20. Parte

“Asunción del Paraguay
Capital de mis amores
Tus naranjos y tus flores
Los recuerdos sin igual”

Heriberto Altimier (argentino)-x-
-x- De la canción Canto al Paraguay, que le pertenece
con música de Eulogio Cardozo y S. Aparicio de los Ríos

Del Paraguay Profundo

 

Postales de la Asunción de antaño

Gloriosos presidentes pobres (x)

por: Jorge Rubiani
(Arquitecto)

Presidente provisorio ante la renuncia de Eligio Ayala en marzo de 1924, Luis Alberto Riart compartía con Emiliano González Navero un Estudio  Jurídico ubicado en la calle 14 de mayo 228 y tenía una gran mansión en la avenida Mcal. López casi del Olimpo, hoy Kubistchek. La casa – que todavía existe- fue adquirida posteriormente por la Nunciatura Apostólica. El Cnel. Rafael Franco, sin embargo, vivía en los fondos de la residencia de la familia de su esposa, Doña Deidamia Solalinde, en la esquina formada por las calles Yegros y Fulgencio R. Moreno.

Félix Paiva es una extraña muestra de capacidad, honestidad y modestia que pocas veces se ha visto en el Paraguay. Graduado en Derecho y obtenido su doctorado en base a una tesis que versaba sobre “Sufragios”, Paiva ejerció cargos  en casi todos los estamentos del poder público. Además de Presidente de la República, fue Senador, Ministro de Relaciones Exteriores, Ministro del Interior y Ministro de Educación, Culto e Instrucción Pública en dos gabinetes sucesivos (ocho años). Fue Miembro de la Corte de Apelaciones y posteriormente presidente de la Suprema Corte. En el campo de la docencia, fue Decano de la Facultad de Derecho y Rector de la Universidad Nacional y uno de los primeros profesores que tuvo el Colegio Nacional donde enseñó, curiosamente, Geografía, Algebra y Geometría. En el campo político, Félix Paiva fue presidente del Partido Liberal y uno de los líderes radicales que depuso al Gral. Benigno Ferreira, en 1908.

En el ejercicio de la prensa, actuó en ”El Diario” – de su amigo Adolfo Riquelme- así como en otros órganos de aquel periodismo idealista y revolucionario de principios de siglo. Así, desde “El Semanario”, de la Federación de Estudiantes, hasta “La Democracia” y “El Paraguay” lo tuvieron en su filas. En la militancia intelectual fue autor de varios libros y ejerció la presidencia del prestigioso Instituto Paraguayo por más de ocho años. Luego de este impresionante currículum uno podría preguntarse dónde se encuentran las estancias o las propiedades de este señor. Pues el augusto Dr. Félix Paiva vivió y murió en una sola casa. Una pequeña casa, que todavía se conserva, al costado de la vía férrea, en España y Tacuarí.

José Félix Estigarribia no le va en saga a Paiva en cuanto a currículum, sumándose a los haberes del Mariscal las penurias de sus derroteros por el exilio y las casas de alquiler..., ya que el gobierno conductor del Chaco no tuvo casa propia. A su vuelta de Francia vivió en Oriente 56, hoy Boquerón 559; y también, por un corto tiempo, en un edificio todavía existente en Oliva entre 14 de Mayo y Alberdi. A su retorno del exilio en 1937, residió en una casa de los parientes de su esposa, Julia Miranda Cueto, en la calle México y 25 de Mayo, frente a la Plaza Uruguaya. El edificio todavía se conserva. Pero de donde salió el Mariscal para morir en aquella fatídica mañana del 7 de setiembre de 1940, fue de la casa de la calle Juan de Salazar y Manuel Pérez. La misma había sido cedida al Presidente por su propietario, el Sr. Carlos Sosa, por la intención que aquél tenía de comprarla en cuanto tuviera mejores disponibilidades económicas.

Le faltaba mucho: cuando falleció Estigarribia, no poseía sino 250 pesos argentinos ahorrados en un banco.

(x) Del libro POSTALES DE LA ASUNCION DE ANTAÑO, del Arq. Jorge Rubiani. (Noviembre 2002). E-Mail: jrubiani@highway.com.py

Coyuntura/ Sobre programas de gobierno estatistas o privatizadores

Distancias (x)

Al comenzar el siglo pasado, un diplomático europeo informaba que la distancia entreAsunción y el interior era de dos siglos. Pasada una centuria, el tramo no hizo sino prolongarse

por: Milda Rivarola

(Analista política) milda@pla.net.py

Saliendo de la oficina aclimatada, se entra apresuradamente al súper. Una góndola promociona tres bolsas de espaguetis (de licencia italiana) con un CD multimedia: la enciclopedia define conceptos con imágenes interactivas que cubren desde las batallas napoleónicas hasta la fisión nuclear, pasando por la fecundación in vitro. El ”combo” cuesta apenas el uno por ciento del salario mínimo.

A quinientos kilómetros, dentro del país, el mismo día, un peón indígena recibe su paga semanal de 30.000 guaraníes en bolsitas de sal, arroz o aceite, e indefectiblemente algo de caña adulterada. En el puesto de estancia del brasileño esos productos cuestan al doble que en el mercado, en valores que –además- el peón desconoce por completo. Y no se trata de xenofobias: hasta hace poco, capataces paraguayos pagaban por cabeza de ayoreo muerto, simplemente por estar abrevando en aguadas del patrón.

Llegó un Nobel a Asunción, invitado por una universidad. Dio una conferencia magistral, y su recepción del doctorado ad honórem tuvo magnífica cobertura de prensa. Esa misma semana, a apenas veinte kilómetros de allí, comisiones de padres de escuelas públicas vendían adhesiones a 3.000 guaraníes –polladas o tallarinadas- buscando pagar tizas y pupitres para sus hijos.

Las insalvables distancias

Al comenzar el siglo pasado, un diplomático europeo informaba que la distancia entre Asunción y el interior era de dos siglos. Pasada una centuria –con tres cambios constitucionales y sucesión de gobiernos de diversa laya de por medio- , el tramo no hizo sino prolongarse. La dicotomía Capital-interior dejó de ser la única: en el Chaco Central o el Este del país, el ingreso promedio de granjeros menonitas o farmers sojeros es cincuenta veces superior al de peones o campesinos de su inmediata vecindad.

Al lado de miles de hectáreas de cultivo transgénico fumigado por aviones, unos pobres liños de ”rama” y maíz sembrado con el milenario yvyra akua. Más acá del alambrado de una mega-estancia, cuyos novillos pastan de la variedad Colonial, luciendo caravanas de control informático, vacas raquíticas ramonean yuyos, atados a la vera del camino. Los transganados son fumigados preventivamente al cruzar el portón de la estancia, mientras los pobladores indígenas de las inmediaciones sufren sin medicamento alguno endemias de leishmaniasis.

