18. Parte
Sobre los habitantes del Paraguay:
”...casi se podría decir que son cantores
por naturaleza como los pájaros”.
P. Pierre F. Xavier de Charlevoix,
en su libro ”Histoire du Paraguay”; París 1756
La música en las Reducciones (x)
Las silenciosas figuras de ángeles músicos, tallados en los frisos sobre los muros de piedra del ábside de la iglesia de las ruinas de Trinidad, al sur del Paraguay, eran hasta hace una década y algo más, los únicos testimonios mudos acerca de la música en la que Voltaire llamó “República Jesuítica del Paraguay”; las Reducciones Jesuíticas establecidas en la entonces “Provincia Gigante de las Indias” (el Paraguay de los siglos XVII y XVIII) o “Provincia Paracuaria” (según los documentos de la orden fundada por el vasco Ignacio de Loyola), en territorios que hoy son paraguayos, argentinos, uruguayos, brasileños y bolivianos.
Sin embargo, había referencia sobre el universo musical de las Reducciones. Los cronistas y viajeros de la época relataban con vehemencia y admiración la excelencia de los coros y las orquestas indígenas formadas por los maestros jesuitas. Uno de ellos, José Cardiel, escribía en 1747: “Yo he atravesado toda Europa y en pocas catedrales he oído músicas mejores que estas en su conjunto”.
Lo que ha permitido conocer las modernas y numerosas investigaciones y estudio es que ese desarrollo musical se debía por una parte, a la natural aptitud y habilidad innata de los indígenas (guaraníes sobre todo, pero también otras parcialidades como los guayanás, guarayos, mbayas, chiquitos y otras ramas del frondoso tronco de la familia tupi-guaraní), lo que explica además el éxito de la utilización de la música como principal elemento de atracción para los indios por los misioneros (y franciscanos), y por otra parte, a que los misioneros jesuitas llegaban con una sólida formación académica, con conocimientos de la construcción de instrumentos y algunos, con una bien ganada fama en los círculos musicales europeos. Tal es el caso de Doménico Zipoli, originario de Prato (Italia), el más sobresaliente de los compositores de los jesuitas de las Reducciones, quien antes de establecerse en Córdoba (hoy Argentina) era uno de los organistas de más fama en Roma.
Aquello fue una verdadera ”operación internacional” para llevar y enseñar en América la mejor música europea. Hasta las Reducciones llegaron el español Rodrigo de Melgarejo, el francés Jean Vaisseau, el belga Louis Berger, el tirolés Antón Sepp, el suizo Martin Schmid.
”Operación Internacional” que se ha repetido ya en nuestros días, en la investigación y recuperación no sólo del patrimonio musical, sino también en la restauración de las iglesias y templos, las imágenes y ornamentos e incluso las ruinas de esas ”comunas” abandonadas tras la expulsión de los jesuitas de sus dominios por el monarca español Carlos III en 1767.
En 1970 el gobierno paraguayo solicitó asistencia a la UNESCO para salvar del abandono y la destrucción definitiva el acervo aún existente de las Reducciones Jesuíticas. La UNESCO organizó en Asunción tres reuniones internacionales, de las que surgió el proyecto “Ruta Jesuítica”. Pero fue a través del Padre General de los Jesuitas, Padre Arrupe, que se llegó a la creación de la “Fundación Paracuaria”, en Nuremberg, sede de la Missionsprokur S.J., que es la que financió y financia parte de los trabajos (con los años se suma fuertemente la AECI, Agencia Española de Cooperación Internacional). En Paraguay se rescataron 572 imágenes, objetos litúrgicos, altares y frescos (distribuidos en museos diocesanos, iglesias parroquiales, capillas y ermitas) y se restauraron y consolidaron las ruinas existentes de los 9 pueblos jesuíticos originarios: San Ignacio Guazú (fundado en 1610), La Encarnación del Verbo Divino de Itapúa (1615), San Cosme y Damián (1632), Santa María de la Fe (1647), San Juan Bautista (1697), Santa Rosa (1698), Jesús del Tavarangué (1685) y Santísima Trinidad del Paraná (1706).
Posteriormente se ha realizado una labor similar en la Chiquitania boliviana (“Tierra de los Chiquitos”) restaurando las iglesias de los pueblos(fundados como Reducciones desde 1691) de San Miguel, San Rafael, San Javier, Santa Ana, San José y Concepción.
Pero fue, tal vez, en el trabajo de búsqueda, investigación, restauración y catalogación del acervo musical de las Reducciones donde más se destacó el carácter “internacional” de la operación. En esta ingente obra colaboraron el uruguayo Lauro Ayestarán, el alemán Burkhard Jungcurt, el boliviano Carlos Seoane Urioste, los estadounidenses Clemente McNaspy S.J. y Frank Kennedy S.J., el argentino Gabriel Garrido, el padre polaco Piotr Nawrot SVD y otros,; especialmente, el maestro paraguayo Luis Szarán, gran estudioso y aun mayor divulgador de esa música en América y Europa.
Una primera punta del ovillo fue el descubrimiento de las primeras partituras reencontradas de Doménico Zipoli. La segunda punta, el descubrimiento de manuscritos musicales en la iglesia de San Rafael, en la Chiquitania por el arquitecto suizo Hans Roth en 1972 y de otros en la de Santa Ana el año siguiente, también por Roth. El primero fue considerado “Hallazgo musical del siglo”. En 1986 comenzó el estudio del Archivo Musical de Concepción (Bolivia) no estudiado hasta entonces y casi desconocido en su propia existencia pocos años antes, en el que actualmente están protegidas 5.500 páginas de música del “barroco latinoamericano”. Gracias a todo este esfuerzo, la música del acervo cultural de las Reducciones Jesuíticas, el “barroco misional”, resuena hoy en numerosos conciertos a lo largo de América y Europa.
