21. Parte

El Yvymara e´ÿ, la Tierra sin Mal (x)
Arbol "Los Tupi-Guaraní vivían soñando el Yvymarae´ÿ, la prodigiosa Tierra sin Mal donde el maíz crece solo y los hombres son inmortales. Por eso, ellos formaban parte de un pueblo en permanente éxodo. Los Karai, chamanes con suficiente poder para hacerse invisibles, resucitar a los muertos y devolver la juventud a las mujeres, eran los que mantenían viva la llama de la esperanza de llegar un día al mítico edén."
(x) Mario Rubén Álvarez (Poeta)

 

 

 





DEL PARAGUAY PROFUNDO

La música del paraguayo (x)

por: Saro Vera

Pienso que la música es la actividad creativa del paraguayo que concita los mayores elementos constitutivos de su carácter: el sentimiento, el optimismo, la contemplación, el equilibrio interno sin grandes sobresaltos, sin tragedias y fuertes contrastes que se encuentran, por ejemplo, en la música rusa. Aún carecemos de un novelista de la talla poco frecuente en la historia, donde podemos leer el alma paraguaya en toda su sencilla y complicada manifestación. El día que leamos ”la casa de los muertos y la sepultura de los vivos” paraguayo donde hallar el alma paraguaya con todos sus matices habremos descifrado la música paraguaya. Asi leídas las novelas de Dostoweski nos resultarán comprensibles, por ejemplo, el poema sinfónico “Una noche en Monte Calvo” de Musorski donde yuxtaponen el cataclismo de la noche con la suavidad celestial del amanecer con su campana llamando Misa.

El paraguayo es un alma musical. Su característica en esta manifestación es que no canta en grupo. Canta solo. Lo que demuestra que el paraguayo es fundamentalmente un músico no porque es cierta aquella anécdota de que con la música los misioneros atraían a los indígenas, sino por la aparición espontánea de cantores solistas y conjuntos allá en los rincones perdidos de su tierra. Cada pueblito ha dado nacimiento a innumerables músicos. Anteriormente la manifestación más ordinaria del canto era del dúo. Pero la música se guarda para los acontecimientos sociales. El paraguayo dificilmente canta solo o a solas. Prefiere silbar, el silbido melodioso. Pareciera que el silbido es la manera más silenciosa y meditativa de hacer música. No distrae, no produce un ruido perturbador. El paraguayo se deleita con la música mientras se abstrae de lo que sucede alrededor, especialmente en sus viajes solitarios, silbando melodías propias.

La melodía de la música paraguaya responde a la preponderancia de cierto sentimiento moderadamente nostálgico, sea en ritmo de polka o de la guarania, de rasguido doble, de valseado o de chamamé, sea en los ritmos más rápidos y de interpretación más vivaz del “kyre´y” o la llamada “litoraleña”.

El paraguayo tiende a un ritmo lento. No es que se cambia al 6x4 ó 6x8. Lo que sucede es que las notas se alargan, toman más tiempo del que se le asigna según el significado de los signos musicales. Lo que deseo expresar es que el paraguayo tiende, por ejemplo, a convertir las semicorcheas en corcheas, las corcheas en negras y las negras en blancas y las blancas en redondas, pero sin perder el ritmo básico. Cuando se trata de la música religiosa sí que es el colmo cómo alargan las notas.

Dentro de la realidad de la expresión musical del paraguayo, la polka “yahe´ó” no es nada extraño. No se requiere ideologización para comprenderla. Sin mayor esfuerzo y sin mayor perspicacia musical se descubrirá el proceso de decadencia de la música paraguaya. No sé si faltan valores creativos o si se debería a la popularización de la música. Desaparecieron o dejaron de abundar los músicos inspirados con la sublimación de la música del pueblo. Es probable que ya en notables músicos folklóricos se hallan ya pronunciados los vestigios de esta tendencia.

A partir de algunos músicos proliferan los compositores muy populares que carecen de una inspiración suficientemente sólida para imprimir sublimidad a la expresión musical del pueblo. Componen con toda tosquedad de la mano callosa del agricultor. Ya no se liman sus obras y se le impone el estilo del alargamiento de los sonidos de las notas musicales. La polka “yahe´ó” no es un producto social sino que es, diríamos, la música paraguaya originaria. Las circunstancias trágicas nunca han dado origen a expresiones musicales luctuosas y desesperadas en el paraguayo. Ni siquiera la hecatombe del 70. Considérase el Campamento Cerro León, por ej.

En cuando a expresión del alma del paraguayo predomina la nota mayor que da a la música paraguaya una nostalgia muy propia. Es muy diferente, por ejemplo, de la del Altiplano en la que predomina la nota menor resultando una música triste, casi desesperante. Pienso que la visión anonadante de la Cordillera de los Andes y otros fenómenos quizá sociales del pasado hayan impreso en el alma incaica la tristeza de la vida. Escuchando su música da la impresión de una etnia dominada, entregada, sin esperanza.