Del vacío

La imagen de distancia tendrá uso literario, pero es incorrecta: ella supone la existencia de caminos libres de ser recorridos. De trayectorias ciertas que cualquiera puede transitar, escapando del hambre y la miseria. Que el libre mercado –para los liberales- o el Estado –para los intervencionistas- funcionaron cumpliendo un rol igualador, o, al menos, retribuyendo esfuerzo y trabajo con mejores ingresos.

Se trata, más bien, del vacío. Aquí ambos no funcionan, si es que existen como tales. Más que garantizar mecanismos “igualadores” entre los ciudadanos (con justicia garantizada, sistema tributario justo, educación universal y gratuita, salud pública y demás servicios sociales), el Estado fue y sigue siendo una poderosa arma de enriquecimiento ilegítimo para quienes detentan su gobierno.

Tampoco puede hablarse de mercado libre cuando las grandes fuentes de acumulación privada nacen precisamente de su ausencia o distorsión: contrabando y falsificación, corrupción de licitaciones, especulación financiera e intermediación comercial deshonesta. El algodón es oro blanco para las desmotadoras y pobreza asegurada para el cosechador, mientras el perfumista europeo paga por esencias vegetales quince veces más de lo cobrado aquí por el dueño del alambique.

Habrá  en el futuro cuestionamiento de programas de gobierno, debates sobre la pertinencia de proyectos de leyes, interminables discusiones sobre la viabilidad de frentes opositores o mesas patrióticas. Eso despierta interés, llena columnas de periódicos y satura los programas radiales. Pero son apenas medios –hábiles o incorrectos- para encarar la cuestión elemental: llenar el doloroso vacío, acortar la inmensa distancia que nos lleva a pobladores de una misma tierra a vernos como enemigos, o a tratarnos como extraños.

(x) Del diario ÚLTIMA HORA (El Correo Semanal),  31-mayo y 1 de junio de 2003 (Asunción, Paraguay).

 

NOTA: Los siguientes tres escritos pertenecen al mismo autor

Figuras de ayer y de hoy

Marialuisa Artecona de Thompson

Ha sonado una campana (x)
Su nombre escrito en el pizarrón de una escuela puede ser la para la autora
su máximo galardón: perdurar en el alma de los niños

por: César González Páez

(Periodista)

cesarpaez@uhora.com.py

Marialuisa Artecona de Thompson (Guarambaré, 1927) es, sin dudarlo, una de las educadoras más relevantes del Paraguay. Es poeta, cuentista y dramaturga. Licenciada en Letras por la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Nacional, Artecona de Thompson cultiva primordialmente la literatura infantil, según nos señala el diccionario de autores paraguayos de Méndez-Faith, una importante fuente para conocer datos biográficos y de obras de autores nacionales.

De doña Marialuisa Artecona de Thompson nos detendremos en un libro que apareció allá por 1965 y que tituló simplemente Viaje al país de las campanas, un nombre alegórico que nos indica tizas y pizarrones, que nos  trae un bullicio ya perdido. Sus poemas escolares todavía están presentes en el albúm de la memoria.

Cuando este libro apareció, el Ministerio de Educación y Culto, mediante una resolución del 4 de noviembre de 1965 firmada por el entonces ministro J. Bernardino Gorostiaga, aprobó que se recomiende su lectura en todas las escuelas primarias, públicas y privadas de la república. A partir de allí, circula este poemario que tal vez muchos habitantes de la niñez se acuerden y hasta es probable que puedan recitar alguno completo porque eran, en su mayoría, poemas breves, de gracia conceptual, que en gran medida generan simpatía a los lectores de cualquier edad.

Si bien el conjunto de poemas que acompaña al libro es de tono familiar, patriótico o simplemente de observación a la naturaleza, sobresale uno titulado Me han ungido maestra, en que abandona la lírica complaciente para hablar sobre el trabajo de la maestra, que muy pocas veces se valora en su totalidad. Allí la autora escribe poniéndose en lugar de una docente recién graduada: “Habrán de ser mis pasos cada día/ aurora inmensa sin ocaso alguno/ donde injusticias, dolores y ambrosías se abrasen por igual en fuego puro.” Y continúa el inventario de lo que le espera su vocación: “Los valles  de color, las fuentes claras,/ los gajos plenos de la primavera,/ Las cuitas del otoño y el invierno/ veré en las carnes de mis pobres niños.”.

En cuanto a premios –siempre recurriendo a la fuente citada más arriba- digamos que, en 1965, fue galardonada con el Premio Doncel de narrativa infantil. Entre sus obras publicadas se destacan: El sueño heroico (1963), Canción para dormir una rosa (1964), Cartas  al señor Sol (1966) y El canto a oscuras (1986). En la década del noventa tenemos La flor del maíz: Calendario escolar paraguayo y una voluminosa Antología de la literatura infanto-juvenil del Paraguay, ambos títulos aparecidos en 1992. Tiene, además, muchos cuentos y poemas dispersos en periódicos, revistas y antologías literarias locales y extranjeras. Actualmente, está retirada y recibió en la última Libroferia, celebrada este eño en el Shopping del Sol, un homenaje a su trayectoria.

(x) Del diario ÚLTIMA HORA (El Correo Semanal), 20-21 de octubre de 2001 (Asunción, Paraguay).

Figuras de ayer y de hoy

Manuel Riquelme

Sembrador de ideas (x)

Un maestro y escritor que sabía cómo generar el entusiasmo en su alumnos,

a través del lenguaje sencillo y elegante

Corría el segundo día de febrero de 1961 cuando fallecía un hombre que había dedicado cinco décadas a la docencia. Su nombre era Manuel Riquelme (1884.1961), nuestra figura de hoy.

Como cada semana traemos a los lectores a un hombre o mujer que se han destacado en Paraguay, los nombres no se acaban y, muy por el contrario, cada vez descubrimos a muchas personalidades que se han quedado en el desván del olvido. Rescatarlo para mostrar sus logros es la mejor manera de rendirles, a su vez, un modesto homenaje.

En esta sección no solamente elegimos a personas ya fallecidas, sino también a quellos que han demostrado tener una sólida trayectoria.

Don Manuel Riquelme no escapa a la regla, como escritor y poeta, de que muchos de sus poemas estén desperdigados por diarios y revistas, los que sería interesante rescatar. Incluso se habla de un texto para el primer grado, titulado Senderos, que se encuentra inédito, como así también un compendio sobre la Guierra contra la Triple Alianza, de más de trescientas páginas. También se encuentra sin editar una colección  de biografías de amigos suyos fallecidos, de aproximadamente doscientas cincuenta páginas. Así lo indica el diccionario Forjadores del Paraguay, un interesante material bibliográfico al que pueden recurrir los lectores para mayor información.

