25. Parte 

“Diamantina noche hermosa
Con la brisa que pregona
Serenata noche azul;
Soy asi maravillosa
Muy sencilla y asombrosa
En la América del Sur”


Digno García
(x)

(x) De su canción “Paisaje de mi tierra”

 

 

 

 

 

DEL PARAGUAY PROFUNDO

 

 Elisa Alicia Linch
La heroína de la epopeya sangrienta

por: Juan E. O´Leary
(Historiador)

 Elisa Alicia Lynch era joven y hermosa, hermosura deslumbrante, con las virtudes  de una matrona, con el talento y distinción de una Madame de Mantenon; con una fina educación y una cultura superior. El Mcal. López, la conoció en París, la admiró en las fastuosas fiestas de las Tullerías y acabó por amarla y ser amado con todo el fuego de su corazón. El destino los unió para siempre y un amor imperecedero santificó ésta unión, que fue como un pacto de eterna felicidad. El joven y apuesto paraguayo cerró  así el ciclo de su romántica vida, para leventar el santuario de un hogar, en el que ella  había de ser la única deidad de su corazón y él único depositario de un afecto indeclinable.

 Ya en Asunción, se impuso por el decoro de la vida, por sus dones de refinada educación, por su candor y por su belleza. Era una extranjera y le faltaba la legalidad de la unión con el padre de sus hijos. Y esto era grave en una sociedad dominada por rancias preocupaciones sociales. Pero ella fué siempre, todo respeto al medio en que actuaba y supo cubrir las apariencias con su intachable vida.

 No fué por cierto, una Manuelita Saenz, tan parecida a ella por sus antecedentes de mujer casada, pero tan diferente por los escándalos y extravagancias de su vida privada. La “amable loca”, que decía Bolívar, no fué siquiera modelo de fidelidad, ni se confornó con el obligado recato de la vida privada.Exhibió públicamente sus relaciones con su glorioso amante. Esto sí, fue heróica en su amor, pero cuando salvó al Libertador, en la lúgubre noche setembrina, compartía  con él su lecho en pleno Palacio gubernativo, públicamente, y hacía con el vida marital, burlandose de la sociedad.

 En el caso de Elisa Linch es en todo diferente a este respecto.

 Vivió separada en casa propia, como gran señora, ocultando sus secretas relaciones  con él también discreto compañero de su vida.

 Y su hogar fue frecuentado por la mejor sociedad capitalina, por nacionales y extranjeros, por el cuerpo diplomático, sin faltar el Nuncio Apostólico y su secretario. En las grandes fiestas sociales se confundía con nuestras matronas, y recibía, como cualquiera de ellas, las respetuosas reverencias del gran caballero. Y cuando vino la nefasta guerra, aquella fina y delicada mujer  afrontó las penurias de la larga campaña, sirviendo en los hospitales de sangre y mitigando la suerte de los prisioneros, que la miraban con respeto y gratitud, y siempre lo hicieron justicia en testimonios escritos que la enaltecen.

Ella era la fe y la esperanza en medio de la batalla. Entretanto, sus denigradores de retaguardia murmuraban en la capital y sembraban el desaliento, lejos de todo peligro, aliados secretos de los conspiradores, como habían de ser sus acusadores después de la catástrofe y los creadores de su leyenda infame, que aprovecharon sus denigradores para tejer novelas truculentas, de liviandad y codicia, que se repiten todavía.

En esto Manuelita Saenz fue más afortunada en medio de su largo dolor en sus triste confinamiento en Paita y después de su muerte. Por lo menos tuvo y tiene biógrafos que la tratan con respeto y admiración, mientras que a nuestra heróina le tocó en suerte ser ultrajada por panfletistas miserables y villanos como Héctor Varela y el yerno del General Cámara.Varela fue castigado oportunamente por el recto historiador argentino Mariano Pelliza, que desmenuzó en severa crítica el relato, lleno de contradiciones y mentiras, que no es historia ni novela, pero que sirvió para que otros, igualmente mal intencionados, siguieran repitiendo las mismas calumiosas imposturas, con nuevos agregados de fantásticas y caprichosas acusaciones.

Pero tenía que ser así. La Heroína tenía que correr la suerte del Héroe. Sobre Eliza Linch tenía que caer con peso abrumador, el odio del vencedor y la infamía de los traidores. Monstruo cruel y sanguinario, fue proclamado el que poco antes fue aclamado como el “unificador” de la Patria Argentina jurandoséle eterna gratitud… La que a su lado compartió el dolor y la gloria del pueblo paraguayo, llegando con él hasta Cerro Corá, para presenciar el desenlace de la Epopeya y dar sepultura al Mártir, la que “sufrió penurias y fatigas”, al igual que los héroes de la lealtad, mientras la “casta” celebraba el triunfo del invasor, bailando en las carpas brasileñas, abrazando a los vencedores, ella fue infamada y hasta acusaba de que regresaba cargada de riquezas, teniendo que defenderla el representante imperial, que dió fe de que, prisionera en un buque brasileño, no tenía más riqueza que su orgullo indomable de ser madre angustiada y de honor inmenso de su lealtad a la causa paraguaya.