La tragedia para el paraguayo es un accidente de la vida: nunca podrá marcar su alma. Por eso carecemos de música de protesta propiamente dicha. Ni siquiera las letras son de real protesta a excepción única quizá de las Teodoro S. Mongelós. No se me escapa que en las décadas del 60 y 70 se han importado muchas letras de protesta y también música. Pero desaparecieron porque el paraguayo no soporta la tragedia. No condice con su identidad. Si la acepta, al poco tiempo verá destruida su alma quitándole el optimismo de la vida como hemos observado en tiempos de las ligas agrarias, dominadas por extranjeros con alma llena de amargura tal vez, del fracaso de sus propias tierras.

La lentitud de la melodía y cierta moderación en el tono responde al carácter contemplativo. Todo lo fuerte y lo rápido va directamente contra la contemplación, que requiere lentitud para contar con el tiempo de ponerse frente a las cosas o acontecimientos o las personas. La contemplación conlleva cierta paz o necesita una cierta dosis bastante alta de paz. Lo estrepitoso que hiere la interioridad anula a la contemplación. El paraguayo se aturde con lo estrepitoso. Hasta considera falta de respeto el hablar fuerte.

No hace mucho conversaba yo con una muchacha que pertenecía a cierto grupo de laicos consagrados cuyo asesor es sacerdote español. Nos decía que ella infaliblemente se escondía con otras compañeras cuando llegaba el susodicho sacerdote. Les espantaba porque hablaba muy fuerte. No las retaba, simplemente hablaba muy fuerte. Por lo visto tenía una voz impresionante, que es suficiente para perturbar el ánimo del paraguayo.

Una experiencia; hace unos años, con los seminaristas del Seminario Menor de Villarrica. Les había dicho que la música, llamada culta, es fácilmente comprensible. Sus melodías son también simples con la diferencia de que se las desarrolla como se desarrolla una idea en una composición literaria. En fin, para demostrarles les hice escuchar la “Danza de Anita y El amanecer” de Peer Gynt. Todos contentos. Luego escuchamos el cuarto movimiento de la sexta sinfonía de Beethoven. Este creó cierto desasosiego. Pero, cuando escuchamos  la primera parte de una “Noche en Monte Calvo”, por poco los muchachos no se tapaban los oídos. Este poema sinfónico produce la sensación, no de una tormenta que describe Beethoven, sino de que el universo se desquicia y se desintegra. Un cataclismo cósmico, que en una persona excesivamente sensible, puede producir el sentido de un cataclismo psíquico. A más de la terrible descripción del mal, Musorgski recurre a la disonancia espantosa justo para dar la sensación del desquicio y despedazamiento universal concentrado en la misa negra. El paraguayo no lo soportará. Quizá ni siquiera diga que se trata de un ruido menos molesto como Napoléon definía la música, según la leyenda que corre por ahí.

La disonancia expresa lo trágico, la destrucción irredenta. Las cosas no se encuentran en su lugar, ni siquiera se las puede componer. Lo peor del caso es que escapa a la posibilidad del paraguayo de dominar lo trágico por medio de la evasión y la caricatura o ridiculización. En la música, la tragedia carece de cara y cuerpo, así que es imposible encontrarle el lado ridículo. Más aún, le hiere al paraguayo por medio de lo inefable en el mundo de sus sentimientos, dentro de su intimidad. Con la música queda prisionero de la tragedia en vez de aprisionarla él como normalmente sucede o hace.

La característica de la música paraguaya será siempre de tono romántico; de acordes perfectos; de ritmo lento y acompasado. La música sería uno de los caminos de fácil descomposición interna del paraguayo. Someterlo a la disonancia, pronto sería presa de la tragedia. Y ni pensar en ésto porque del paraguayo sin su vida franca, se podrá esperar cualquier cosa, formaría una masa destructora peor que los tártaros de aquellos tiempos. La música paraguaya llama a la meditación y a la danza antes que al baile.

(x) Del libro: El Paraguayo, un hombre fuera de su mundo, del Mons. Saro Vera.
Editorial: EL LECTOR (Setiembre de 1994; 3ra. Edición). Asunción, Paraguay. Más información sobre el autor, hacer click sobre lo subrayado.

 

 

Nota acerca del Maestro José Asunción Flores

Un Paraguay digno (x)

por: Carlos Noguera
(Músico)

La primera música de Flores que escuche fue ”Ka´aty” y me llamó la atención, me impactó profundamente cómo un autor paraguayo había podido retratar en sus melodías tan profundamente el paisaje del Paraguay. Preguntando de quién era la canción, me dijeron ”José Asunción Flores”, a partir de entonces me dediqué a investigar y a tratar de conocer más acerca de este gran maestro.

En esas épocas yo iniciaba mi carrera de compositor. Era muy difícil conseguir material acerca del maestro, porque el régimen de entonces lo catalogaba como “comunista” y, por tanto, estaba prohibido para los jóvenes tener acceso a su obra.