(x) Del diario ABC COLOR (Suplemento Cultural), 29 de diciembre de 2002 (Asunción, Paraguay).
Arte
Música de las Reducciones Jesuíticas en Suiza
La vigencia de un clásico (x)
El 4 de abril pasado la magnífica Iglesia de San Francisco Javier, en Lucerna,
fue escenario de un concierto dedicado al barroco jesuítico
por: Ricardo Domínguez
Barroco es una palabra que hace mucho forma parte del vocabulario corriente. Todos escucharon hablar alguna vez de “arte barroco”, de “música barroca”, y los mejor informados saben que fue un estilo artístico que floreció en Europa desde fines del siglo XVI hasta mediados del XVIII y que se caracteriza ante todo por la teatralidad y opulencia de formas. Menos conocido es el hecho de que el arte barroco también floreció en ese tiempo en las junglas de Sudamérica. ¿Cómo empezó todo esto?
Al comienzo no fue solo un antiguo manuscrito
Durante unos trabajos de restauración de las Reducciones Jesuíticas en Bolivia en el año 1972, el arquirtecto suizo Hans Roth descubrió más de 5.000 manuscritos musicales. Este hallazgo causó una conmoción en la historiagrafía musical de Bolivia, Paraguay y Argentina. Las partituras en cuestión –pues de esto se trata- daban testimonio de la rica cultura musical que los religiosos juntamente con los indígenas habían desarrollado durante el proceso de evangelización del nuevo continente. Los sacerdotes de la Compañia de Jesús (de ahí el nombre ”jesuitas”) crearon en 1604 la provincia jesuítica de ”Paracuaria” (Paraguay), el norte argentino y la región oriental de Bolivia.
Mientras las demás órdenes religiosas se dedicaron casi exclusivamente a la evangelización, los jesuitas realizaron en los pueblos bajo su tutela un extraordinario “ensayo de organización política, social, económica y cultural que llamó la atención del mundo, motivó enconadas controversias y hasta hoy es objeto de interés de los estudiosos”, según las palabras del historiador Efraím Cardozo. Como ejemplo más reciente de este interés basta recordar el filme ”La Misión”, con Robert de Niro, en el que se destaca la importancia que tuvo la música en esta empresa “civilizadora”.
Las Reducciones o el “Estado musical de los jesuitas”
Las Reducciones eran el centro de la vida comunal. Guiados por los eclasiáticos, los indígenas aprendieron no solo las diversas técnicas artesanales sino también la construcción de instrumentos musicales de todo tipo con una sorprendente perfección: órganos, arpas, laudes, violas, arpas, flautas, etc.
De hecho, la música jugaba un papel preponderante en la educación, a tal punto que algunos historiadores hablan de las Reducciones como del “estado musical de los jesuitas”, entre tantos otros apelativos dados a este “experimento sacro”. Los indígenas, entre ellos los guaraníes, sorprendían a sus maestros por su aptitud musical. El Padre Charlevoix escribe en su Histoire du Paraguay (1756) que “casi se podría decir que son cantores por naturaleza como los pájaros”, y el jesuita alemán Padre Sepp relata: “Son por naturaleza como hechos para la música; aprenden a tocar con sorprendente facilidad y destreza todo clase de instrumentos, y eso en muy poco tiempo”. Teniendo esto cuenta, no podemos excluir que entre los manuscritos hallados se encuentren composiciones de músicos indígenas, ya que éstos también aprendieron las técnicas de composición musical.
Regreso a los orígenes
A causa de intrigas políticas, los jesuitas fueron expulsados de Sudamérica en 1767, desmoronándose así el “imperio jesuítico”.
Más de dos siglos después, en el esplendor de la Iglesia de San Francisco Javier, en Lucerna, una de las más bellas iglesias barrocas suizas, con su altar de mármol rojo estucado, pudieron escuchar oídos europeos por primera vez una muestra de aquel avanzado arte musical desarrollado por esa labor apostólica.
El grupo vocal Academia Ars Canendi y el ensemble Domenico Zipoli de Venecia, ambos bajo la dirección eficaz del maestro Luis Szarán, brindaron al público suizo obras del italiano Domenico Zipoli (1688-1726), del “genio universal”, el jesuita suizo Martin Schmid (1694-1772), oriundo de Baar, una bella Missa palatina y otras obras de autores anónimos.
La música barroca no siempre fue tan aceptada como hoy. Se le criticaba por poseer una “armonía confusa recargada de modulaciones y disonancias, de canto duro y poco natural, de entonación difícil”, asi como opina Jean Jacques Rousseau en su “ Dictionnaire de musique” (París 1768).
Estos reparos tienen hoy apenas un interés histórico: intensa emocionalidad, profunda espiritualidad y fervor extático no exentos de un cierto dramatismo, aunque no sin mesura y orden, son capaces de desvanecer cualquier objeción: la belleza inmediata de esta música fue sentida así por el público, que brindó a los intérpretes un extendido y prolongado aplauso, que fue retribuido por el ensemble con un magnífico bis: una pieza breve del Padre Schmid.
(x) Del diario ÚLTIMA HORA (El Correo Semanal), 20-21 de abril de 2002 (Asunción, Paraguay).
Fotografía
Una muestra sobre las Reducciones Jesuíticas
por: Sergio Cáceres Mercado
(Periodista)
Desde Voltaire hasta pensadores de nuestro tiempo como los se reunieron el año pasado en nuestro país y las llamaron ”área histórica donde la utopía tuvo una de sus expresivas concreciones”, las Reducciones Jesuíticas han despertado tanto la imaginación y los ideales como sentimientos encontrados, en todos aquellos que de una u otra manera han visto en ellas una experiencia única en la historia.