De vuelta a Buenos Aires en 1875 pudo contestar a sus calunmiadores, defendiéndose de las cobardes imposturas de que había sido víctima, desafiando a que estando libre y presente, se pusiera en duda su fidelidad al hombre a quién, ligó su destino y la austera corrección de su vida, para llevar a los estrados de la justicia a los que osaran volver a calumniarla. No había tenido tiempo material de ser mujer liviana que pintó Varela. El decoro de su vida quedó a salvo para siempre.

A su regreso a Europa cruzó en medio de la muchedumbre que la esperaba en el puerto de Buenos Aires para verla pasar, acompañada del poeta Guido Spano, amigo fiel de ella en sus horas de infortunio. Y aquel pueblo, que aclamó delirante un día a Solano López, saludo con un clamoroso aplauso a Elisa Lynch que se alejaba para siempre de esta tierra de América…-

(x) De la Revista de la Municipalidad de Asunción, febrero-marzo de 1970 (Asunción, Paraguay)

Legado de gloria

”Si los restos de mis ejercitos me han seguido hasta este final momento, es porque sabían que Yo, su jefe, sucumbiría con el último de ellos en este mi último campo de batalla. 

El vencedor no es el que queda con vida en el campo de batalla, sino el que muere por una causa bella. Seremos vilipendiados por una generación surgida del desastre, que llevará la derrota en el alma, y en la sangre, como un veneno, el odio del vencedor.  Pero vendrán otras generaciones y nos harán justicia, aclamando la grandeza de nuestra inmolación.

Yo seré más escarnecido que vosotros, seré puesto fuera de la ley de Dios y de los hombres, y se me hundirá bajo el peso de las montañas de ignominia. Pero también llegará mi día y surgiré de los abismos de la calumnia, para ir creciendo a los ojos de la posteridad para ser lo que necesariamente tendré que ser en las páginas de la historia.” 

Mariscal Francisco Solano López
(Cerro Corá, 1 de marzo de 1870)

 

 

JUAN BAUTISTA GAONA

Un paraguayo olvidado
(x)

Toda una generación de paraguayos dejó lo mejor de su vida en las calcinadas arenas del desierto chaqueño, durante la guerra paraguayo-boliviana. Así también, muchos otros compatriotas ofrecieron lo mejor de su condición en bien de la patria en peligro, y cuyos nombres van apagándose bajo el manto del olvido. Uno de ellos es el de don Juan Bautista Gaona, sin cuyo aporte, tal vez otro hubiera sido el resultado del conflicto.

Don Juan Bautista Gaona Corti, hacia 1950.

Jóvenes vidas -muchos, casi niños-, fueron arrancadas de sus hogares, de las aulas de los centros de enseñanza, de las fábricas y oficinas, de las chacras y demás centros de producción, para ser enviadas como carne de cañón, movilizadas ante el peligro de ver reducida la geografía nacional a menos de la mitad de lo que considerábamos nuestro.
Allá, en la línea de combate, durante la guerra del Chaco, aquellos jóvenes y adultos tuvieron que soportar el constante peligro de caer abatidos por las balas enemigas, o por las enfermedades; y a causa de los estragos del enemigo común de paraguayos y bolivianos: la sed.

Pero muchos también fueron los compatriotas que en otros ámbitos pelearon y colaboraron con la defensa nacional. Qué hubiera sido de los combatientes de primera línea sin el denodado esfuerzo de la retaguardia: los troperos, los choferes, los médicos y cirujanos; los radiooperadores, la Marina de Guerra, los Arsenales, la Junta Nacional de Auxilio, los poceros de Fragnaud, los zapadores, las mujeres que empuñaron el arado y roturaron la tierra para producir alimentos para los combatientes... En fin, todo un país abocado a la defensa nacional.
La guerra se peleó en los más diversos ángulos. Desde 1879 se venía luchando en el campo diplomático. Esa otra guerra continuó a lo largo de los tres años de la contienda, y sólo quedó zanjado en julio de 1938, cuando se firmó el tratado definitivo de paz y límites con Bolivia. En esta batalla diplomática destaca el nombre de don Vicente Rivarola Bogarín, quien consiguió, por medio de sus gestiones y relacionamiento, atraer hacia el Paraguay la simpatía de un gobierno que mucho hizo -aun a costa de su publicitada neutralidad-, por la defensa del Chaco.

Una foto familiar (segunda fila, primero a la izquierda) con sus padres, el expresidente Juan Bautista Gaona Figueredo y su madre Regina Corti (centro) y sus numerosos hermanos.