Sin embargo, nosotros, con el grupo que más tarde se conocería con el nombre de el “Nuevo Cancionero Paraguayo”, Mito Sequera, Maneco Galeano, Juan Manuel Marcos, Jorge Garbett, los hermanos Pettengil, Jorge Krauch y otros tantos, habíamos logrado construir un microclima en el cual podíamos discutir y reflexionar acerca de los problemas específicos de la cultura nacional, así como de la agobiante realidad política que nos aplastaba. En innumerables noches y madrugadas en la casa de Maneco Galeano muchas veces interpretábamos música de Flores, discutíamos sus arreglos orquestales y, por qué no decirlo, nos influía de tal manera que era difícil sustraerse a esa maravillosa influencia que muy bien se puede percibir en muchas de nuestras composiciones de esa época. Quién puede negar que temas como “Despertar”, de Maneco, o “La residenta”, con textos de Juan Manuel, tienen una gran influencia del maestro Flores.

Para nosotros la figura del maestro Flores constituía el ejemplo de que existía un Paraguay digno bajo la superficie de la frivolidad y de la corrupción que imperaba en ese entonces, y que podía ser posible realizar los sueños de un país democrático y humanista tal como tan el Maestro lo intuía en sus obras.

Un día de mayo de 1972 nos sorprendió a todos la triste noticia de su fallecimiento. A mí especialmente me dolió más el hecho de que no había podido conocerlo personalmente y hasta hoy día eso constituye una sombra en mi vida artística e intelectual. Esa misma noche programamos un especial en Radio Cáritas, que era la única emisora que en ese momento abría sus puertas para este tipo de inquietudes. Durante el mismo se leyeron ensayos de varios autores, entre ellos Emilio Pérez Chávez, Juan Manuel Marcos y otros, y durante dos horas difundimos exclusivamente música de Flores. Aunque hoy sea difícl de comprender, en esa época difundir por radio su música era todo un acontecimiento, ya que la misma estaba sistemáticamente prohibida. E incluso los voceros oficiales de la dictadura trataban por todos los medios de negarle la paternidad de la guarania, cosa que con el tiempo tuvieron que abandonar. Porque la guarania ya era del pueblo y José Asunción Flores era y es su más fiel intérprete.

Puedo decir que toda nuestra obra estuvo inspirada en el ejemplo del maestro, ya que pienso que si de alguna forma podemos definir a esta porción de tierra que se conoce en el mundo con el nombre de Paraguay, es por la labor de sus más grandes creadores artísticos. Y entre ellos el maestro Flores ocupa el lugar más relevante de la historia.

En 1975, con un grupo de entusiastas jóvenes organizamos el Festival de la Guarania, en homenaje al cincuentenario de su creación. El festival fue un gran éxito, con un público estimado en alrededor de cinco mil personas en el estadio León Coundou, y creo que fue el punto de inflexión en el cual la dictadura empezó a perder terreno y las fuerzas democráticas de la oposición y de la resistencia empezaron a diseñar el futuro de un Paraguay diferente. El público que se abigarraba en las instalaciones del viejo estadio era un público mayoritariamente joven y que, paradójicamente, a través del festival empezaba a descubrir a ese otro Paraguay, que el régimen se empeñaba en negar o en ocultar.

Las banderas de Flores ya no abandonarían las manifestaciones de la juventud y su memoria, hoy en día, representa el último baluarte cuando ya creemos que todo no está perdido y se nota la vigencia de un espíritu libertario y revolucionario, en el mejor sentido del término, como es su música.

(x) Del libro: Tributo a Flores; recopilador: Antonio Pecci

ACOTACIÓN DE FA-RE-MI:
Al cumplirse el 30 aniversario (21-05-2002) del deceso del maestro José Asunción Flores, ocurrida en Buenos Aires (Argentina) el 16 mayo de 1972, se lanzó en Asunción, el libro ”Tributo a Flores”, bajo la coordinación del periodista Antonio Pecci (
pecciv@uhora.com.py), un activo y entusiasta comunicador de la cultura. La importancia de este libro se refleja en las aportaciones de destacadas de figuras de la vida artística paraguaya, como por ejemplo, Carlos Federico Abente, Elvio Romero, Augusto Roa Bastos, y de músicos de la talla de un Sila Godoy, Luis Szarán, Alejandro Cubilla, etc.

Nuestra revista digital recomienda calurosamente la adquisición de este importante libro sobre el maestro Flores; y entre otras librerías, se puede dirigir a: Servilibro, Plaza Uruguaya, tlf/fax: (595-21) 442-85, Asunción, Paraguay. E-Mail: vidaliasanchez@highway.com.py

 

MEMORIA VIVA 

DEL CANTO DE DOS PÁJAROS AL AMOR DE UNA MUJER

Mokóî kogoe

Silverio Rojas Vargas, en alba, escuchó una sinfonía de aves cantándole al amanecer. De las voces, eligió dos que le impresionaron vivamente, relacionándolas con la joven a quien amaba.