De aquellas imponentes ”polis” solo quedan ruinas. El abandono que les sobrevino luego de la expulsión de sus ideólogos, sumada a la voracidad de la selva subtropical, y la de los depradadores humanos, las convirtió en lo que son ahora: un resto, aunque deteriorado, de imponente belleza, con signos impresos de lo que fue una época de esplendor. Si no fuera por los símbolos sacros cristianos, hasta parecerían precolombinos.
La historia permanece de alguna manera en los objetos. Por eso restauramos las cosas viejas. Ellas parecen envueltas en un aura que cobra cada vez más fuerza y brillo con el paso del tiempo. Es esa aura lo que rescatan las fotos de José María Blanch, S.J. Su muestra sobre las Reducciones, titulada: Un paraíso perdido, puede apreciarse desde esta semana en el Espacio Acevedo de la Manzana de la Rivera, en el marco de los festejos del 75 aniversario del regreso de la Compañia de Jesús al Paraguay.
Blanch, un excelente profesional de cámara, rescata de la selva misionera esas mudas moles para explicarnos y reconstruir a través de imágenes y textos, escritos por él y Bartomeu Melià, S.J., el papel que cumplían dentro de esa experiencia de “conquista espiritual”. Con remarcable objetividad nos dicen: “En el mundo colonial hispánico del siglo XVI, la reducción significaba un proyecto político y civilizador. Se pretendía juntar a los indios en pueblos, pues se consideraba que no podían ser humanos, y muchos menos cristianos, ya que vivían desparramados “esparcidos sin forma política en montes y campos”.
Del arte practicado por los “reducidos”, lo mejor conservado siguen siendo las imágenes en madera de los santos y las vírgenes de la nueva religión que se imponía. Blanch y Melià nos dien que “la búsqueda del barroco, de impresionar los sentidos, obtuvo resultados espectaculares. Cientos de imágenes que se realizaron en los tallares misioneros se distribuyeron no solo en los poblados guaraníes, sino también en los templos jesuíticos de ciudades, y aun en las grandes iglesias matrices. El arte de los guaraníes trascendió, pues, sus fronteras geográficas y adquirió relieve en el contexto cultural rioplatense”.
Sin embargo, lo que más sorprende de ese encuentro cultural es la asimilación del idioma autóctono. Los estudios más antiguos sobre el guaraní, con sus luces y sus sombras, se los debemos, en su mayoría, a los jesuitas. “La lengua guaraní –explican- fue asumida, admirada, conservada y estudiada con fervor y entusiasmo. Los jesuitas la redujeron a gramática, la registraron en ricos y detallados diccionarios y suscitaron obras literarias de considerable valor. Es cierto que la lengua guaraní reducida mudaba la forma y el contenido de su discurso religioso. En otras palabras, la poesía guaraní tradicional y el relato mítico probablemente se perdieron por carencia de sustantación socioreligiosa. La sociedad reducida había adoptado otro lenguaje y hasta resultado otra lengua: la lengua guaraní de las reducciones. Se creaba, de este modo, una lengua a la vez indígena, cristiana y colonial.”
La muetra fotográfica del padre Blanch recorrió el mundo y ahora vuelve a su lugar de origen con una meta concreta: reencontrarnos con una época que marcó un hito en nuestra historia de conquista y colonización. Para que aprendamos de sus errores y aciertos, y para resucitar el idel utópico en estos tiempos de desencanto.
(x) Del diario ÚLTIMA HORA (El Correo Semanal), 12-13 de octubre de 2002 (Asunción, Paraguay).
Los hermanos Tupi y Guarani (x)
El padre José Guevara, en su libro Historia del Paraguay, Río de la Plata, Tucumán y Buenos Aires publicado en Buenos Aires en 1836, cuenta el origen de los pueblos Guarani y Tupi.
El relato menciona que ellos eran dos hermanos que se establecieron, cada uno con su familia, en el Brasil. Con el tiempo, al ser numerosos, se establecieron en tavas, pueblos.
La armonía, sin embargo,se rompió debido a que las esposas de los dos hermanos pelearon a causa de un loro charlatán. De ahí en más, uno y otro bando disputaron buscando hegemonía.
Viendo que vivían en peleas constantes y tomando en cuenta las consecuencias nefastas de esta lucha para ambos, Tupi y Guarani dialogaron y arribaron a un acuerdo. Tupi se quedaría en los territorios inicialmente ocupados, en el Brasil, mientras que Guarani bajaría más al sur para establecerse. De esta manera ocuparon parte de los países que hoy son conocidos como Paraguay, Argentina, Bolivia y Uruguay. Divididos en varias etnias, se caracterizan por pertenecer a la familia lingüística, la guarani
Es un pájaro al que se lo llama también havia, havia korochire. Félix Azara lo llamó zorzal, según anota Carlos Gatti en su Enciclopedia guarani-castellano de ciencias naturales y conocimientos paraguayos. Es un excelente cantor, aunque se alimenta –entre otras cosas- de lombrices y excrementos de vacas y caballos.
León Cadogan recogió esta leyenda del Korochire:
“El tajy cubierto de flores anunciaba que no habría más escarchas aquel año y que llegaba la época de la primera siembra y todo el mundo, hombres, mujeres y niños, se dedicaban entusiastas y alegres a las faenas agrícolas. Había queienes desbrozaban la maleza, otros manejaban el yvyra hakua y otros echaban, en los hoyos abiertos por éstos, maíz, kumanda tupi, semillas de kurapëpë y otras de estación. Todos trabajaban menos un mozo esbelto, quien al levantarse, ya alto el sol, había tomado el mimby y empezando a tocar, sólo interrumpiendo las bellas melodías que dedicaba a su prometida, a la hora de comer.