Pero las gestiones de Rivarola no hubieran tenido éxito sin el aporte de otras personas de buena voluntad, como fue el caso de alguien a quien sus compatriotas ni siquiera recordamos: don Juan Bautista Gaona (h).

Necesidades financieras
En varios momentos de aquellos tres años de conflicto armado, las necesidades financieras del Gobierno paraguayo llegaron a ser desesperantes. Para buscar una solución a esta situación, el representante diplomático paraguayo en Buenos Aires, doctor Vicente Rivarola realizó gestiones ante varias entidades financieras argentinas, pero en un primer momento fracasaron sus esfuerzos. Decepcionado, pero no desalentado, el doctor Rivarola empezó sus diligencias ante distintos dignatarios del gobierno argentino, incluyendo al propio presidente de la Nación, general Agustín P. Justo.
"En mis entrevistas y conversaciones frecuentes con el presidente general Justo -escribió en sus "Memorias Diplomáticas"- hacíale presente invariablemente mis angustiosas preocupaciones por obtener un préstamo, o préstamos de dinero a mi país, con qué poder hacer frente a los gastos cada vez mayores de la guerra, pidiéndole su apoyo e interés por el asunto".
Estas gestiones resultaron en las recomendaciones del mandatario argentino, de realizar gestiones con miembros del Directorio del Banco de la Nación Argentina.

Los créditos argentinos
El presidente Justo había anunciado a uno de los miembros, la preocupación del diplomático paraguayo. Esas exhaustivas negociaciones llevaron a Rivarola a conseguir un préstamo de cinco millones de pesos argentinos para el Paraguay.
Pero había un inconveniente. Por sus estatutos, el Banco de la Nación Argentina no podía otorgar un préstamo a gobiernos extranjeros y mucho menos, por las reglas de neutralidad, podía hacerlo a un país en guerra.

Vehículos utilizados durante la guerra del Chaco.

Para acceder a dicho préstamo había que buscarse un medio idóneo: conseguir que una empresa particular, relacionada por medio de sus intereses con el Paraguay, concertara la operación de préstamo con el Gobierno paraguayo, quien otorgaría la garantía, "bajo condiciones de percepción de impuestos y de servicio del bono o bonos que se determinarían. La empresa acreedora descontaría la operación en un banco de esta plaza (argentina) y este redescontaría en el de la Nación".

Según Rivarola, "tanto el banco que hace el descuento como el de la Nación que redescuenta, aceptaría la condición de que no se exigiría al deudor (el Gobierno paraguayo), una amortización mayor que el producido de la garantía, una vez hecho el pago de intereses.
Quiere decir que la deuda será a un plazo que corresponda al producido de la garantía y que, por lo tanto, la empresa prestamista no será sino una simple intermediaria".
Utilizando esos procedimientos se consiguió el empréstito. Una de las empresas y personas que estuvieron involucradas fue la empresa Compañía Argentina de Navegación (Nicolás Mihanovich) Ltda., a la que debía concederse un préstamo de 500.000 pesos m/argentina. Este crédito debía ser usado al "solo efecto de cobrarse los fletes que le adeude el Gobierno paraguayo por transporte", desde la fecha de la concesión del crédito. Por este medio, el problema de pago por fletes a dicha empresa, estaría solucionado.

Ministro Vicente Rivarola.

Numerosas fueron las dificultades con que tropezaron las gestiones de Rivarola, "no precisamente por falta de buena voluntad de parte de los funcionarios, sino por lo difícil que se presenta rodearlas de todas las apariencias de legalidad", pues las mismas se trataban más de operaciones de buena voluntad que de operaciones "en concepto estrictamente comercial".

Un paraguayo de ley
De todas estas gestiones, el único que estaba al tanto, fuera del presidente argentino y algunos funcionarios de su gobierno, era un compatriota muy bien posicionado en la sociedad bonaerense, don Juan Bautista Gaona, hijo del ex presidente homónimo, que gobernó el Paraguay entre 1904 y 1905.
Con él, Rivarola consideró diversos aspectos del asunto y, cuando con cierto recelo, le preguntó si no podría ser él la persona que quisiera prestarse para la operación dentro de las condiciones planteadas, el señor Gaona le contestó: "Nuestro país necesita ser ayudado en la cruenta lucha en que está empeñado en los actuales momentos, y si los paraguayos no lo hacemos en primer término ¿quién o quiénes otros lo harían? Cuentas con mi aceptación y puedes, desde ya, tomar las providencias del caso para la realización de la operación en las formas que halles más convenientes para nuestro país".

Presidente argentino Agustín Pedro Justo.