Mario Rubén Álvarez 
-Poeta-
(alva@uhora.com.py)

 

El alba estaba asomando ya en el horizonte, con las primeras claridades de un nuevo día. El músico y poeta Silverio Rojas Vargas -nacido el 20 de junio de 1946 en la compañía Alonso Kue, del distrito de Tebicuarymí, en el Departamento del Guairá-, con Efrén Gómez, artista como él, volvía a pie de la fiesta patronal de La Colmena un 15 de mayo. Habían casi amanecido tocando en una calesita.

Los dos músicos acababan de pasar la Laguna Verá, en la compañía Mbocayaty, ubicada entre La Colmena y Tebicuarymí, ya de regreso a sus casas. Luego de pasar al costado del espejo de agua, se quedaron en un saraty (sara: arbusto de no más de cuatro metros, de ramas que buscan el suelo, propio de lugares húmedos, cuyas fibras se usaban para hacer cuerdas) que recubría un estero de dos leguas.

"Mi compañero quería tomar caña y, a esa hora, no había ningún almacén abierto. Yo no aperitaba aún porque era muy joven. Tenía 17 años apenas. Nos sentamos entonces como pudimos, al amanecer, a cantar Serenata Carmencita-pe, Tupâsy del Campo, Ko'êtî jave y otras composiciones", recuerda Silverio Rojas Vargas en Ciudad del Este -donde vive actualmente-, entrevistado por el generoso amigo Gabriel Chaparro, conductor del programa Paisaje Folklórico Guarani, que se emite por Radio Itapirú los domingos a la mañana. La audición cumplió ayer cuatro años de ininterrumpida emisión.

Ese entusiasta hombre de radio, profundo conocedor de la música paraguaya, entrevistó a Rojas Vargas y nos remitió el material grabado, origen de la historia que aquí se relata. Silverio le cuenta que estando allí, en el ko'êju crecido, él y su dúo empezaron a escuchar una sinfonía de pájaros similar a la que tuvo que haber escuchado Herminio Giménez cruzando el Chirigüelo para escribir luego El canto de mi selva. La naturaleza despertaba de las sombras, recuperaba lentamente su esplendor cotidiano y las aves del entorno se sumaban a esa repetida fiesta. "Oî la hâtâve opurahéiva. Oiméne upéa raka'e la kurukáu mba'e pe estero mbytépe. Oñepyrû peteî orquesta natural de canto de aves. Opuraheipaite la oîmíva guive. Ha pe cerro lado katu, oñombohovái purahéipe mokóî kogoe (Algunos pájaros cantaban más fuerte que otros. Uno de ellos pudo haber sido el kurukáu, en medio del estero. Comenzó a sonar una orquesta de aves. Todos cantaban al mismo tiempo. Desde el lado del cerro se respondían cantando dos kogoe)", le cuenta Silverio a Gabriel, quien indica que la obra poética tuvo que haber sido de 1963-1964.

La percepción del canto de los ynambu kogoe (una de las 14 variedades de perdices que habitan el Paraguay, conocido también como ynambu ka'aguy; vive en pareja siempre; al cantar dice su nombre; puede pesar hasta un kilo) fue fundamental, ya que le impresionó a Silverio. Éste relacionó el canto de esos pájaros con la situación amorosa que entonces vivía: estaba enamorado de Eusebia Torres, una joven del lugar. "Oje grava che akâme upe momento ajapo haguâ le letra upéi (Se quedó en mi mente ese momento, para hacer luego la letra)", comenta el que después escribiría la poesía que, inicialmente, tituló Che mbarakami.
El amor entre Silverio y Eusebia ya no era tan secreto porque antes ya le había llevado una serenata, que fue una pública declaración de amor. Al hacer el poema, sin embargo, se ubicó en un tiempo anterior a ese hecho, cuando el romance permanecía aún oculto, por lo que dice ko che mborayhu oikóva oñemi.

"Traje la poesía para registrar en Autores Paraguayos Asociados (APA), y me dijeron que Gumercindo Ayala Aquino ya había anotado una obra con ese nombre. Pensé y le puse Mokóî kogoe, porque irráro pôrâ, era bien raro", continúa relatando.

Posteriormente, Silverio Rojas Vargas viajó a Buenos Aires. Allí integró y fue director del recordado conjunto Los Guayaquíes. En la capital argentina encontró a su tío Ramón Vargas Colmán, quien le puso la música. "Tuvo que haber sido en 1966, más o menos", conjetura Gabriel Chaparro. "La estrenamos en Villa Martelli y al año siguiente los primeros en grabarlo fueron Los de la Selva, dirigido por Manuel Romero Villasanti, con el dúo Méndez-López", precisa Silverio Rojas Vargas.

Mokóî kogoe

Che mbarakami péina che moirû
ha'e anga avei che jave oñandu
ko che mborayhu oikóva oñemi
nde keguýpe âgâ amosarambi.