Las actividades docentes de Riquelme se volcaron con preferencia hacia la literatura y la filosofía. También dictó clases de Pedadogía, Lógica, Ética, Castellano y Psicología. María Graciela Monte de López Moreira, que firma un artículo sobre Riquelme, señala que los alumnos escuchaban sus exposiciones “con gran entusiasmo” en la Escuela Normal, el Colegio  Nacional y la Escuela Militar de Asunción. Destacan que tenía la virtud de “hacer pensar” planteando problemas y discutiendo las posibles soluciones. Citando a la historiadora M.G.M. De López Moreira, ella decía que Riquelme “tenía el arte de sembrar ideas en las conciencias de sus educandos”, agregando que fue un maestro moderno para su época, desechando muchos de los preceptos de la antigua escuela tradicional. Con dicción fácil y elegante, unida a sus indudables dotes de maestro, lograba que los problemas más complicados fueran entendidos. La investigadora señala que entre 1922 y 1931 se desempeñó como maestro en Argentina, enseñando en la Facultad de Ciencias de la Educación en Entre Ríos, y fue catedrático de Historia de la Educación en Buenos Aires.

Entre sus obras editadas podemos citar: Esfuerzo, Solidaridad y Aspiración, libro de lectura para la escuela primaria. Otros títulos son: Aritmética infantil, Paraguay-Bolivia, polémica y Filosofía y Educación, entre otros.

Asi nos acercamos a un hombre que dedicó su vida a dar su inteligencia a los demás; pedagogo eficaz e incansable que no es posible configurar en su totalidad en estas líneas.

(x) Del diario ÚLTIMA HORA (El Correo Semanal), 5-6 de enero de 2002 (Asunción, Paraguay).

 

Figuras de ayer y de hoy

Victorino Abente y Lago

Jerez y caña (x)

Un pionero de la poesía, quien publicó un

libro considerado el primero en su género

La poesía jocosa o irónica que suele aparecer en los periódicos y revistas del país ha puesto durante años a personajes públicos en apuros. Este tipo de versos tiene sus antecedente con el autor de Mesa revuelta.

Victorino Abente y Lago (1846-1935) nació en Galicia. A este creador se le atribuye un papel importante en el desarrollo de la poesía paraguaya. Sus estilo oscilaba entre lo romántico y lo festivo o jocoso. Pronto se arraigó en el país. Según las crónicas, solía citar a menudo este brindis de su autoría:

Mezclo un poco de jerez

con otro poco de caña

y bebo esta mezcla extraña

para brindar de una vez

por el Paraguay y España.

Arribado al país a los 23 años, es el primer escritor localmente conocido que dedica su vida y su obra a esta patria. Josefina Plá lo nombra en su libro Españoles en la cultura del Paraguay (publicado en el país por el Departamento Cultural de la Embajada de España en 1985). La gran Josefina señala que “su poesía se identificó con la intimidad emocional de la hora paraguaya, y el aura afectiva imantada por esta actitud lo acompañó siempre”.

Sus poesías jocosas –que le dieron prestigio- fueron apareciendo en diarios y semanarios de la época. Sus críticas chistosas y alusiones bienhumoradas en muchos casos no llevaban firma, pero se reconoce su estilo, con el sello hispánico de ritmo y léxico. En el diario El Pueblo tenía una sección llamaba Mesa revuelta. Con este título se publicaron esas poesías en 1887. Para doña Josefina Plá es el primer libro de poesía de creación local del que se tenga noticia.

Los poemas de Abente se recitaron  durante décadas. Fue suyo el primer poema dedicado a la mujer paraguaya, La kygua vera. Después vendría La sibila paraguaya. Rindió homenaje en sus versos a las dos facetas femeninas: la brillante o pintoresca y la dolorosa como sacrificada. La poesía que le dedicó al Salto del Guairá es bastante renombrada.

Para mejor ilustración, citemos un poema de este vate en el que se advierte su ironía contra ciertos personajes que integraban el clero de la época. Estos versos fueron escritos en Asunción allá por 1877.

El fraile de antaño

En su poltrona satisfecho mima

Su orondo lleno el vientre el que cubiertas

Sus gratas apetencias, larga ciertas

Señales de la fuerza que le anima.

El índice y el pulgar juntos arrima

De cuando en cuando a las nasales puertas,

Que con empuje suave más abiertas

Absorben el rapé que tanto estima.

Se recrea en el ocío, solo piensa

En los goces que ofrece lo terreno,

En tener bien repleta la despensa

Y en la fresca bodega vino bueno.

Y dice, hablando del castigo eterno:

!El que ama lo mundano va al infierno!

Aunque el poema describe sencillamente una forma de ser humano, el que dice una cosa y hace otra, vemos con qué elegancia irónica describe las costumbres del fraile. Nuestra figura de hoy llegó al país cuando aún no había terminado la Guerra Grande. El joven poeta se sintió impresionado por la imagen desolada que ofrece el país en esos momentos y escribe versos sobre el tema en semanarios y diarios de la época, en los que tuvo buena acogida por la solidaridad sentimental que expresan sus poemas.

(x) Del diario ÚLTIMA HORA (El Correo Semanal), 15-16 de diciembre de 2001 (Asunción, Paraguay).



Rincón Poético

Romance de la esperanza

Es triste, compañera,

que nos roben la patria;

más nos queda el consuelo

de poder aún amarla.

Sí, me ultrajaron los bandidos.

Sí, me escupieron en la cara.

Y me azotaron como a Cristo;

más tengo limpia el alma,

y ya ni los desprecio ni los odio

y renuncié también a la venganza.

Todo se lo llevaron los ladrones

cuando el saqueo de la casa.

!Hasta la virgencita de mi madre!

No nos dejaron nada.

…Ellos viven con miedo

y nosotros sonriendo de esperanza.

Julio Correa


Misión diplomática

De chica, quería

pertenecer al cuerpo diplomático.

Apenas pude, redacté una larga

Solicitud de empleo.

La guardé bien doblada

en un sobre oficio americano

y anduve por ahí

buscando a quien pudiera dársela,

a quien pudiese ofrecerme, oficialmente,

un cargo autorizado,

permanente,

de embajadora.

El sobre se me ajó

y la solicitud envejeció inevitablemente.

Y ya no preparé solicitudes

Porque entendí hace tiempo

que no hay empleador
para quien quiere ser embajadora del viento,

de la lluvia,

de los pájaros,

de las cosas que son o que no han sido,

del tiempo

que se aferra en seguir

mientras nosotros vamos y venimos;

mientras nosotros

venimos

y nos vamos.