“Llegó la época en que el maíz se endurece –hu´a rãtã-, y las guías de los andai y jety comenzaban a tapizar el suelo de verdes alfombras. Y a fin de evitar que el ñuatïpytã y otras malas hierbas perjudicaran la futura cosecha, todo el mundo se encamina a las capueras para efectuar los trabajos de limpieza; todos menos el esbelto mozo del mimby, quien se afana en seguir arrancando a su instrumento melodiosas notas de amor.
Luego llegan los días de calor: florece el yvyrapytã y madura la fruta del guembe para que los hijos de la selva no se olviden de la segunda siembra. Todo el mundo se dedica con ahínco a preparar parcelas para el avati mitã, kumanda ñu y manduvi, a fin de que no falten alimentos durante los días fríos y lluviosos del invierno que se aproxima. Todos trabajan, menos el esbelto mozo del mimby, quien, sin preucuparle las actividades de los demás, sigue entonando melodiosos cantos de amor a su prometida.
“Pero Tupã quiso que se le diera de comer a su mujer y a sus hijos, no pudiendo por eso cantar sin trabajar. Por lo mismo, seguramente, desapareció el esbelto mozo del mimby. Y escucháronse en la selva, en las cercanías del tapýï, los melodiosos trinos de una avecilla hasta aquel entonces desconocida: es el korochire que, aun de noche, cuando despierta, entona cantos de amor.
“Este es el cuento que narró el cacique (mbya) Emeterio a un grupo de jóvenes en un atardecer de agosto, al comenzar la época de la primera siembra”.
(x) Del libro: Lo mejor del Folklore Paraguayo. Selección e introdución: Mario Rubén Álvarez. De la colección : Hacia un país de lectores, de la Editorial El Lector (Agosto 2002; Asunción, Paraguay), 25 de mayo y Antequera; telf. 00-595-21-491966. www.ellector.com.py E-Mail: ellector@telesurf.com.py
Crónica de un viaje a Cerro Corá, a principios de siglo, a la búsqueda de la sepultura de Francisco Solano López
Histórico documento
sobre la tumba del Mariscal (x)
por: Roque Vallejos
(Poeta y ensayista)
La aparición de nuevos datos o testimonios, la evolución intelectual, la conquista de mayor libertad de criterio rompen con dogmas regimentadas de la versión oficial.
El documento manuscrito que se transcribe es un aporte original de dos próceres de nuestra historia como fueron monseñor Juan Sinforiano Bogarín y el general Patricio Escobar
“…en la historia, como en todas las cuestiones fundamentales, ninguna conquista es definitiva. El testimonio histórico disponible para resolver cualquier problema cambia con cada cambio de método histórico y con cada variación en la competencia de los historiadores.”
R.G. Collingwood “Idea de la historia”, Pág. 285. F.C.E. México, 1952
Cada generación tiene su lectura de la historia. La aparición de nuevos datos o testimonios, la evolución intelectual, la conquista de mayor libertad de criterio rompen con los dogmas regimentados de la versión oficial y posibilitan un discurso ajeno a coerciones e incluso a ideas que se han transformado (pato-involución) en creencias atávicas.
Natalio R. Botana en su obra “La libertad política y sus historia” sostiene que la historia es “como una pugna de legimidades divergentes”. Cada cual defiende su credo, su vivencia, su idea-fuerza, de tal modo que nacen antinomias y posturas contradictorias que acaso jamás puedan ser resueltas. Por ello decía Ortega que los pueblos civilizados son aquellos que si bien no han resuelto sus contradicciones son capaces de convivir a pesar de ellas.
El documento manuscrito que pasaremos a transcribir –gracias a la bondad y altruismo de la señora Ana María Rodríguez de Pederzani- es un aporte original de dos próceres de nuestra historia como fueron el ilustrísimo primer arzobispo de la Asunción, monseñor Juan Sinforiano Bogarín, y el general Patricio Escobar –héroe de Ypecuá-, de límpidas trayectorias y esclarecidas memorias en la conciencia paraguaya.
La datación del documento es de 1936, cuyo texto debió ser escrito con motivo de haber sido el Mariscal López reivindicado por decreto del “Gobierno Revolucionario” de febrero de 1936.
Anécdotas histórica de Cerro Corá
“Antes de describir mi viaje a Punta Porá –hoy Pedro Juan Caballero-, que lo hice en junio de 1906, quiero dejar constancia de las conversaciones que, años antes, he tenido con el General Patricio Escobar, hoy finado.
Es más de una ocasión, me pedía el nombrado General que, si algunas vez tuviese que irme a Punta Porá, lo avisase á tiempo para acompañarme hasta Cerro Corá, donde cayó prisionero al terminar la Guerra –de 1865 a 1870- y deseaba volverlo á ver antes de morir á la vez que mostrarme la sepultura del Mariscal Francisco Solano López.
A esto yo le replicaba diciendo que de aquel entonces á la fecha de nuestra conversación, han transcurrido cerca de 50 años, que todo habrá cambiado allá; lo que era entonces campo sería hoy monte…motivo por el cual me parecía que le sería casi imposible hallar aquella sepultura. A este mi pesimismo contestaba que él se había fijado bien dónde fué sepultado el Mariscal: en medio mismo de dos árboles que tendrían de diámetro de 4 á 5 pulgadas y distantes, uno de otro, unas 8 á 10 varas, y que si existen dichos árboles, esperaba encontrar el lugar y mostrármelo.
Continuaba yo mis giras pastorales por los pueblos de la República, cuando me resolví misionar en aquel lejano pueblo de Punta Porá, avisé al General comunicándole el tiempo de mi próxima visita á aquel apartado departamento y él fué á esperarme en su estancia ganadera de Aramburu-cué.
Llegado á la nombrada estancia, misioné allí durante tres días, al cabo de los cuales emprendí viaje para Cerro Corá junto con el General y los sacerdotes que me acompañaban, quienes fueron: el Dr. Narciso Palacios y José Natalicio Rojas, llegando al histórico lugar nombrado el día 1 de junio á las 12.35 p.m. y hospedándonos en un rancho, depósito de alambres custodiado por el brasilero de nombre Ovidio Freire.