Epáy epu'â ha ejapysaka
nde rayhuhami anive opena
ndénteko yvy ári che quebranta
eja ko ovetâme che kamba pôrâ
lucero mimbícha tacheresape
imomorambýva ne ma'ê paje
he'ukánte chéve amanomboyve
irrósa potýva umi ne rembe.

Amo mombyry ahendu oñe'ê
ahy'o joyvýpe mokóî kogoe
ko'êtî omyagê ha oñombohovái
chôchî tataupa ha korochire.

Letra: Silverio Rojas Vargas
Música: Ramón Vargas Colmán.

(x) Del diario ÚLTIMA HORA (El Correo Semanal), 30 de  agosto 2003  (Asunción, Paraguay).

 

 

Rincón poético
El Santa Fé

Suena de pronto el aire agreste violín y una guitarra
anunciando á la tertulia que se inicia el santa fé
y al instante forman cuadro al abrigo de una parra
tres galanes, con sus mozas de vestido mordoré.

Se saludan cortesmente las parejas bailadoras
cuando suenan nuevamente la guitarra y el violin
y los músicos preludian las estrofas más sonoras
del curioso repertorio que no tiene jamás fin.

El allegro estalla luego de los dedos, que simulan
castañuelas manejadas con sin par prolijidad;
y hay magnéticas corrientes de ternura que circulan
al formarse la cadena con marcada habilidad.

Ya la música señala con más vivo movimiento
que al saludo y la cadena sigue el valse tentador;
y de enmedio de dos damas, con marcado acojimiento,
sale brioso un guapo mozo que es insigne bailador.

Le hace frente una morena que en las trenzas lleva airosa,
madreselvas y claveles, colocados con primor;
mientras ella zandunguera bate palmas victoriosa,
en el recio zapateo, él no encuentra igualador.

Ya se toman de las manos y comienzan á agitarse,
demostrando su pericia en el arte de valsear;
mientras ella coquetea, la pollera al levantarse,
él, con gracia incomparable, quiebros hace al saludar.

Se suceden las parejas entusiastas y afanosas
bajo el rústico emparrado de amplia fronda verde-mar.
Y trás múltiples encuentros y cadenas primorosas,
se repite el aire agreste que se oyera al comenzar.

Se saludan cortesmente las parejas bailadoras,
y en gracioso ritornello la guitarra y el violín,
aún entonan las estrofas, cadenciosas y sonoras
del curioso repertorio, que no tiene jamás fin.

Juan R. Dahlquist
 

La Guitarra

A Gustavo Sosa Escalada

Hiere tu lista mano con energía
las resonantes cuerdas de la guitarra
y de su obscuro seno brota bizarra
como hirviente cascada la melodía.

El cendal que á la negra melancolía
con oprimido lazo mi pecho amarra,
á su soberbio empuje su tul desgarra,
al abrebarme hidrópico de su harmonía.

Ya pianissimo rueda, cristal luciente
ya en galantes allegros juege bullente,
ya en gallardo crescendo muje y restalla,

hasta que con el delirio del entusiasmo,
como un sonoro beso de ardiente espasmo,
la tónica vibrante su voz acalla!


Alejandro Guanes



 

FUERTE SAN CARLOS DEL APA

Viaje por la historia (x)

Edificado hace dos siglos, el fuerte de San Carlos del Apa viene recibiendo las atenciones largamente postergadas. La última restauración, realizada hace más de 20 años, fue desbaratada por la desidia y por la exuberante naturaleza que cubrió sus muros y sus recintos de una enmarañada maleza, que permitía adivinar sus contornos solamente desde el aire.
Con ayuda del gobierno español, se busca devolverle su pasado esplendor y convertirlo en un sitio de interés turístico.

Vista parcial del fuerte, con uno de los baluartes al fondo, y el paisaje allende el río Apa.

Es un lugar lejos de todas partes. Casi inaccesible. Lo que se dice, un confín. Sí. Eso es: Un confín. Es el fuerte de San Carlos del Apa, antiguo baluarte de la soberanía española en el norte de la región Oriental.
Coronando un promontorio granítico, en donde termina las serranías de San Luis, esa petit cordillera norteña, con sus piedras cargadas de años, de historias y de leyendas, el fuerte de San Carlos, aún vigila aquellos olvidados lugares de Dios.
Su emplazamiento es interesante. Por sí mismo explica la razón de su ubicación: Muestra casi única de arquitectura militar colonial, está establecido en la cima de un peñasco rodeado de abrupta ladera que lo hace casi impenetrable por todos los costados, menos uno, la fortaleza preside el inicio de una extensa planicie, donde la vista se pierde en lontananza, hacia el oriente, hacia la dirección de donde podrían haber llegado los hipotéticos enemigos que peligraban la soberanía española de finales del periodo colonial.

Los sólidos muros guardan en sus piedras doscientos años de historia.