Ya no presentaré solicitud para un empleo

que ejerzo

sin autorizaciones ni decretos

ignoro desde cuándo.

Si defrauda mi voz

la representación que usurpo

y me cancelo la licencia

o me jubilo por invalidez,

siempre seré, a escondidas,

embajadora de mi vocación y de mí misma.

Por entenderlo, gracias.

Por disculparme, gracias.

Gladys Carmagnola



Memoria viva

Cerro Corá: Muerte orillas  del Aquidabán (x)

por: Mario Rubén Álvarez
(Poeta)
alva@uhora.com.py

Roque Férnandez era el abuelo de Félix Fernández, nacido el 18 de mayo de1898. en la compañia Mbokajaty Pytá, de Itauguá. El lúcido anciano había sido soldado del Mariscal Francisco Solano López. Sobrevivió porque tenía santo aparte y eludió –con malabarismos increíbles- a la muerte en varias ocasiones.

-Nde, che ra´y –le dijo un día don Roque a su nieto Félix-, nde niko nearandu rehóvo ha oiméneva rehendu oñeñe´ëvaitereiha ñane Mariscal rehe. Oje´éva guive japu, ha tekotevë nde rehape renonde´a ñandéve umi ikü raimbetéva (Mi hijo: vós estás creciendo en conocimientos y seguramente escuchaste lo mal que se habla del Mariscal López. Todo lo que se dice de él es mentira, y es necesario que enfrentes a los que tienen la lengua muy filosa).

“Eso no debe ser así. Vos mañana serás hombre y tenés que escribir aunque sea en El Diario, le insistió el ex-guerrero, refiriéndose a la publicación que entonces dirigía Eligio Darrosa. A toda costa quería que la pluma de su nieto se afilara de coraje y saliera en defensa del hombre que continuaba amando, a pesar de la derrota. En esa época bullía  en Asunción la polémica entre lopistas y antilopistas. Por un lado estaban Juan E. (Emiliano) O´Leary y por otro Cecilio Báez como puntas de lanza. En un bando o en otro se alineaban los que defendían o condenaban al responsable de la Guerra Contra la Triple Alianza.

Las palabras de don Roque quedaron grabadas en la mente de aquel joven, quien buscaba una manera de cumplir lo que su abuelo le había pedido. En el silencio de las siestas y en la soledad de las noches fue rescatando en su memoria lo que el excombatiente de la Guerra Grande le había contado en varias ocasiones. Los relatos emocionaban al viejo, que parecía todavía estar siguiendo a López desde Cerro León hasta Azcurra y luego a Caacupé, para marchar hacia lo que debía ser su destino final en el peregrinaje sin esperanza: Cerro Corá, ya en las estribaciones del Amambay.

“Yo ya escribía ciertos versitos y me decidí a hacerlo, teniendo en mente todos los relatos que mi abuelo contaba sobre Cerro Corá, con la muerte del Mariscal en el Aquidabán Nigui”, contaba a La Tribuna, a fines de la década del 60, el propio Félix Fernández, quien, por entonces, ya vivía en Félix Pérez Cardozo (ex Hy´aty), en el Departamento del Guairá.

Juntando los fragmentos de los episodios, guardados en su memoria, a lápiz, escribió el poema épico Cerro Corá. Estaba en el 5o. Grado y tenia 15 años. Lo guardó durante mucho tiempo en un baúl. Herminio Giménez se lo pidió un día y lo sacó de su karameguã (baúl) para entregárselo, poco antes de que partiera con Justo Pucheta Ortega Pucheta´i- a Buenos Aires para grabar por primera vez. En 1931 –según la cronología de composiciones que proporciona Armando Almada Roche en su libro Herminio Giménez, viento del pueblo- le puso música.

La poesía es conmovedora. El Mariscal moría en el Aquidabán y, más que los hombres, le lloraba toda la naturaleza circundante. En realidad, en esa contienda bélica de exterminio, a esa altura, ya no había casi hombres ni mujeres que pudieran derramar sus lágrimas por el que había caído ya para no levantarse nunca más.

El gobierno del general Higinio Morínigo, el 24 de julio –aniversario del nacimiento de Francisco Solano López- de 1944 declaró a Cerro Corá “Canción Nacional del Paraguay”, junto a Campamento Cerro León e India.


Cerro Corá

Campamento, campamento, amoite Cerro Corápe
pyhareve ko´ëtï rire ñande guerra opa haguã
henda ári Mariscal, ijespadami okápe
!Vencer o morir! he´ihápe ohuguãitï umi kamba

Mariscal rire Mariscal jevy
mamópa oime nde rahasaharã
nembochyryry nereñentregái
ndéko Paraguay mombe´upyrã

Osyry upe Aquidabán culantrillomi apytépe
iñe´ëme omombe´u ñande ru omanohague
ha yvyra pirutïmíre, cerro hü pa´ü mbytépe
ysyrype omoirüvo ojahe´o umi guaiguïngue

Guyra jepeve ombopurahéi
omomba´ete Paraguay ruguy
nokirïrïvéi maymarö guyra
oñembo´epa cada pytumby

“Batallón ha regimiento: !Frente mar...cha tenonde!
ka´aguyre orretumba, Mariscálnte osapukái
ha oikovéva ha hasyva ha umi ñúre ikanguekue
opu´ã mboka ipópe odefendévo Paraguay

Ñamano rire jaikove jevy
ñahenduvove Mariscal ñe´ë
umi ysyry, tuju, karugua,
ombyasy joa López rekove

Campamento, campamento, amoite Cerro Corápe
cerromi pa´ü mbytépe, Cordillera de Amambay,
omano Mariscal López tricolor ovevehápe
nontregáiri upe ibandéra odefendévo Paraguay

La generación torroga hese
ha toñembo´e cada la oración
ha Cerro Corá, Lomas Valentinas
nacherendumína Sauce, Boquerón

Letra: Félix Fernández
Música: Herminio Giménez

(x) Del diario ÚLTIMA HORA (El Correo Semanal),  20-21 de enero de 2001 (Asunción, Paraguay)

 


DOCTOR PEDRO P. PEÑA

In memoriam de un gran paraguayo
(x)

Para muchos paraguayos, el doctor Pedro P. Peña es conocido como uno de los presidentes de la República que pasaron efímeramente por ese alto cargo. Para otros, fue un eminente médico y catedrático. Para los más, un punto geográfico perdido en la inmensidad chaqueña. El sexagésimo aniversario de su muerte es buen motivo para recordar a un ilustre paraguayo, cuya vida transcurrió animada por el más acendrado patriotismo.

El doctor Peña, en la época en que este ejerció la presidencia de la República.