El señor Gaona (h), se desempeñaba como cónsul general del Paraguay en Buenos Aires. De él recuerda Rivarola en sus "Memorias Diplomáticas": "fue durante la guerra del Chaco cuando se vio y se pudo apreciar en todo su inmenso valor el amor sin límites de este paraguayo excepcional al suelo en que naciera que, silenciosamente, sin aspavientos patrioteros y sin ningún exhibicionismo había puesto su firma al pie de una obligación de un millón de pesos m/argentina, gravando su crédito personal, para acudir en ayuda de su patria en momentos graves y peligrosos, quizás para su misma existencia, desde que nadie que tuviera alguna conciencia de esos peligros podía dejar de abrigar serios temores por la suerte del Paraguay, entonces. No sé de ningún otro paraguayo de posición ni ningún extranjero enriquecido en el Paraguay, haya hecho, ni se haya ofrecido a hacer por él, entonces, cosa semejante".

Finiquitada la operación de un millón -de los cinco millones puestos a disposición del Paraguay-, el Gobierno nacional autorizó al señor Rivarola a contratar dicho empréstito, el 5 de octubre de 1933. El préstamo de 1.000.000 de pesos m/argentina, aprobado por decreto del 14 de noviembre del mismo año, se realizó de la siguiente manera: el señor Gaona firmó un pagaré por dicha suma a la orden del banco El Hogar Argentino al plazo de ciento ochenta días renovable y al interés del 6% anual, por un lado, y el Gobierno paraguayo, por otro, suscribió con él un contrato de préstamo, por dicha suma, por el cual se le comprometía en garantía el producido de los impuestos de importación al trigo y la harina, y cuya garantía debía transferir Gaona a favor del banco El Hogar Argentino. El pagaré del señor Gaona a favor de dicha entidad bancaria, era redescontado por el Banco de la Nación Argentina, sin ningún recargo de interés.

Otras gestiones
La operación con la compañía Mihanovich quedó estancada a causa de algunas indiscreciones que se filtraron. La Compañía Americana de Luz y Tracción (CALT), del ingeniero Juan Carosio, fue otra de las empresas involucradas en estas operaciones crediticias de la banca argentina a favor del Gobierno paraguayo. A dicha empresa, el banco El Hogar Argentino otorgó, en las mismas condiciones que se otorgó al señor Gaona, 500.000 pesos argentinos que debían ser redescontados por el Banco de la Nación Argentina.
Iguales gestiones, en iguales condiciones y monto (500.000 pesos argentinos) se concretaron con La Industrial Paraguaya.

La ayuda financiera fue vital para la adquisición de armamentos y municiones.

Embargo contra el Paraguay
La declaratoria de país agresor con que la Sociedad de las Naciones calificó al Paraguay, tuvo como consecuencia el embargo de armas contra nuestro país.
En consecuencia, las necesidades creadas por la guerra llevaron al Paraguay a mayores requerimientos financieros, poniendo en peligro las operaciones militares en el frente de batalla, por lo que el doctor Rivarola impulsó nuevas gestiones ante el Gobierno argentino.
El presidente Justo expresó al presidente del Banco de la Nación Argentina, la necesidad de ver la manera de dar una ayuda financiera al Paraguay. Para concretar la operación de ayuda, Rivarola recurrió, por sugerencia del presidente Justo, al Ministerio de Hacienda argentino, consiguiendo obtener del gobierno argentino un total de 6.000.000 de pesos m/argentina (incluidos los préstamos anteriores), que con el beneficio realizado en cambios, totalizaban 6.626.072 pesos m/argentina, alrededor de 2.200.000 de dólares americanos de la época.

Por otra parte, las gestiones de Rivarola ante el gobierno argentino dieron por resultado el envío al Paraguay de armas, municiones y combustibles, facilitados por el Ministerio de Guerra del vecino país.
En fin, numerosas fueron las formas en que el Gobierno argentino ayudó al Paraguay, pero ello no hubiera sido posible sin el concurso de empresas y personas de buena voluntad, como lo fue don Juan Bautista Gaona, a quien, como retribución, el gobierno del presidente Alfredo Stroessner le secuestró su pasaporte diplomático. Ingratitudes, que le llaman...
Poco tiempo después, el 14 de septiembre de 1954, fallecía en Buenos Aires.

Luis Verón

 (x) Del diario ABC COL0R (Revista), 18 de abril  de 2004 (Asunción, Paraguay)

 

 

 
 

Memoria viva                                   


Un inesperada musa   


Tardes asuncenas (x)
Después de la guerra civil de 1947, Néstor Romero Valdovinos y Teófilo Noguera crean,
en Buenos Aires, una de las guaranias más bellas y conmovedoras.

                                                                                                                 

Mario Rubén Álvarez
alva@uhora.com.py

Quien adoptó —por esos azares de la vida del que abrazó por oficio la palabra— la costumbre de relatar historias de canciones a veces se encuentra en una encrucijada. Los caminos que descubre en su indagación lo enfrentan a dos opciones: callar o contar lo que escuchó, aun a riesgo de decepcionar a sus lectores.

