de Asunción de 1603. Felipe II en una Cédula Real del 2 de diciembre de 1578 ordenó que "no fuesen admitidos al sacerdocio los que primero no supieren la lengua general destos Reinos".

En 1636 los superiores pusieron a Antonio al frente de las veintiséis reducciones que quedaban en el Paraná, Uruguay y Tape. Posteriormente, ya en España, brindó dramáticos informes a Felipe IV y el Consejo de Indias. En su conmovedor testimonio resalta la propuesta hecha al rey: "Que vuestra Majestad mande se dé plena libertad a los indios, hombres y mujeres, que padecen horrible cautiverio. Y que se envíen a Buenos Aires, que es viaje de quince o veinte días, a costa de los que lo tienen; que puestos allí, ofrezco en nombre de mi Provincia restituirlos a sus patrias, aunque se vendan los cálices y ornamentos".

De nuevo en Lima, el 11 de abril de 1652, Antonio Ruiz de Montoya dejó de existir. Y tal como él pidió "…no permita V.R. que mis huesos queden entre españoles, aunque muera entre ellos; procure que vayan a donde están los indios, mis queridos hijos, que allí donde trabajaron y se molieron, han de descansar". Así se hizo. Un grpo de indios guaraníes recorrió a pie once mil kilómetros de ida y vuelta, para traerlo en hombros hasta su patria definitiva, la selva paraguaya. Su tumba aún no se ha encontrado, aunque se sabe que lo enterraron en la sacristía de la Reducción de Loreto, ahora en la provincia argentina de Misiones (otros autores afirman que los restos mortales fueron trasladados a Madrid).

Las obras

Aunque en 1620 Ruiz de Montoya tenía elaborado un Arte y Vocabulario de la Lengua, luego de muchos impedimentos, recién en 1639 vieron la luz el Tesoro y el Arte y Vocabulario de la Lengua Guaraní, y en 1640 el Catecismo. Sus libros impresos en Madrid sumaron 2.400 ejemplares, pero la revuelta de Lisboa de 1640 sorprendió a Antonio en pleno envío. A pesar de la pérdida de la mitad de le edición, llegaron al Paraguay varios ejemplares para ser repartidos en cada una de las reducciones.

Montoya logró contextualizar social y culturalmente las palabras del guaraní, reflejando la cosmovisión de los que hablaban y se comunicaban en esta lengua. La ortografía que él propuso determinó durante siglos el modo de escribir el guaraní, perfeccionando el sistema que ya fuera usado en los primeros escritos y en algunas copias manuscritas de la época. Así, las letras ayudaban a la pronunciación y permitían la reproducción de las propiedades fonéticas de la lengua.

Por otro parte, el vocabulario se ampliaba hasta abarcar las correspondencias entre objetos, acciones y modos de ser. El mismo Montoya explicaba: " Dio finalmente fin a este trabajo el tiempo de treinta años que he gastado entre Gentiles, y con eficaz estudio rastreando lengua tan copiosa y elegante, que con razón puede competir con la de fama. Tan propia en sus significados…Tan propia en sus significados…Tan propia es, que desnudas las cosas en sí, las da vestidas de su naturaleza…" . Junto con el llamado tradicional y el académico, el sistema ortográfico de Montoya es uno de los más importantes en la historia literaria del guaraní. (Acotemos que pese a la declaración de idioma oficial del país, junto con el español, continúan acaloradas discusiones sobre el problema ortográfico del guaraní.)

En su obra Conquista Espiritual, Antonio Ruiz de Montoya alegaba sobre la necesidad de defender la experiencia misionera del Paraguay de los ataques españoles y portugueses, y pedía al rey la licencia de armar a los guaraníes con armas de fuego contra los ataques de los bandeirantes paulitas. Narraba los orígenes de ls comunidades cristianas guaraníes y las dificultades de la fundación de los treinta pueblos, los ejemplares trabajos de jesuitas e indígenas y las peculiaridades de aquel régimen autárquico y teocrático. De este libro existe una selección de capítulos resumidos en guaraní.