Negros nubarrones se cernían sobre la República, cuando en una fresca jornada invernal de un ya lejano 1864, el hogar de una patricia familia paraguaya -integrada por Manuel Epifanio Peña y Francisca del Rosario Cañete García- fue alegrado con el nacimiento de un rubio niño, al que llamaron con el nombre de la advocación del día 29 de junio: santos Pedro y Pablo.
Poco después estalló la guerra contra la Tríplice que en su fragor consumió las energías y los hijos del país, entre ellos don Manuel Epifanio Peña, dejando viuda a su esposa Francisca Cañete, y huérfanos a sus hijos Jaime Antonio, Susana, Manuel,, Héctor y Pedro Pablo Peña (1864-1943).

Doña Francisca del Rosario Cañete García era hija del matrimonio de Juan de la Cruz Cañete y Ubalda García (1807-1890), esta última, hija del dictador José Rodríguez de Francia.
Al terminar la contienda, en 1870, entre los sobrevivientes que regresaron de la guerra estaba Agustín Cañete (1845-1902), también hijo de Ubalda García de Cañete, y se encargó del cuidado de su madre, de su hermana y de sus pequeños sobrinos.

Una de las instituciones a las que el médico dedicó su tiempo y su talento: la Facultad de Medicina, de la que fue decano.

Activo partidario del general Bernardino Caballero, don Agustín se sumó a la legión de jóvenes dispuestos a trabajar por la reconstrucción del país, ganando notoriedad y ocupando diversos cargos de relevancia, entre ellos, la titularidad del Ministerio de Hacienda en los gobiernos de los presidentes Bernardino Caballero, Patricio Escobar, Marcos Morínigo, Juan B. Egusquiza.

Formación y ejercicio
La actuación en la política de don Agustín Cañete, prohijó la de sus sobrinos, entre ellos el joven Pedro Pablo Peña Cañete, a quien apoyó a concretar su vocación por la medicina, enviándole a estudiar a la Universidad de Buenos Aires, de donde egresó doctor, en 1893; de regreso a su país, se dedicó a su profesión y a la cátedra universitaria, siendo nombrado, el 29 de noviembre de 1894, miembro del Consejo Secundario y Superior.
El 15 de diciembre de 1894 fue designado decano de la Facultad de Medicina, cargo que ejerció hasta enero de 1898. Entre tanto, el gobierno del presidente Egusquiza le nombró rector de la Universidad Nacional de Asunción (9 de septiembre de 1895), en reemplazo del doctor Federico Jordán. Poco después, fue nombrado miembro de la Comisión de la Biblioteca y Museo Nacional, sin perjuicio de sus funciones. Ocupó el rectorado de la Universidad Nacional hasta el 12 de febrero de 1898, cuando fue reemplazado por don Benjamín Aceval.

Para muchos paraguayos, el doctor Pedro P. Peña es conocido como uno de los presidentes de la República que pasaron efímeramente por ese alto cargo. Para otros, fue un eminente médico y catedrático.

Dos años después nuevamente ocupó el cargo, por renuncia del doctor Héctor Velázquez, ejerciéndolo hasta su renuncia, el 10 de julio de 1901, para aceptar un cargo diplomático.
Mientras se desempeñaba como decano y rector universitario, también ejercía de catedrático de Nociones Generales de Anatomía y Fisiología, Parto Normal y Ejercicios de Clínica Obstetricia.
Posteriormente, pasó a ejercer la cátedra de Fisiología General y Humana, Patología Interna, y fue delegado paraguayo en el Congreso Médico Latinoamericano de Chile.

El político
Su actividad profesional y docente no le impidieron inmiscuirse en la política, apoyando los gobiernos republicanos de la primera época de su hegemonía. En efecto, no logró sustraerse de la actividad política, que consumía grandes energías de la juventud de la época, pero su educación, su señorío, el espíritu de comprensión que presidiera su formación universitaria (de la que nunca se olvidó, según don Raúl Amaral) impidieron que pudiera sentir los revolcones de la lucha, en la que muchos dejaron parte de sus vidas y hasta jirones de su

Doña Carmen del Molino Torres.

alma. Aún así, en varias ocasiones llegó a presidir la nucleación partidaria de su afecto, e inclusive. Como resultado de nuestra agitada vida política en los primeros años del siglo XX, fue llevado en la cresta de la ola y depositado en el sillón presidencial. Pero, como el poder es un caballo que corcovea, no pudo sostenerse en el sillón no más de una veintena de días.

El presidente
En 1904, como resultado de la revuelta armada de ese año, y del pacto subsiguiente, el Partido Liberal había tomado las riendas del poder. Muy arisco éste, no permitía que los inquilinos de turno se sostuvieran sino meses o pocos años. Así fueron pasando numerosos miembros de una galería que iba haciéndose numerosa, hasta que, consecuencia de esos anárquicos días, luego del derrocamiento de Liberato Rojas, el Congreso, por decreto legislativo, designó presidente provisional de la República al doctor Pedro P. Peña, quien integró su gobierno con varias personalidades coloradas, como Eduardo López Moreira, en Interior; Fulgencio R. Moreno, en Relaciones Exteriores y Eugenio A. Garay, en Guerra y Marina. Las otras carteras estuvieron a cargo de liberales: Higinio Arbo, en Hacienda, y Rogelio Urízar, en Justicia, Culto e Instrucción Pública.

El casco -aún existente- de la quinta de Ybyraí, heredada de un célebre ancestro, el doctor Francia, y cuna de don Pedro P. Peña.

A poco de asumir ya tuvo que enfrentarse a nuevos intentos por derrocarlo, estallando focos insurreccionales en varios puntos del país, hasta que, finalmente, el 22 de marzo de 1912, es nuevamente descabalgado de la silla presidencial. Había estado en el cargo 22 días.

El diplomático
Lo efímero de su presencia en la presidencia de la República, en momentos en que el país se debatía en la más trágica anarquía, no le permitió realizar mayor obra de gobierno.
En la que don Pedro P. Peña sí tuvo destacada actuación, fue en la diplomacia. Se inició como secretario de la Legación paraguaya en París, Londres y Madrid (aprovechando dichas ocasiones para ir ampliando el horizonte de sus conocimientos profesionales).
El gobierno del presidente Emilio Aceval le designó ministro plenipotenciario en el Brasil, cargo del que renunció para asumir la cancillería, en el flamante gobierno del coronel Juan Antonio Escurra.