Este escribiente confiesa que algunas veces retuvo durante mucho tiempo el relato del origen de algunas composiciones. Sin embargo, invariablemente, terminó publicándolos porque el asumido compromiso es ofrecer una versión de cómo pudieron haber ocurrido los hechos. Que los mismos tengan un atractivo que atrape a la gente o no estén rodeados de esa aureola mágica que se espera, es, en ese sentido, secundario.

Tardes asuncenas, guarania del periodista, dramaturgo y poeta Néstor Romero Valdovinos y del músico y compositor Teófilo Noguera, es una de esas historias que pueden conducir al desencanto. Al escuchar sus bien tramados versos y disfrutar su melodía hecha a imagen y semejanza de la obra, uno se imagina al autor que desde la distancia —el exilio en este caso, referido ya al escritor que se vio obligado a salir del país tras la guerra fratricida de 1947— recuerda a su amada en el atardecer de una calle asuncena. Lo que continúa en la pesquisa es conocer más detalles: el nombre de la novia (porque en el último verso usa esa palabra), la dirección a la que se refiere y acaso el desenlace del romance.

Hurgando en este universo de las canciones y sus letras, una realidad es clara, sin embargo: las historias responden a la realidad del autor o los autores en un momento concreto y el público —más allá de las circunstancias que motivaron las composiciones— les das sus propias alas para volar. Esto es, en definitiva, inherente a toda verdadera obra de arte.
Lo que se relata aquí viene de la pluma de Tadeo Zarratea, un yuteño lúcido y alerta ante las diversas expresiones de nuestra cultura popular.

“'No averigües el origen de las canciones porque te vas a desilusionar', me dijo una vez el poeta Néstor Romero Valdovinos. Fue en la casa de Rudi Torga, recuerdo, a unas cuadras de la calle Choferes del Chaco (...). Estábamos conversando animadamente cuando llegó el poeta y yo me dije: 'Esta es mi oportunidad', porque hacía tiempo que deseaba saber el origen de mi canción favorita: Tardes asuncenas, de su coautoría con Teófilo Noguera, por lo que apenas terminados los saludos del visitante ya le formulé el pedido”, me cuenta Zarratea.

Fue en ese momento que Romero Valdovinos le advirtió acerca del desengaño que le podría ocasionar el saber cómo nacieron algunas composiciones. Aunque Zarratea no lo dice, es obvio que estaba dispuesto a lo que viniera. Por eso es que reprodujo lo que le relató Néstor. “Llegaba yo a Buenos Aires después de la guerra civil del '47, y en una reunión se me acerca un desterrado ya antiguo, Teófilo Noguera, y me dice: 'Cómo quisiera hacerte escuchar una melodía que acabo de crear en recordación del Paraguay, porque quiero que le escribas la letra. ¿No te irías a mi casa en alguna ocasión?'. 'Por qué no', le dije. '¿Cuándo podrá ser?'. 'Cuando quieras'. 'Este domingo'. 'Cómo no. Allí estaré'. '¡Qué alegría me das...! ¿Qué querés comer?'. Pensé un instante y le dije: 'Ipokue locro'. 'Eso vamos a comer', dijo”.

Ambos cumplieron su promesa el siguiente fin de semana. “Al terminar la comida nos quedamos dormidos, yo en una perezosa. Alrededor de las cinco viene Noguera con su instrumento y me dice: 'Ahendukase niko ndéve la che melodía', y se sienta a ejecutar. Al rato le dije: 'Ya la tengo, ya está; dejame que le dé forma la próxima semana', y me despedí. Estaba con un tremendo dolor de cabeza por efecto del vino tinto con hielo. Sin embargo, llevé en mente la melodía. Era una auténtica melodía de añoranza al Paraguay. Pero como para mí 'el Paraguay' era solo Asunción, mi ciudad, casi la única que conocía, me trajo recuerdos de ella. Entonces, para no apartarme del tema, le doy un título provisorio: Tardes asuncenas. Cuando esto le quise explicar a Noguera semanas después, él dijo: 'No hace falta, no tengo objeción alguna, es perfecta, ensayemos'. Allí nos pusimos a ajustar la letra a la música y cobró vida tu canción favorita. Fue estrenada días después por el propio autor con su conjunto. Como ves, el origen de esta canción no es nada poético”, recuerda Zarratea que le dijo Néstor Romero Valdovimos. Tuvo que haber sido en la década de 1970.
“Como toda obra de arte, fue creada artesanalmente, echando mano a los recuerdos, aprovechando el estado de añoranza, el techaga'u en circunstancias difíciles para sus autores. El artista crea muchas veces en situaciones penosas. Por eso es más importante tomar la obra en sí y rescatar lo que esa obra le comunica a uno, independientemente de su origen e incluso de la intención del autor. La verdadera obra de arte es aquella que incita al consumidor a recrearla en su mente para deleite de sus sentimientos y emociones. Es allí donde cumple su misión”, le dijo también el poeta.
Tadeo persistió en sus preguntas. Y quiso saber algo “de la musa inspiradora (...), aquella novia que te esperaba con la flor de resedá en su negra cabellera”.
—Ah... no. Ésa no es mi novia; es mi madre. Ella es la que acostumbraba llevar la flor de resedá —respondió Néstor Romero Valdovinos entonces.