Hecho una ligera comida, montamos todos á caballo y nos dirigimos al lugar buscado. Llegados allí el General detuvo su montado, quedó un momento pensando –como haciendo una reminiscencia-, dirigió la mirada a su alrededor y vió los dos árboles –á que más de una vez se refería mucho antes del viaje- que son curupay-itá, distantes, uno de otro, unas 10 varas y teniendo cada uno de 17 á 18 pulgadas de diámetro. El general dijo: “de aquí al Paso-tuyá del río Aquidabán-niguí habrá de setecientos á ochocientos metros”; lo que verificamos de visu y lo encontramos á esa distancia.
Perfectamente orientado el General Escobar me dijo: “Monseñor, yo voy á ponerme aquí de rodillas para jurarle que en medio mismo de estos dos árboles está la sepultura del Mariscal López”. Yo le contesté que no había necesidad de tal juramento, que me bastaba su categórica afirmación.
A pocas varas del árbol, que quedaba al Oeste del otro, había tres ó cinco plantas de tala –yuasy-y-, lugar en que estaba la Carpa de mando del Mariscal y que –muerto éste- fué ocupado por el Jefe brasilero, quien lo era el General Cámara. Me mostró el montículo –distante del lugar donde nos encontrabamos, unas 150 varas-, al pié del cual había sido él (Escobar) colocado –en aquel entonces Coronel, promovido á General después de la guerra acompañado de sus pocos soldados famélicos y conservando, allí mismo, sus fusiles empabellonados.
Me dijo más. “Prisionero yo, el General Cámara me hizo llamar y me preguntó si conocía al General Roa, le contesté que sí y que mucho lo estimaba; entonces me inquirió si no tenía inconveniente en ir á buscarlo y traerlo ante él, á lo que yo contesté que con mucho gusto lo haría.” Y continúa el General Escobar: “momento después, se me trae un caballo ensillado y se me pasa una espada brasilera para ceñirme; á esto dije que –“no pudiendo llevar esa arma-iría sin ella”; se me pregunta el por qué, y yo contesté: “porque he jurado no tomar arma enemiga contra mi patria”. Dicho esto “se me mandó entre mis soldados prisioneros y recién entonces fueron recogidos por fuerzas brasileras nuestros fusiles empabellonados”.
Continúa el General Escobar: “Inmediatamente á mi negativa, hizo llamar al Mayor Medina ?…vecino de Limpio, ya prisionero, quien –sin dificultad alguna- aceptó caballo y espada brasilera y acompañado de un pelotón de soldados brasileros- se dirigió hacia la boca de la picada del Chirigüelo y, poco tiempo después, se oyó una descarga de fusilería y entonces me dije: han matado al General Roa.”
Toda esta referencia me hizo el General Escobar durante nuestra ida de Aramburu-cué á Cerro Corá. Y dijo más: que, cuando estaba acampado cerca de la Laguna de Capiyvary las tropas del General Roa y la carretería –á cargo del entonces Coronel Escobar- un día aquel llamó a éste y le leyó la orden que acababa de recibir del Mariscal –quien se encontraba en Cerro Corá- mandando que hiciera atar sobre el pértigo de una carreta al Mayor Limpieño y lo condujera ante él para dársele el castigo merecido. ¿Cuál era su delito? Las familias que acompañaban al Ejercito se habían quejado porque dicho Mayor las había saqueado abriendo sus cajas é incautándose de sus alhajas, lo que había llegado á conocimiento del Mariscal.
Viendo el General Roa que, si cumplía la orden superior recibida, el referido Mayor moriría martirizado antes de llegar donde el Mariscal, hizo llamar al Coronel Escobar –que era su íntimo amigo y confidente-, le expuso el caso y éste le dijo que, según su manera de ver, podía mandar al Mayor preso y bien custodiado, detrás de una carreta, y que cuando salga de la picada del Chirigüelo –distante una legua larga de Cerro Corá- se le atara sobre el pértigo. Así resolvieron hacer.
Pero, es el caso que cuando las carretas salían de la nombrada picada, fue atacado Cerro Corá por las fuerzas brasileras y muerto el Mariscal López, lo que, como era natural, causó una gran confusión. En este entrevero se escaparía y caería prisionero el Mayor Limpieño, de quien ya hemos hablado.
El General Escobar me confesó que siempre ha creído que el aludido Mayor había sido el causante de la muerte del General Roa, y más le confirmó lo que vá á continuación. Me dijo el Gral Escobar que cierta ocasión, le visitó al Mayor y, hablando ambos de episodios de aquella guerra, aquel preguntó á éste si alguna vez se ha recordado del General Roa y le contestó que sí; entonces le dijo: ”Cada vez que lo recuerde, rece por su alma, pues á él le debe Ud. su vida”. Le relató la orden del Mariscal que había recibido Roa para su prisión. Cuando el Mayor oyó tan patético relato, “ví, dice el General Escobar, que dos gruesas lágrimas se desprendían de sus ojos y entonces me confirmé en mi creencia de que él fué el causante de la muerte del General Roa”.