La defensa del Chaco
Luego de ejercer la representación diplomática ante el gobierno brasileño, el doctor Peña fue destinado a hacerlo ante los gobiernos boliviano, chileno y peruano. Como diplomático en Bolivia, tuvo la ocasión de conocer la existencia de un mapa mandado realizar por el gobierno de ese país, al ingeniero cartógrafo

Consejo Secundario y Superior.

francés, coronel Felipe Bertres, en 1843, durante la presidencia del presidente José Ballivián. Este documento reconocía la potestad paraguaya sobre el Chaco, lo que le convertía en un documento importantísimo para avalar la posición paraguaya sobre ese territorio, entonces disputado por Bolivia. Por orden del gobierno paraguayo, el doctor Peña se agenció y consiguió adquirir uno de los poquísimos ejemplares de este documento, el que fue remitido a la cancillería paraguaya.

El mencionado mapa, reconocía como paraguaya toda la ribera occidental del río Paraguay, desde el Río Negro u Otuquis. Como este documento ratificaba la posición paraguaya de la que la problemática chaqueña era una cuestión de definición de límites y no una cuestión territorial, como pretendía Bolivia. Al conocer el gobierno boliviano la tenencia del Paraguay del mapa Bertres, adujo que el mismo era nulo y exigió la devolución del documento, lo que fue realizado por el gobierno nacional, en un gesto que poco ayudó, en su momento, para la defensa del territorio chaqueño.
El reclamo y la recuperación de tan valioso documento por parte de Bolivia, convenció al doctor Peña de que ese país se empeñaría por todos los medios a su alcance a acceder al Chaco y una salida al mar por el río Paraguay. Más todavía al enterarse de la fundación de dos fortines, como parte de esa campaña de penetración, hecho que comunicó al gobierno paraguayo, advirtiendo de la gravedad del hecho y recomendando el estudio y la preparación bélica con miras a la defensa del Chaco.
El 20 de febrero de 1906, protestó enérgicamente ante el gobierno de La Paz, el establecimiento de estos fortines: Guachalla y Ballivián. Esta protesta fue la primera denuncia que hizo el Paraguay sobre la invasión militar del territorio chaqueño.

Don Agustín Cañete propició la formación intelectual de sus sobrinos huérfanos de guerra, quienes acompañaron su actuación política en los años de posguerra.

Esta advertencia llevó al gobierno paraguayo a considerar seriamente la cuestión, tanto en el aspecto diplomático -la firma que establecía la línea del Status Quo- como militar, en este último caso, enviando una misión a Europa, para la adquisición de material bélico y avituallamiento.

Aun así, la penetración boliviana seguía lenta, pero paulatinamente, con la fundación de otros fortines a lo largo del río Pilcomayo, y de la concesión de prospecciones petrolíferas, acercándose peligrosamente al río Paraguay. En tanto, la anarquía política estallada en nuestro país, no permitió una atención efectiva al problema, lo que fue aprovechado por Bolivia para su avance hacia la costa del río epónimo.
Lo que pasó después, incluyendo la chispa de Pitiantuta, los tres años sangrientos de guerra hasta el angustioso desenlace del Tratado de 1938, es cosa conocida. Muchas angustias, mucha sangre y muchas lágrimas derramadas innecesariamente, se hubieran evitado de haberse escuchado y tomado responsablemente -y obrado en consecuencia en aras de la convivencia internacional-, las advertencias que en 1906, hizo el doctor Peña.
Pero no fue así. Para desgracia de dos pueblos sudamericanos.
La recuperación del territorio disputado y el reconocimiento de sus compatriotas de los desvelos del doctor Peña, llevaron a denominar con su nombre, a uno de aquellos primeros fortines enclavados en la inmensidad chaqueña. Así, el fortín Presidente Guachalla, pasó a llamarse Presidente Pedro P. Peña.
Además de este punto en la geografía chaqueña, entre algunos de los homenajes hechos a este prohombre y héroe civil paraguayo, están las denominaciones de colegios, instituciones sanitarias y una seccional del partido de sus amores, la Asociación Nacional Republicana, donde se colocó un busto suyo, de la autoría del escultor Francisco Javier Báez Rolón.

Muy personal

El doctor Pedro P. Peña nació en Asunción el 29 de junio de 1864 y murió el 29 de julio de 1943, a los 79 años y un mes. Fue hijo de don Manuel Epifanio Peña y doña Francisca del Rosario Cañete, hija de Ubalda García y nieta del dictador Francia.
Fueron sus hermanos: Jaime Peña, Susana Peña, Manuel y Héctor Peña Cañete.
Contrajo matrimonio con Carmen del Molino Torres Jovellanos, nieta por línea materna, del presidente Salvador Silvestre Jovellanos (Carmen fue hija de Paulina Jovellanos Centurión), casada con el argentino Julián del Molino Torres. Este, que se desempeñaba como cónsul argentino en Asunción, era nieto de don Julián del Molino Torres, procurador del Cabildo de Buenos Aires, en 1795.
El doctor Peña y doña Carmen, fueron padres de Raúl Peña, casado con Haydée Soler Sosa (fue ministro de Educación y Culto), Jorge Peña, casado con María Sitcher (fue cónsul en el Brasil); Pedro Hugo Peña, casado con Emiliana Riera (fue diputado, senador y ministro de Salud Pública y Bienestar Social), Julio Lionel Peña, casado con Magdalena Gill Ayala (fue director de Protocolo de la Cancillería nacional y embajador en el Perú). También tuvieron una hija: Natividad Peña.

Luis Verón 

 Del diario ABC COLOR (Revista), 27 de julio de 2003 (Asunción, Paraguay).

Nota: (fragmento) sobre el Registro Civil del Paraguay

Con nombre y apellido (x)

El Estado se hace cargo del Registro Civil en 1880. Anteriormente era la iglesia la responsable de tomar nota de los nacimientos y las defunciones. Sin embargo, sus registros están extraviados.

A pesar de las pérdidas, una breve estadía con el equipo de trabajo del Registro Civil nos remonta a épocas como las de 1928 cuando Martín Yknase y Juanita Kamakuk, ambos indígenas, contraen matrimonio en la estancia misionera Nanahua (textual). También, a principios de siglo, se registran nupcias entre ingleses y mujeres indígenas, con la peculiaridad de que estas últimas no llevan apellido.

A lo largo de la historia, el Registro tuvo que adptarse a las circunstancias, como la Guerra del Chaco, cuando los oficiales salían a las trincheras para constatar las defunciones de los soldados.

El acta de matrimonio de Jorge Luis Borges con María Kodoma, que data del 26 de abril de 1986, en la colonia Teniente Rojas Silva, es otra de las reliquias del Registro, así como el acta de nacimiento del dictador Alfredo Stroessner que, según se constata, nació un 3 de noviembre de 1912, a las 5 de la tarde, en el domicilio de su padre Hugo y su madre Heriberta Matiauda.

Hay nombres raros como Telesfora, Troadia y Ulpiano, siendo María y Juan los más comunes en el país. También llaman la atención apellidos como Lluvia, Alegría, Pimienta, Sol, Hugo y Carlos, entre otros.