Tardes asuncenas

Evoco en la distancia tu luz de atardeceres,
el mágico silencio que tanto idolatré,
la sombra de tus calles vistiendo mis amores,
allí junto a la amada que nunca olvidaré.

Yo no sé si aún estará esa esquina de mi barrio
donde antaño yo aguardara a la dueña de mi amor,
bella estampa del recuerdo perfumada de jazmines
y encendida por el beso que al marchar le daba el Sol.

Las nubes de ese cielo tal vez ya se han marchado,
cansadas de no hallarnos muy juntos como ayer,
y acaso si la brisa las trae aquí en mi cielo,
me cuenten que no ha muerto en tu alma ese querer.

Te imagino en la distancia aguardando mi llegada
y en tu negra cabellera una flor de resedá;
bellas tardes asunceñas: yo presiento que han de oírme
y en un cofre de silencio a mi novia guardaré.

Letra: Néstor Romero Valdovinos
Música: Teófilo Noguera

 (x) Del diario ÚLTIMA HORA (El Correo Semanal), 12-13 de junio de 2004 (Asunción, Paraguay)

Justo Pucheta Ortega

Centenario de un pionero (x)

“María Asunción” es una de las piezas del cancionero popular paraguayo de rara audición, pues casi no forma parte del repertorio de ningún artista nacional. O, por lo menos de muy, muy pocos. Es, hasta si se quiere, una rareza musical.
Es una de la treintena de antiquísimas piezas musicales que tuvieron el privilegio de ser las primeras en ser grabadas allá por 1928, cuando un dúo folklórico la incluyó en el primer disco que registró música paraguaya. Aquel dúo pionero fue el célebre Giménez-Pucheta, integrado por don Herminio Giménez y don Justo Pucheta Ortega.

El pasado martes 25 de mayo, se cumplió -sin bombos ni platillos- el centenario del nacimiento de uno de aquellos músicos, don Justo Pucheta Ortega, el célebre Pucheta'i, a quien se le menciona en “Musiqueada che ámape”, donde se recuerda su paso por Buenos Aires donde agasajaba a las jóvenes con la dulzura de su voz (El próximo año, se cumplirá a su vez, el centenario de otro miembro del dúo, don Herminio Giménez).

Tal vez el olvido del centenario de don Justo se deba a que, luego de aquellos años dedicados a la música, al arte, luego dirigió su atención y sus esfuerzos a otras actividades, alejadas de las expresiones artísticas, como es el ejercicio del derecho, actividad por medio de la cual llegó hasta las más altas posiciones como magistrado, llegando a integrar la Corte Suprema de Justicia, durante varios años.

El doctor Justo Pucheta Ortega había nacido en 1904. Sus primeros estudios los realizó en Luque, luego en Caacupé, para después proseguirlos en la capital del país. Siendo adolescente, comenzó a manifestarse en él su inclinación hacia la música, arte en el que descolló desde joven, a tal punto que, cuando alguien decidió grabar música paraguaya en discos, se acordó en convocarle para llevar adelante la empresa.

Las primeras grabaciones de música paraguaya

A mediados de los años ‘20, un músico contemporáneo iba abriéndose paso en el siempre difícil mundo del arte. Era un joven formado en la Banda de Música de la Policía, que luego de dejar esta agrupación y de haber dirigido algunas orquestas del interior del país, había pasado a actuar en Corrientes, al frente de un trío que ejecutaba música folklórica.
Se llamaba Herminio Giménez y era un año menor que Justo Pucheta Ortega.

Durante un viaje a Asunción, Giménez conoció a don Américo Isern, propietario del entonces célebre bar Victoria, en las cercanías del puerto. En este establecimiento formó parte del conjunto musical, con el mencionado Isern y otros colegas, entre ellos Atilio Valentino, con quien después formó una orquesta.

En esa época, Giménez y Pucheta Ortega se conocieron y, a instancias de don Miguel Viladesau, propietario de la casa de artículos musicales aún existente en nuestros días, convinieron en formar un dúo de canto y guitarras.