Téngase en cuenta que –después de 30 años- estoy escribiendo esta anécdota, por eso me he olvidado constatar en su debido lugar, lo que sigue: Me dijo el General Escobar que á unos pasos de la Carpa de López, fue muerto su hijo Pancho, de 18 años de edad, y Coronel; que á una cuadra de allí, estando el Vice Presidente Sánchez entre algunas carretas, se le intimó rendición y él –sacando su espada- dijo: “un paraguayo no se rinde” y entonces lo balearon, ignorando Escobar donde fueron enterrados estos dos. Como los soldados brasileros apenas enterraron la mitad del cuerpo de López, se presentó Madama Linch ante el General Cámara pidiendo permiso para hacerlo sepultar mejor y –habiéndosele concedido la gracia solicitada- hizo cavar en el mismo lugar una fosa de una vara de profundidad y lo enterró. (sic)
Continúa…la narración del General Escobar. Me motivó el lugar mismo en que se entregó por prisionero refiriéndome las circunstancias que rodearon al hecho, y son como sigue: Encargado de la conducción de las carretas en que venían elementos de guerra, enfermos…y en medio de la picada de Chirigüelo, vió en el monte –á unas varas del camino- á una señorita (cuyo nombre y apellido me contó, pero los he olvidado) á quien fué á verla y le pregunta el porqué no seguía con la comitiva, á lo que ella respondió llorosa diciendo: que su mamá no podía ya caminar por habérsele desollado las plantas de los pies y que, por eso, quedaba allí para atenderla. Entonces el Coronel Escobar –quien, me consta, era hombre de muy buen corazón- dispuso que la señora enferma fuera alzada en la carreta y su hija la siguiera á piés; así se hizo.
Como al salir la carretería de la picada se oyeron los últimos tiroteos –que terminaron con el Mariscal y la guerra de cinco años- el Coronel Escobar reunió los pocos soldados que tenía y se adelantó con ellos para prestar auxilio á los que estaban en Cerro Corá. Algunas cuadras antes de llegar topó con un Capitán brasilero que conducía como cien soldados, quien le ordenó se rindiera porque López había muerto y la guerra estaba terminada.
El General Escobar le dijo que: si López ha muerto la guerra estaba terminada, pero que él no se entregaría si no se le comunicaba por escrito la muerte del Mariscal; á esto el el Capitán brasilero saca su revólver para tirarle cuando se presenta entre los dos contendientes aquella misma señorita –cuya madre con los pies desollados venía en la carreta- y dice al Capitán: “Señor, no mate á este hombre –se refería á Escobar- que es nuestro salvador”.
Al ver sorprendido el Capitán la actitud enérgica y decidida de la señorita, preguntó quien era ese Jefe, á lo que éste contestó: “yo soy el Coronel Escobar”, al oír esto, preguntó: “¿es Ud. el Coronel Escobar?, y cuando éste le dijo que sí, sacó del bolsillo de su chaqueta una tarjeta y se la entregó. En dicha tarjeta decía un alto Jefe brasilero: “Cuando encuentren al Coronel Escobar trátenlo con toda consideración”. ¿Donde estará esa tarjeta? El Gral. Escobar me dijo que tenía entre la colección de sus papeles; ¿en manos de quién estará hoy? !Dios que lo sepa!
El Capitán brasilero –atento á la exigencia y ley de Guerra- mandó ante su Comando á un soldado en busca de la orden escrita ó sea la constatación escrita de la muerte de López y recién entonces el Coronel Escobar se dió por prisionero con su poca y debilitada tropa.
Dormimos sobre nuestra colcha; al día siguiente –2 de junio de 1906-, ensillados los montados, me despedí del Gral. Escobar –quien regresaba á Aramburu-cué para yo seguir viaje a Punta Porá – y me dijo: “mi Obispo, algunas cuadras más allá del arroyo Chirigüelo, á la izquierda del camino, si éste no se ha cambiado, habrá una planta de donde salen tres ramas; si la encuentra, rece un responso por el alma de Venanciom López –hermano del Mariscal- quien murió allí”. Efectivamente á poca distancia después de pasar el citado arroyo, encontré la planta –guayayví- con tres ramas salidas de un mismo tronco; allí me detuve y rezamos, junto con mis sacerdotes, responses por el alma del finado.
Aquí termino el relato que me hizo el Gral. Escobar y del viaje que hicimos hasta Cerro Corá. Yo no pongo en duda toda la anécdota que me refirió, pues, me consta –por conocerlo bien- que era un hombre muy observador y veraz en relatos históricos”.
Juan Sinforiano Bogarín
Arzobispo
Asunción, setiembre de 1936
(x) Del diario ÚLTIMA HORA (El Correo Semanal), 15-16 de abril de 2000 (Asunción, Paraguay).
Acerca de la creación musical del maestro José Asunción Flores
El nombre de ”Guarania” (x)
En el libro de poemas ”Parnaso Paraguayo”, encontró Flores la obra ”En la fiesta de la Raza”, donde el autor Guillermo Molina Rolón escribe:
”Y fue también Guarania la región prometida
como tierra de ensueño, de ilusión y de vida
tierra donde crecieron las flores suntuarias
de robustas pasiones y gentes fabularias”
Flores, encantado con la palabra “Guarania” para el nombre de su Nuevo género de composición musical, consultó con el Prof. Delfín Chamorro, su professor de Castellano en el Instituto “Natalicio Talavera”, donde él estudiaba. El professor, después de escucharlo atentamente, le dijo que él no sabía nada de música, pero el argumento era razonable e interesante.”
(x) Del libro: Tribuno a Flores. Compilador: Antonio Pecci. Este escrito es un fragmento de “Vida y obra de José Asunción Flores”, de Celso Ávalo Ocampos (Poeta). El libro dedicado a Flores se puede adquirir en Servilibro, en 25 de Mayo esq. México (Asunción, Paraguay). Telefax: 00-595.21-444770. E-Mail: servilibro@highway.com.py
NOTA: Los tres próximos escritos pertenece a un mismo autor
Memoria viva
Pueblo del encantado Tapirãkuãi
Ndéve guarã Santaní
Federico Molas le rinde un homenaje a la que lo vio nacer
y escribe una letra a la que su compueblano Juan Galeano Morel le pone música
por: Mario Rubén Álvarez
(Poeta)
A mediados de 1960 dos oriundos de Santaní (palabra que proviene de San Estanislao) comunidad del Departamento de San Pedro, se encontraron en las cercanías del Mercado Cuatro, en Asunción. Eran el poeta Tito Cabrera Giménez –nacido en Dos Bocas- y Federico Molas Guimaraes.