(x) Del diario ÚLTIMA HORA (Revista VIDA), diciembre 2002 (Asunción, Paraguay).

 

UN PARAGUAYO EN LA PATAGONIA

Hilario el caminante (x)



Un poco conocido episodio, ocurrido allá por mediados del siglo XVIII, fue la hazaña protagonizada por un indígena paraguayo llamado Hilario Tapary, cuando, forzado por las circunstancias, tuvo que realizar una caminata de unos 3.000 kilómetros para llegar a Buenos Aires, luego de un viaje a lo largo de dos años en los que abundaron las peripecias y las aventuras.

Indígena cazando guanacos, escena cotidiana en algunos parajes por donde pasó Hilario en su caminata.

Mortalmente herido durante el ataque de los ingleses en Buenos Aires en 1807, Hilario Tapary, un aborigen guaraní radicado en la capital porteña, sucumbió sin mayor gloria para sumirse luego en el olvido. No era nadie importante como para figurar en los anales de la historia grande. Era solo un indio. Uno más... o uno menos...

Pero, poco más de medio siglo antes, aquel olvidado indio guaraní, originario del Paraguay, había sido el actor de una de los más dramáticas aventuras de la época colonial en el Río de la Plata: una célebre caminata, acompañado de un perro, desde un recóndito confín patagónico hasta Buenos Aires y que duró nada menos que dos años.

Aquella epopeya tuvo lugar entre 1752 y 1755, cuando Hilario Tapary integró la tripulación de una embarcación enviada por don Domingo Basavilbaso, alto funcionario colonial en Buenos Aires y comerciante, dueño de un saladero, para buscar en la Patagonia, pescado y sal, para su establecimiento industrial.

Para llevar a cabo su cometido, fletó un bergantín negrero llamado San Martín y rebautizado San Antonio, y organizó una expedición con destino a San Julián, un lejano lugar al sur del continente, con el objeto de cargar pescado y sal, de cuya abundancia tenía buenas noticias.

La misión fue encomendada a Jorge Barne, "piloto práctico de la costa de Guinea", que había llegado a Buenos Aires con una carga de negros esclavos y ropa.

La expedición había salido del puerto bonaerense el 16 de diciembre de 1752, con autorización del gobernador Andonaegui y llevaba, además, la misión de reconocer las costas marítimas argentinas. A los 25 días de viaje llegaron al puerto de San Julián, donde -previo algunos incidentes por las condiciones de la caleta elegida- se hicieron a tierra.

A poco de llegar comenzaron a explorar el lugar y a recoger sal. Luego de carenar la embarcación, cargaron la sal y gran cantidad de peces, regresaron el 14 de enero de 1753. Dejaron en el lugar a varios hombres para juntar nuevas cantidades de sal y pescado, esperando el regreso de la nave.

En efecto, se quedaron en el puerto de San Julián, el gallego Santiago Blanco, el paraguayo Hilario Tapary y José Gombo, "natural de las Indias Orientales" -o sea, chino-. Días después, por el camino, se quedó otro, un negro angolés que huyó del barco y se internó tierra adentro.

Don Domingo Basavilbaso, además de pionero de las comunicaciones postales, fue uno de los principales empresarios de la industria cárnica rioplatense. Buscando materia prima e insumos fue responsable de los avatares que pasó Hilario Tapary, hace dos siglo


Cuando estuvieron de vuelta a San Julián para traer hasta Buenos Aires nuevas partidas de sal y pescado, no encontraron a los hombres que se habían quedado. Tampoco encontraron rastros de sal y pescado, además de las otras cosas dejadas. Sólo luego de mucho buscar, encontraron restos de una carreta y de una canoa, con dos escopetas adentro. Días después encontraron muchos aborígenes con abundante caballada, que se mostraron amistosos, pero ni noticias de los hombres.

Nunca más supieron de ellos y los tuvieron por perdidos hasta que, el 12 de enero de 1755, hizo una relación de su derrotero ante don Domingo Basavilbaso, en Buenos Aires.

Por ser casi desconocida para nosotros, sus compatriotas, vamos a reproducir textualmente la relación transcripta por el señor Basavilbaso, de lo relatado por Hilario Tapary:
"El día último de marzo o primero de abril de 1753, que fue a los 15 ó 16 días de haber salido el bergantín, nombrado San Martín, del puerto de San Julián en su primer viaje, en los cuales hubo frecuentes lluvias, se acercaron a la isla como 200 indios, y con la bajamar pasaron al rancho que tenían hecho los tres hombres que se quedaron e inmediatamente empezaron a tomarse todos los bastimentos que tenían, de bizcocho, yerba y tabaco, y deshicieron los barriles de carne salada, tocino y agua para aprovecharse sólo de los arcos de fierro, arrojando la carne y tocino, y después se fueron. Al día siguiente volvieron a acabar lo poco que había quedado, juntamente con la ropa fuera de su cuerpo; y aunque el dicho Hilario confiesa que no conoció en los indios ni inclinación de querer hacer daño a su persona, antes bien al contrario, pues los indios le manoseaban a él y a su compañero, sin atreverse ni querer quitarle ropa alguna de la que tenían puesta, con poca reflexión determinó salir de aquel paraje con
otro (su compañero) indio chino, llamado José, por miedo que le matasen, por no tener ya cosa alguna que tomar de su rancho. A que se agregó, que el gallego, nombrado Santiago, a la primera vista de los indios se fue ocultamente y sin decir nada, de miedo a ellos, tirándose a escapar por la parte opuesta de ahí a donde habían avistado los indios, sin saber lo que se hizo. Viéndose en estas confusiones, por último se resolvió a salir de aquel paraje con su compañero José, y lo ejecutó por la noche, tomando el rumbo para venirse a Buenos Aires por la costa del mar: y por ella vinieron caminando a pie sin ninguna providencia, más que unos avíos de encender fuego, y dos perros pequeños, los cuales solían cazar algunos zorrillos y otros bichos con que trabajosamente se alimentaban. Pero lo más penoso fue la falta de agua dulce, por lo que a la orilla del mar hacían cazimbas, con lo que se humedecían las bocas, pues lo salado de ella les permitía beber muy poco, porque se les seguía mayor daño: como le sucedió al nombrado José, que por haber bebido algo más se enfermó, de modo que a las tres semanas de haber caminado en esta forma, quedó tan aniquilado que no pudo proseguir, por más que le animaba Hilario, siendo la mayor pena su excesiva sed, pues tenía la boca sin la más leve humedad.