Un motivo histórico
Las razones de su establecimiento tienen explicación en la propia historia: En las seculares y reñidas contiendas que enfrentaron a las coronas de España y Portugal por el reparto del Nuevo Mundo, mientras las armas de Castilla triunfaban en los campos de batalla, la astucia diplomática lusitana imponía la victoria en los tratados de paz y en las demarcaciones de fronteras.
Como dice Alvaro Guillot Muñoz, en su biografía de don Félix de Azara, "el arcabuz y el mandoble, las corazas y los yelmos de la España imperial perdían eficacia ante la flexible y sinuosa dialéctica de los embajadores de Lisboa... La pericia militar de los aguerridos ejércitos españoles nada pudo contra la política de trastienda y la sofística esgrimida por los ministros, comisarios de límites y ciertos cartógrafos extranjeros al servicio de Portugal.
No hay duda de que las armaduras y los gorjales de los últimos Habsburgos y de los primeros Borbones estaban en quiebra".

Con la perspectiva histórica necesaria, puede observarse hoy que, desde la bula pontificia del papa Alejandro VI, a fines del siglo XV, hasta la ratificación de la paz de El Pardo, incluyendo los tratados de Tordesillas (1494), de Madrid (1750) y de San Ildefonso (1777), "las artimañas del expansionismo portugués aparecen claras a la luz de la investigación documentada". Si bien pasaron dos siglos, esas artimañas siguen funcionando con efectividad sorprendente. Y no hay fuertes -ni San Carlos ni Borbón (Fuerte Olimpo)- que pueda con ellas.
O contra ellas.

El ingeniero Ramón Sienra Zavala, que además de cicerone, fue el encargado de dirigir la limpieza de la abandonada fortaleza. Aquí mostrando la abrupta ladera que rodea al lugar.

La construcción del fuerte de San Carlos del Apa, tiene su origen el 1 de octubre de 1777, cuando el conde Floridablanca y don Francisco Inocencio de Souza Coutinho ajustaron el tratado de San Ildefonso, tan funesto para los intereses de la corona española. Ambos reinos ibéricos depusieron las armas y ratificaron la paz en El Pardo. Los portugueses, batidos militarmente, devolvieron a España por medio del Tratado de Madrid de 1750, la pequeña población denominada Colonia del Sacramento (en la Banda Oriental) a cambio de la vasta y fértil región de Río Grande del Sur y de Santa Catalina. La ineptitud y el desquicio de los plenipotenciarios de Madrid quedó una vez más en descubierto al consentir un fuerte despojo territorial.
La muerte del rey José de Portugal abrió la puerta a negociaciones pacíficas para restablecer la paz entre los dos reinos ibéricos. Las usurpaciones continuas de los portugueses en las fronteras del Brasil hacían urgente un arreglo definitivo en los límites de sus posesiones en América.
Ese arreglo se realizó, -como ya se dijo- en San Ildefonso, el 1 de octubre de 1777 y ratificado en San Lorenzo del Escorial, el 11 del mismo mes. Más ventajoso que el de 1750, le dejó a España con el dominio absoluto y exclusivo del Río de la Plata, sin más sacrificio que la devolución de la isla de Santa Catalina.

Cartel de ubicación del Fuerte San Carlos

Sin embargo, la nueva frontera se desplegaba con todas las ambigüedades de la proyectada en 1750, además de las numerosas situaciones que entorpecían la demarcación, para alegría de los portugueses, que utilizaban todos los arbitrios disponibles para no devolver los territorios que tenían ocupados: Perseverantes en su plan de ocupaciones, dice Pedro De Angelis, "habían dado una mayor extensión a sus establecimientos de Cuyaba y Matogroso, y fundado los presidios de Albuquerque y Coimbra en la costa occidental del Paraguay", abrogándose de hecho la navegación exclusiva de este río, e interceptando la comunicación interior de las provincias españolas del sur con el Perú por el camino de Chiquitos.

Para determinar sobre el terreno americano la demarcación de las posesiones de ambos estados ibéricos, el monarca español Carlos III procedió al nombramiento de las comisiones de límites. Así llegaron hasta Buenos Aires y Asunción los comisarios Félix de Azara, Diego de Alvear, Juan Francisco Aguirre y José Varela y Ulloa.
Más de una década estuvieron los comisionados españoles esperando a sus pares lusitanos. Mas estos nunca aparecieron, lo que llevó a las autoridades coloniales españolas a redoblar su vigilancia y a prevenirse de nuevas y arteras maniobras portuguesas que, violando todos los tratados firmados desde los primeros momentos del descubrimiento del Nuevo Mundo, avanzaron tesoneramente y sin parar hacia el occidente, llegando hasta lugares insospechados y extendiendo el territorio colonial portugués hasta las estribaciones de las cordilleras andinas, inclusive.
Al respecto, dice De Angelis: "cuanto más celo y actividad desplegaban los comisarios españoles en los trabajos de demarcación, tanta más apatía e indiferencia hallaban en los lusitanos que por fin se retiraron sin querer tomar parte en ellos".