“Me invitó a su casa y me mostró la letra de Ndéve guarã Santaní. Le hice algunas observaciones y me preguntó si quién podia ponerle música. Juan Galeano Morel, que es nuestro valle y compositor, es el indicado, le dije”, dice Cabrera Giménez.
Federico Molas –nacido en Santaní el 6 de octubre de 1906 y fallecido en Asunción el 29 de mayo de 1970- vino muy joven a Asunción. Luego de hacer el bachillerato estudio Comercio y Periodismo, trabajando en el diario El País.
Molas fue a la casa de su coterráneo Juan Natividad Galeano Morel –nacido en Santaní el 11 de febrero de 1906 y fallecido en Asunción en Julio de 1983-, que vivía sobre la calle Dr. Candia, cerca de la Marina. Le llevó su letra y le pidió que le pusiera la música. “A partir de allí, en varias ocasiones, se encontraron para hacer coincidir las palabras con la música”, rememora el Dr. Juan Roque Galeano, hijo del compositor y actual Presidente de la Cámara de Senadores.
Galeano Morel, huérfano de padre, había salido de su tierra muy niño con su madre y su abuela. En Asunción estudió y trabajó. Vivió un corto lapso en Buenos Aires. “Allí pudo haber aprendido el bandoneón”, conjetura su hijo. Al retornar encabezó la Orquesta Galeano y luego la Orquesta Iris.
Volviendo al eje central de este relato, Lindolfo Antonio Molas –más conocido como Titino, sobrino de Federico- fue, en parte, testigo del nacimiento de Ndéve guarã Santaní. “Mi novia –quien es hoy mi esposa- Amanda García vivía media cuadra de la casa de tío Federico que estaba en Cerro Corá y Rca. Francesa. Entonces yo usaba su vivienda como PC para estar más cerca de ella. Por eso es que presencié cuando Juan Galeano Morel y tío ensayaban, se corregían y comenzaban de nuevo. Galeano tocaba un acordeón a piano en el que sacaba la melodía de a poco”, cuenta.
En la poesía, Molas recuerda – desde la distancia- a su tierra natal. La ubica geográficamente y habla de sus encantos. Alude a su madre –Carolina Guimaraes de Molas- , aunque no lo nombra (El padre del poeta se llamaba Antonino Molas).
“La orquesta de mi padre fue la primera en grabar la composición. Cuando murió, los hijos donamos totalmente los derechos autorales a Autores Paraguayos Asociados (APA)”, concluye el Dr. Juan Roque Galeano.
Un tierno canto quiero cantarte al rcordarte mi Santamí, vergel florido, cuna de amores donde he vivido siempre feliz. Parece el pueblo blancas palomas que en una loma posan allí, brindan sus aguas muy azuladas el muy mentado Ykua Pa´i. Oime upépe kuña horyva ikatu´ÿva nderesarái rejuyeyne he´iva ndéve jarepyrüma Tapirãkuãi ha umi che áma pe pyharérö musicokuéra nomongevéi ha serenata pe ijapysápe he´I asyva pe ipurahéi. Recuerdo siempre un triste día amanecía cuando partí atrás quedaban gratos recuerdos en ese pueblo de Santamí. Allí quedaba mi madrecita, ya muy viejita reza por mí, también la amada, muy resignada, con honda pena me vio partir. Letra: Federico Molas Guimaraes Música: Juan Galeano Morel: |
(x) Del diario ÚLTIMA HORA (El Correo Semanal), 27-28 de abril de 2002 (Asunción, Paraguay).
Memoria viva
Idílico paisaje misionero
Juan Manuel Fretes, en cun copetín, escribe la letra de un chamamé que
pinta un lugar de San Juan Bautista. La música es de Néstor Damián Girett
Una de las riquezas del castellano paraguayo es que rebautiza, con significados nuevos, el español. Así, el vocablo “isla” no remite aun pedazo de suelo rodeado de agua sino que a un bosquecillo circundado de tierra.
Pues bien, en las cercanías de San Juan Bautista de las Misiones hay una isla misteriosa que aparece y desaparece a su antojo, según sea la dirección del viento en las quemazones de agosto o la bruma que le cubre y le lleva quién sabe a qué lugares lejanos. Desde lejos es posible divisarlo, pero desde cerca se pierde. Esa es la “isla” que lleva el nombre de maleta –otra joya del castellano paraguayo- porque tiene la forma de una bolsa abultada en las puntas pero afinada en el medio donde tiene la boca, muy del uso de los campesinos y estancieros de la zona.
Juan Manuel Fretes (Papote), locutor y periodista que trabajó durante muchos años en nuestro diario, le debía un chamané syryry a ese paraje que está antes de llegar a la estancia Jegua Retã, de los Ibarra-Llano.
“Con mi conjunto actuaba, en 1973, en Radio Ñanduti, que por entonces estaba sobre la calle Antequera. Papote conducía el programa Por la ruta del folklore en que actúabamos nosotros, detrás del Dúo Pérez-Peralta. Al llegar a la emisora me contó que una amiga nuestra iba a inaugurar ese día un copetín. Me invitó a ir con él después de la actuación. Y asi lo hicimos. Él pidió una botella de Aristócrata y empezamos a tomar. Recordó, en ese momento, que tenía una deuda con Isla Maleta”, cuenta Néstor Damián Girett, quien, si bien nació en el Departamento de Cordillera (Pindoty, jurisdición de Isla Pucú), vivió su infancia y buena parte de su juventud en la zona de San Juan.