Gran parte de la vida guaraní en la historia de su lengua, entre las vertientes culturales tradicional y "reduccional", se recrea y describe etnográfica y lingüísticamente en el Tesoro. De esta tenemos el relato testimonial en castellano Conquista Espritual, el Tesoro, diccionario guaraní-castellano, el Arte, gramática guaraní,el Vocabulario, diccionario castellano-guaraní y el Catecismo, texto oficial bilingüe. Existen reediciones parciales de este corpus, en Argentina (1987) y en Paraguay (1993), Una reedición integral fue hecha por Julio Platzmann en Leipzig en 1874.

El estudio y transcripción que acompaña a la obra puede ayudar a introducir al texto primigenio a un amplio público que quizás ignora aspectos fundamentales de la vida guaraní, imprescindibles para valorar y consolidar una identidad cultural.

La publicación nos motiva, además, a tratar de conocer y comprender cercanamente la experiencia de un siglo y medio de las Misiones Jesuíticas del Paraguay, en cuyas reducciones se adoptó oficialmente la lengua guaraní para catequizar a los aborígenes de la región, constituyendo una comunidad monolingüe entre dirigentes y dirigidos.

Una parte viva de nuestra historia aguarda su reconocimiento. Y ese verbo tan presente en la cultura de nuestros antepasados aborígenes, su tiempo de revelación. Con esta edición podemos iniciar un contacto sutil y seguramente mágico con ambos fenómenos.

 

 

Del diario ÚLTIMA HORA (El Correo Semanal), 8-9 de Mayo de l999 (Asunción, Paraguay)

 

 

 

   

  ANTONIO RUIZ DE MONTOYA
Apóstol de los guaraníes (x)

por: César González Páez

 

Don Antonio Ruiz de Montoya (1585) surge en la historia como figura singular. Ingresó a la Compañia de Jesús y fue ordenado por el obispo Trejo y Sanabria en 1611, en Santiago del Estero. Posteriormente fue enviado a la entonces poderosa Provincia del Paraguay. Ejerció su misión entre los guaraníes en una intensa experiencia que incluyó participaciones bélicas, enfrentamientos con encomenderos y bandeirantes paulistas.

El libro escrito por Montoya, La Conquista Espiritual del Paraguay, editado en 1639, es una obra cuyo calibre testimonial no ha sido valorada en toda su extensión. El convivir con indígenas en la selva, en la frondosa selva de aquellos días, era peligroso e incierto. Por ejemplo, como señala Ernesto J.A. Maeder – quien prologó una de las últimas ediciones del libro de Montoya-, eran tiempos heroicos que requerían de mucha fortaleza. Algunos de los primeros misioneros, como Martín de Urtazun, murieron virtualmente de hambre en 1614. Las tareas eran multiples, había que construir la iglesia, sufrir la desconfianza de los caciques y el odio de los hechiceros; organizar la escuela de letras y de música, como así también cuidar a los enfermos de viruela. Una larga lucha para erradicar las costumbres peligrosas, como el canibalismo.

Montoya fue descrito por sus contemporáneos como un "varón perfecto, de mucha oración; en la conversión de la gentilidad acomete muchos trabajos con riesgo de la vida"

En la lectura del libro de Montoya se encuentran otras pistas de aquella época, como la diversidad de animales que existían entonces. Una de las extrañezas de su relato es éste. Cuenta que el tigre americano buscaba la "peor carne". Si encontraba un español o un negro, embestía al hombre de color; y si se encontraba con dos negros, embestía al más viejo o el de mal olor. Habla de la resistencia de los indígenas para convertirse al cristianismo y el relato está condimentado con muchas anécdotas, de las cuales se pueden extraer valiosos conocimientos antropológicos.

Un apasionante testimonio que dibuja un Paraguay mítico con un fuerte bagaje cultural, destruido después por la insistente labor de los jesuítas en su conversión al cristianismo. Ese precio era inevitable.

 

(x) Del diario ÚLTIMA HORA (El Correo Semanal), 12/13 de Marzo de 1999 (Asunción, Paraguay)