La ministra de Turismo recibiendo información sobre los criterios de restauración, de parte de Raimundo Espiau.

Ante el avance portugués, destruyendo centenares de aldeas indígenas, robando ganado e indios y poniendo en peligro poblaciones de españoles, como el caso de Concepción, fundada en 1773 como una avanzada frente al avance lusitano, y los antiguos pueblos jesuíticos del norte, establecidos poco antes de la expulsión de la orden, en 1767.

Garantía de soberanía
Para hacer acto de presencia que garantizara la soberanía en aquellos lejanos lugares, se habían establecido algunas fortificaciones, como la fundada por el comandante de la villa real de Concepción, Luis Bernardo Ramírez, cumpliendo una orden del gobernador Joaquín Alós y Bru, sobre el río Apa, bautizado con el nombre de San Carlos, en honor del monarca español reinante entonces, Carlos IV.
Ante las hostilidades portuguesas, las autoridades coloniales españolas resolvieron el traslado de la fortificación a su actual emplazamiento, lo que se hizo hacia 1803, en "paraje ventajoso y con la necesaria solidez y defensa, pero dentro de los dominios del rey (español), para no dar lugar a fundados requerimientos" (de los portugueses), concluyendo las obras en 1806.
Según el maestro mayor de la obra, José Francisco Muñoz, el fuerte mide unos 70 metros cada lado; en algunos lugares mide entre 7 y 8 metros de altura y de ancho unos 2,30 metros con sus adarves (paseo de ronda sobre una muralla) e incluyendo cuatro baluartes esquineros (obras de fortificación adaptada a la artillería, con planta semicircular, triangular o pentagonal, según las épocas).

El Fuerte San Carlos queda tan lejos y es de difícil acceso.

Restauración y puesta en valor
En los doscientos años que lleva en pie, esta curiosa construcción conoció de algunas refacciones y restauraciones, como la realizada durante la dictadura francista, hacia 1823. Luego de más de un siglo de abandono, hacia 1980, por iniciativa del ministro de Defensa Nacional general Marcial Samaniego, se realizaron obras de restauración -y reconstrucción en algunas partes- del complejo edilicio del fuerte, trabajos que estuvieron a cargo de hombres comandados por el mayor de infantería Edwin Alfonso Kuebler, con el asesoramiento del historiador Carlos Alberto Pusineri Scala.
Más de dos décadas pasaron de estos trabajos. La desidia y la naturaleza se enseñorearon del fuerte, y recientes trabajos auspiciados por la Agencia Española de Cooperación Internacional están tratando de devolver al añejo edificio su antiguo esplendor.
Según Raimundo Espiau, experto coordinador de la Agencia, los trabajos de restauración y puesta en valor proyectados costarían unos 120.000 dólares. El emprendimiento en sí es pretencioso, pues se buscaría integrar al sitio histórico en un circuito de interés turístico que justificara la llegada al lugar de visitantes, pues la ubicación del mismo es bastante aislada y constituye en sí un enorme esfuerzo para cualquiera, ya por la distancia, ya por la falta de infraestructura vial y hotelera.

Un aljibe guarda en su interior misterio y fantasía.

Por esta razón, se busca potenciar otros atractivos de la zona, como el río Apa, con sus hermosos paisajes, y rápidos con buena pesca, el río Aquidabán; los arroyos de cristalinas aguas, como el célebre Tagatiyá, las cavernas de la zona de Vallemí y las serranías de San Luis, con sus hermosas vistas, además del turismo rural o de estancias, enlazándolos con los circuitos turísticos brasileños, como los de la zona de Bonito y otros interesantes lugares fronterizos.
Con respecto del fuerte de San Carlos, si bien se tienen claros los criterios de restauración, todavía no se definieron los relacionados con la puesta en valor, lo que se hará conjuntamente con la Secretaría Nacional de Turismo, cuya titular, Evanhy de Gallegos, estuvo visitando el lugar, interiorizándose de los pormenores del proyecto.
El señor Espiau es del criterio de poner en práctica en la restauración del fuerte de San Carlos, la experiencia de los paradores nacionales españoles, ubicados en antiguos castillos, fortificaciones y solares convirtiéndolos en centros de uso turístico, dándole la oportunidad a los visitantes de "vivir" física y espiritualmente los sitios históricos, convirtiendo el sitio en un punto atractivo no solo por su interés histórico -que es mucho-, sino por los servicios que pudiera brindarse al visitante, utilizando las dependencias existentes a restaurar: dotándole de un museo, auditorio, hospedaje, etc.
El fuerte San Carlos queda tan lejos y es de difícil acceso, que la mera observación de los vestigios de un pasado heroico no justifican el esfuerzo de llegar hasta allí. La posibilidad de un disfrute mayor, de una "revivificación" y el acceso a otros atractivos turísticos de la zona, es el objetivo de encarar la restauración del añejo baluarte.