“Ocurre que Papote, tras recibirse de locutor, había hecho su pasantía en una radio de San Juan. Su tío Luis Llano, dueño de una parte de Jegua Retã, lo llevó a la estancia. De ahí trajo en su memoria el encanto del paisaje, y por lo visto pensaba escribir unos versos sobre el tema” sigue explicando Néstor, quien había conocido a Fretes ya en el Capital.
En Las Delicias –nombre del copetín- las palabras fluyeron generosas en la tarde.-Nde Girett, pe Isla Maleta-pengo adeve peteï chamané syryry. Mba´épa ere jajapórö oñondive peteí música (Che, Girett, le debo a Isla Maleta un chamané. Qué te parece si le hacemos juntos una música)- le propuso.
Como respuesta, el músico fue a traer su guitarra y ensayó, sobre la marcha, una melodía. Papote, mientras tanto, escribió los versos sobre una de las mesas del pequeño bar de Paraguarí y Azara.
”Cuando ya Papote terminó, llegó su amigo Rovisa, Rodolfo Víctor Santacruz, tomando con él su aperitivo. El autor de la letra le hizo leer su obra. Rovisa quizo cambiar ”Jegua Retã” porque le parecía fuera de lugar, y allí empezó una disputa verbal, una discusión, antre ambos” rememora Néstor Damián, quien recogió el poema y lo llevó a su casa. De otro modo estaba condenado a perderse irremediablemente.
El lunes siguiente, cuando llegó la hora de la audición con Néstor Damián Girett y Los Misioneros, Papote le preguntó si qué composiciones iban a interpretar ese día. “Tal cosa, tal cosa e Isla Maleta, que vamos a estrenar” le contestó el cordillerano-misionero. El hombre de radio ya ni se acordaba que él había escrito la letra del chamamé compuesto por Néstor Damián Girett. A medida que escuchaba, sin embargo, fue re-descubriendo su obra, que nació con Buena estrella porque la platea pidió que la repitieran. Y así se hizo. Hoy Isla Maleta es parte del cancionero popular de Misiones.
(x) Del diario ÚLTIMA HORA (El Correo Semanal),11-12 de enero de 2003 (Asunción, Paraguay)
Memoria viva
Amor dicho con los ojos
En Coronel Martínez, el músico y compositor José Domingo Morínigo
se hospeda en una casa a orillas del pueblo y vive un efímero pero inolvidable romance
En aquel caluroso día de verano, los artistas descendieron del tren en Coronel Martínez –Departamento del Guairá-. Eran músicos, actores y actrices que venían de Villarrica, pertenecientes al elenco del caazapeño Carlos Talavera. Llegaban contratados por una docente local, para una fiesta. Corría el año 1949. Uno de los músicos era José D. (Domingo) Morínigo –nacido en Villarrica el 7 de abril de 1931-, a quien acompañaba su hermano y dúo en el canto, Livio Morínigo.
Como no había hospedaje, cada uno fue asignado a una casa de la comunidad, para pasar la noche y aguardar la actuación del día siguiente. José Domingo fue asignado a una casa blanca, a orillas del pueblo, lindando ya con el campo.
“Upépe che ahecha peteí morena pire sa´i, oiméme oguereko 15 áño rupi. Rojuecha ypy guive voi ronovillea ojuehe. Sa´i niko la oportunidad roñomongeta haguá. Ysy oiko pérupi, ojere. Upévare, ore resápente roñe´ë ojupe. (Allí vivía una morena de unos 15 años. En la primera ocasión en que nos vimos, ya hubo una mutua atracción. Eran pocas las oportunidades para hablar, porque su madre estaba siempre cerca. Por eso, nos hablábamos solo con los ojos)“, cuenta don José Domingo, quien actualmente vive e´n Caaguazú. Fue possible encontrarlo gracias a la pista inicial proporcionado por el periodista de Villarrica Juan Gayoso y los oficios de otro guaireño, pero residente en Caaguazú: Emiliano Domínguez.
La ocasión de conversar, sin embargo, se dio pocas horas antes del espectáculo. “Chengo ndaikói ajere: derechoite ha´e chupe nokañyséipa chendive. Ndaikuaa porãi ha´épa che rayhu chéve terãpa la árte. (Fui al grano: le propuse que se fugara conmigo. No sabía si ella me amaba a mí o al arte que profesaba)” comenta. Ella le dijo que no.
Ya de nuevo en el tren, de regreso, la joven seguía en su mente. En ese viaje, silenciosamente, el compositor tomó la decisión de hacerle una música a su efímera amada.
En Villarrica hizo tres estrofas. “Nachemandu´avéima mba´éichapa héra raka´e. Amoi va´ekue chupe Rosita oconcierta haguã la che verso. (“No recuerdo ya cómo se llamaba. Le puse Rosita porque la métrica del verso lo requería”), comenta rememorando este artista que había aprendido las primeras lecciones de guitarra nada menos que con Carlos Talavera. Su hermano Livio –que cantaba a dúo con él- le ayudó a profundizar sus conocimientos musicales.
Algún tiempo después, Diosnel Chase lo contrató para una gira por el Alto Paraguay. En el barco y en los distintos puertos –desde Villa Hayes hasta Fuerte Olimpo- fue puliendo y completando su obra. “Epuraheimína ku nde purahéi koygua´i . (Porqué no cantás tu cancioncilla)”, le pedían sus compañeros, que ya conocían Oga´i morötïmi. Después ya cantó en público. El dúo Aguilera (Aristóbulo)-Brítez (Carlos) fue el primero en grabarlo en disco.
(x) Del diario ÚLTIMA HORA (El Correo Semana), 21-22 de octubre de 2002 (Asunción, Paraguay).
(x) Del diario ABC COLOR (Revista), domingo 2 de marzo de 2003 (Asunción, Paraguay)