"El Hilario se detuvo allí dos días por ver si por aquel contorno encontraba alguna agua dulce para refrescarle, pero no lo pudo conseguir; y viendo el mal estado de su compañero y sin poderle remediar, porque no le sucediese otro tanto, determinó dejar a su compañero con bastante sentimiento, llorando tan

A lo largo de su caminata, Hilario Tapary fue recorriendo diversos paisajes: páramos casi sin vegetación, bosques, ríos y elevadas cumbres, hasta llegar a su destino final, Buenos Aires, luego de dos años de viaje y aventuras.

fatal suceso, y tomó su camino, con sus dos perros: a los dos o tres días encontró una laguna pequeña rodeada de porción de guanacos que habían consumido toda el agua, dejando solo la humedad entre el lodo, y llegó tan fatigado que se consolaba con poner la boca sobre aquella humedad, que no obstante le sirvió de algún corto alivio. Habiéndose acercado un poco más a la orilla del mar, consiguió matar un lobo marino con un palo que llevaba, y luego se bebió la sangre de él, que le supo muy bien, y haciendo su fuego se lo comieron entre él y sus perros, y el pellejo se lo sacó en disposición que le pudiese servir para echar agua. Y siguiendo su camino, a los dos días llegó a donde había un manantial pequeño, en el cual se refrigeró él, y sus dos perros, y discurriendo poder socorrer a su compañero le pareció inútil, pues le contemplaba ya muerto: por lo que llenó el cuero del lobo de agua, siguiendo su rumbo, que regularmente era como media legua de distancia distante del mar que se internaba un poco, en donde había porción de lobos marinos, con lo que él y sus perros saciaron su hambre y su sed, y de ahí fue siguiendo, con la pensión de faltarle agua, porque toda la que hallaba era salada, aunque estaba en lagunas algo distantes del mar: y siguiendo varios días sin comer porque nada se encontraba, uno de los dos perros corrió una bandada de avestruces, y se alejó tanto que se perdió, cuya falta le sirvió de congoja, pues lo contemplaba como compañero, y que por él remediaba algunas veces sus necesidades. Y por último halló unas matas que tenían una especie de fruta redondita y negra, con lo que se mantenía trabajosamente: y aunque bajaba a la costa a su pesca de lobos marinos, ya no los había. Pero caminando algún tiempo, encontró un riachuelo de agua dulce que se internaba tierra adentro, bastante angosto, pero con mucha corriente y hondo, y a la boca que hacía el mar tenía poca agua: no obstante no lo pudo vadear, y encontrando en sus orillas muchos maderos de sauces secos, que se conocía eran traídos de adentro con la corriente, pudo lograr echar uno de ellos al agua, embarcándose en él con su perro, y lo pasó, costándole algún trabajo por la corriente.

"A orilla de este río había algunos sauces pequeños, y habiéndose refrescado, siguió su camino; y a una semana de haber caminado, avistó unas serranías muy altas, ásperas e intransitables, desde tierra adentro hasta la orilla del mar, de modo que para salir de su aspereza se bajó a la playa, y cuando bajaba el agua, caminaba: cuya estación le duró dos semanas: y aún después caminaba por el campo, avistaba algunas sierras pequeñas y montes, encontrando también algunos montecitos de un árbol, nombrado chañar, cuyas frutas, aunque muy escasas, solían templar su hambre, ayudado en su poca pesca y otros bichitos del campo que podía lograr: pues ninguno reservaba, por inmundo que fuese, porque para él todo le era comida delicada y gustosa, siendo lo peor y más trabajoso que le faltaba algunas veces; pues asegura que en la estación de su viaje se le pasaban ya los cuatro, ya los seis días sin comer ni un bocado, en lo que se afirma muy de cierto y aun le parece que hubo temporada de dos semanas. Pero como es un indio tan poco experto no se le ha podido averiguar el tiempo fijo que tardaba en las estaciones de un tránsito a otro sin saber hacer cuenta ni por días, ni por semanas, ni por meses ni por lunas. Y así al cabo de estas estaciones, que no sabe el tiempo que tardó, pues unas veces dice que serán dos meses, otras tres y otras uno, llegó a un río de agua dulce y muy caudaloso, que lo halló yendo desviado de la costa como cinco leguas, e ignora la situación hacia la boca del mar, pero asegura que será muy grande por ser el río muy ancho y caudaloso. Apenas se acercó, cuando vio venir a sí dos indios a caballo con sus lanzas, con cuya vista pensó ir a ver la de dios: péro llegándose los indios a él, le cogieron de los brazos, preguntándole ¿qué hacía por aquellos parajes? según demostraban por las señas. Pero ni uno ni otro se entendían, y al fin permitió su fortuna que se acordasen que era de la especie humana, pues sea por

esto, o porque le vieron hecho un esqueleto de flaco y consumido, siendo por su naturaleza bien fornido, se condolieron de él, y mostrándolo lo condujeron un poco más adelante, en donde había como unos 20 toldos de indios con sus familias de mujeres e hijos, y le recogieron en uno de los toldos, y le daban de comer avestruz, venado y caballo que son sus manjares, y le daban de sus cueros para que se tapase y durmiese, por ser la estación fría por las heladas que caían. De este modo lo pasaba razonablemente, hasta que logró restablecerse, poniéndose capaz de andar a caballo e ir con ellos a cazar y correr yeguas cimarronas, que ya había algunas: y después de algún tiempo dispusieron pasar el río los indios con las familias, y lo ejecutaron a nado en unas pelotas de cuero, en donde se ponían ellos con sus mujeres e hijos, y dentro ponían los toldos, que son de cueros de caballos, que tienen muy especiales para pasar el río, se echaron las pelotas y pasaron todos con felicidad a la otra banda, y allí volvieron a acamparse, siendo su ejercicio el cazar avestruces y otros bichos y animales para comer, pasándose muchísimo tiempo en jugar, perdiendo cueros de caballo que se ganaban los unos a los otros, y no se reconoció que hubiese ningún cacique entre ellos, pues todos igualmente mandaban y tenían sus pendencias".

Luego de pasar un buen tiempo con estos aborígenes, durante su trashumancia, fueron acercándose a los campos de la provincia de Buenos Aires. En un momento dado, en horas de la noche, tomando un caballo, Hilario Tapary siguió camino, alejándose del rumbo de sus compañeros y acercándose nuevamente a la costa, hasta que en durante un sesteo bajo un árbol se le acercó un indígena, del grupo de un célebre cacique, Nicolás Bravo, con muy buenas relaciones con las autoridades bonaerenses. Este indígena, le acompañó hasta su toldería, le alimentó y le vistió y, luego, le guió hasta Buenos Aires adonde llegó el 6 de enero de 1755. Esa fue, en resumen, la aventura de Hilario Tapary, un héroe olvidado, pero de gran merecimiento.

Luis Verón

 (x) Del diario ABC COLOR (Revista Dominical), 29 de junio de 2003 (Asunción, Paraguay).