El señor Viladesau, representante en Asunción de la empresa grabadora de discos Brunswick, le propuso a Giménez y Pucheta, viajar hasta la capital porteña para grabar varias piezas musicales, como la ya mencionada María Asunción, El Caräu, Yasy Morotï, Floripamí, Caazapá, Corazö Rasy, Tupasy Caacupé, Takemí nde pohéi, entre otras.

Estas grabaciones fueron escuchadas por primera vez en Asunción, en la actual plaza Juan E. O'Leary, con tanto éxito, cuentan, que tuvo que intervenir la policía para poner un poco de orden en la multitud congregada.

De Polimnia a Astrea

Algún tiempo después de aquella hazaña musical con que comenzó el trabajo de eternizar las creaciones musicales por medio de las grabaciones discográficas, que el horizonte patrio se ensombreció con la guerra paraguayo-boliviana, de la que participó don Justo, trocando su guitarra por el máuser, en las calcinadas arenas chaqueñas.

A su regreso del frente de batalla, siguió sus estudios en la Universidad Nacional, donde se doctoró en Derecho y Ciencias Sociales, con la tesis sobre Actos Jurídicos Inexistentes.

En esta casa de altos estudios, Justo Pucheta Ortega se dedicó a la docencia, como profesor de Derecho Civil, llegando a ocupar el decanato de la Facultad de Derecho.

A la par, también ejercía importantes cargos en la magistratura, llegando a ocupar una membresía en la Corte Suprema de Justicia, durante más de dos décadas. Como estudioso del Derecho, realizó un gran aporte al espectro jurídico paraguayo con su importante trabajo bibliográfico titulado Derecho Paraguayo Social de Familia.

Fallecido hace unos años, la conmemoración del centenario de su nacimiento es buena ocasión para este recordatorio a una vida que recorrió con excelencia las diversas aristas de su existencia.

Luis Verón   
 (x) Del diario ABC COLOR (Suplemento Cultural), 30 de mayo de 2004 (Asunción, Paraguay)

 

Siguiendo huellas

Roque Centurión Miranda (x)

 por: Josefina Plá

Diría que figura entre lo más olvidados. No creo poder anotar en los 30 ya largos años transcurridos desde su muerte, un recordatorio extenso a él dedicado en la prensa (aunque sabemos que algún grupo juvenil de teatro del interior que lleva su nombre). No quiero con esto significar que los que fueron ciertamente algunos de los hoy más destacados entre las figuras maduras de nuestra escena, lo hayan borrado de su memoria. Preciso es que lo recuerden, porque se vinculó a sus sueños tempranos. Y para llegar a ser lo que hoy son, pasaron por la escuela y por sus estrecheces formativas: estas ayudaron a formarlos, a dares cuenta, por lo que que había, de lo que faltaba. Que su papel era también “fundar” y sacrificarse. No podrían olvidar esa experiencia en acción y en reacción.

 Pues no hay que dejar de lado la realidad de que la Escuela Municipal de Arte Escénico se fundó en 1948; que los fundadores (y yo me creo con derecho a ese título, porque mucho colaboré en la tarea de sensibilizar las conciencias, duras como pedernal, de quienes dependía su fundación) insumieron en esa tarea veinte años de vida, de paciencia, de espiritual derroche, de alternativas, de esperanza y desánimo…-la idea de renuncia nunca alboreó-. La escuela se fundó con más de veinte años de atraso con respecto a la fecha debida; o sea al principio de la propuesta (1928). Retraso que apoya su larga explicación en un estado de cosas en que hacían y morían las iniciativas culturales, sin eco, como gritos lanzados en sueños.

 Fueron veinte años de memoriales, presentaciones, audiencias; campañas por prensa y radio, recitales, conferencias, etc. Insistencia machacona, acompañada por la organización de elencos que se agotaban a la segunda o tercera puesta en escena –cuando no la primera- flotando siempre en el piélago de la indiferencia. Una situación así no contribuye a que se pueda dedicar tiempo a decantadas actualizaciones, a modificar propuestas; y muchos menos a ampliarlas. Si no se comprende la necesidad de una escuela fermental de arte ¿cómo hallar ocasión para la renovación ampliada de sus planteamientos? La escuela nació, y con sus alternativas, vive hasta hoy; pero los veinte años de espera habían consumido mucho pabilo. Centurión dirigió su bien amada escuela por otros veinte años; murió en 1960. Le quedaban por delante en el almanaque de probabilidades unos lustros más; pero los años habían duplicado su ritmo en el corazón; como Correa, y como tantos otros luchadores de nuestra cultura teatral y literaria, Centurión “había quemado su vela por los dos cabos”.