Luis Verón   

(x) Del diario ABC COLOR (Revista ), 28 de setiembre de 2003 (Asunción, Paraguay)

 

Fragmento

Las primeras canciones que escuché

Carlos Talavera (x)

por: Dr. Miguel Ángel Pangrazio

Versiones de personas de absoluta credibilidad cuentan que el gran “Mangoré” Agustín Pío Barrios llegó de gira artística a Caazapá. Esa noche ejecutó las canciones de su repertorio en el local de la Municipalidad.

A las tres de la mañana, Carlos Talavera enfila hacia el hotel, donde descansaba el famoso “Mangoré”, sorprendiendo a éste con un concierto, réplica de lo que había ejecutado Agustín Barrios esa noche. Atónito y admirado lo invita a Carlos Talavera a pasar, mas éste, discreto y peretinente, le pide disculpas por haberle interrumpido el sueño y que pasaría a media mañana a visitarlo. Don Carlos no era para ell protocolo, menos a hacer cumplidos.

Barrios preguntó por Talavera y lo visitó en su quinta de frondosos mangales. Al ver a “Mangoré”, el músico caazapeño lo saludó con la siguiente frase: “!Maestro, me honra su visita! ¿Qué desea servirse?. “Dos naranjas Caazapá”, contesta el misionense (de San Juan Bautista). Talavera le sirve media docena de naranjas y chipa. Conversaron y Barrios, al final, le propone acompañarlo para integrar su conjunto. Talavera le agradece y le dice que él nació como el jilguero, para transitar solo por el difícil camino del arte. Así concluyó este singular diálogo entre dos eximios guitarristas paraguayos: uno misionense, el otro caazapeño.

Carlos Talavera, el creador de la universal polka “Guyrá Campana”, comentan sus amigos de la época que en un actuación artística en el pueblo de San Juan Nepomuceno, a 58 kilómetros de Caazapá, al regresar, a orillas del arroyo Capiibary, escuchó cerca de la compañía “Ñacumday” el canto metálico del “guyrá Campana”. Talavera, hombre inspirado, imitó aquel canto que dio origen a tan singular polka.

La memoria de Carlos Talavera perdura en su pueblo. Artista sensitivo, por sobre las miserias de este mundo supo enaltecer su profesión estética. “Guyrá Campana” o “Guyrá pon”, inmortaliza su nombre.

(x) Del libro: Relatos de mi infancia (Che mitãro guare), por: Dr. Miguel Ángel Pangrazio. Edición del autor (1998), Asunción, Paraguay.




Sobre el arpa paraguaya
El arpa, la cenicienta de los instrumentos (x)

EFE. Buenos Aires
El arpa es la cenicienta de los instrumentos musicales por el desconocimiento que existe acerca de sus posibilidades, dijo hoy a EFE el paraguayo Nicolás Caballero, considerado uno de los mejores arpistas del mundo.

Caballero, de 54 años, que toca el arpa desde los tres años, tiene previsto hoy un concierto en Buenos Aires, donde no se presentaba desde hace tres años, pese a ser una de las plazas donde es más reconocido desde sus tiempos de "niño prodigio`` de la música.
"Ni yo mismo sabía de las tantísimas cosas que se pueden hacer con el arpa``, dijo este compositor e intérprete dedicado a investigar y difundir la "serie infinita de posibilidades`` del instrumento, que es desconocida, según dice, no solo por el público, sino por los músicos.

Para el concierto que hoy en el teatro Premier, en el que utilizará la llamada arpa paraguaya de 36 cuerdas, ha seleccionado de su repertorio de 5.000 piezas música de los más variados géneros, como rock, disco, blues, bossa nova, clásica o canción francesa, para mostrar todo lo que permite el arpa.
Tampoco faltarán los temas más conocidos de la música de Paraguay, un país que se caracteriza por su musicalidad y que tiene el arpa, llegada con los jesuitas, como instrumento nacional.
"En Paraguay los músicos no leen ni escriben música y sin embargo han compuesto melodías que han dado la vuelta al mundo``, señaló.

Caballero, que regresó a su país hace seis años después de haber vivido 22 en España, nunca ha lamentado que por haberse inclinado por la música popular en lugar de por la clásica quizás no haya tenido el mismo reconocimiento su dominio del instrumento.
Como resultado de sus investigaciones para suplir la diatonía o falta de semitonos propia del arpa paraguaya, Caballero utiliza en sus conciertos unas llaves de su invención.
El arpa de conciertos cuenta con pedales para lograr ese mismo resultado, pero la paraguaya es como un piano que solo tuviera teclas blancas, indica el músico, que practica doce horas por día y ha dado conciertos en 30 países.

"El arpa tiene un sonido tan hermoso", señala Caballero para explicar su predilección por este instrumento entre los cerca de 40 que sabe tocar.




(x) Del diario ÚLTIMA HORA, 30 de agosto de 2003 (Asunción, Paraguay)

Más información sobre el maestro Nicolás Caballero, hacer click sobre lo subrayado.