 Hemos dicho que sus alumnos no pueden olvidarlo del todo; y al decir “olvidar” no quiero decir –otra vez- obliterar al huella de su prsonalidad en cuanto sobre su trayectoria pudo operar. Estas vocaciones destacadas del teatro nacional actual han tenido para ello, como hemos dicho, que continuar su aprendizaje e inclusive virar rumbos, para mantenerse al día en su actuación. Dar por liquidadas etapas; reclamar la contemporaneidad no es solo un derecho, sino también un deber de las jóvenes generaciones. Pero siempre quedarán en pie los ejemplos de total dedicación, de desinterés de toda ambición cuya meta fuese el reconocimiento del teatro como vehículo capital de cultura, que presidió a la gestión y actuación de quien fue su primer director. La generosidad con la cual nunca regateó a nadie sus méritos. El desinterés y altura con que enfrentó, durante años ingratos, las dificultades inacabables en la procura de sus objetivos. Y una vez fundada la escuela, la composición heterogénea del alumnado, entusiasta este siempre, pero en la cual solo un porcentaje reducido de alumnos poseía al ingresar el volumen de cultura general media imprescindible para un aprovechamiento más amplio de la enseñanza impartida.

 La sensibilidad, la vibración, digamos, ante el hecho humano, no faltó nunca; pero no podia rendir pleno fruto sin esa cultura, es decir, sin el espacio propicio para el aterrizaje mental de toda nueva noción.

 Y lo que un ex alumno podia hacer en la escuela lo demostró en los dos años escasos de su gestión directora, Juan Villa Cabañas.

 Empecé a hablar de Centurión, y me doy cuenta de que el espacio se lo ha llevado la escuela…Pero quizá se trata de un mismo hecho. Centurión Miranda vivió para la escuela. Antes y después de su fundación. Quizá por esto, antes y después agotó su capital de vida fuera del plan razonable. No era envidioso, estamos seguros de que donde esté se alegra del triunfo de sus ex alumnos. Aun los que asumieron el imprescindible papel disidente, o quizá por eso mismo. Porque lo fundamental en el aprendizaje cultural; la dedicación, el respeto al arte que no es medio sino en cuanto es fin; el sentido del deber, comienzo y fundamento, de los que fueron sus alumnos no lo olvidan; y ello en una manera –quizá la más útil y humana- de recordarle.

 (x) Del diario ABC COLOR (Suplemento Cultural),  25 de agosto de 1991 (Asunción, Paraguay). 

 

 

Mate indígena y mestizo tereré (x)

por: Juan Bautista Rivarola Matto
(Escritor)

 Suelo decir que tengo una mente matemática porque pienso mientras tomo mate; y no lo digo en broma.

 Además de noctámbulo y siestero –lo segundo posibilita lo primero- soy muy madrugador. Lo primero que hago al levantarme es matar al indio con unos amargos. El que se toma un cafecito procura despejarse; el que matea persigue la concentración.

 Cuando se ve a un sujeto señudo y malhumorado, se afirma:

-Iyavá jhiconi, oimene ndocaiúri co pyjharevepe (anda hecho un indio, seguro que mo mateó esta mañana).

 Dos verbos, que funcionan como sinónimos, nombran la acción de matear solitario en las sombras difusas del amanecer: “ava´ó” y “ava-yucá”, que en traducción literal respectivamente significan:”sacar al indio” y “matar al indio”. Si se pregunta, por ejemplo, ¿qué está haciendo caraí Lacú?, y se responde, ”oimé oyeava´ó (o “oyeava-yucá) jhina”, se entenderá, sin lugar a dudas, que está tomando mate, pero no en cualquier circunstancia o momento del día, sino solo en el amanecer.

 Los paraguayos sentimo, experimentamos, que llevamos adentro un torvo ancestor indígena que debe ser conjurado cada mañana, antes de afrontar los cotidianos trajines de las transculturación, que implican una detestable servidumbre impuesta por el conquistador al ibérrimo selvícola que fuimos en felices tiempos de antropofagia y cacería irresponsable. Motivos sobran para amanecer pire-vaí, de mala piel, o sea, con un humor de perros.

 Por otra parte, el paraguayo reserva para sí una parte de sí mismo escéptica, irónica, intransferible a la que debe persuadir todos los días que conviene marchar con el rebaño, pero sin dejarse engatusar por los pastores. Hasta la religiosidad popular, originada en la prédica de unos paí foráneos salidos de la picaresca, transformó irreverente a Jesucristo en Caraí Kiritó y al Dios Padre en ”Lecayá”. Nada para él es del todo verosímil ni del todo inverosímil, por lo que debe salvarse del posible engaño mediante la ironía y el humor. Pero, para eso, es preciso prepararse tomando unos mates.

 El tereré es dicharachero, reidero y embustero; el mate, silencioso, introspectivo, monosilábico. Si hay palabras, es un monólogo interior en el que las ideas se asocian libremente, enhebradas sin embargo con el hilo de una lógica implacable, como esas desconcertantes ecuaciones que llenan de geroglíficos pizarrones enteros para desembocar en una breve formula genial, como es el caso de E=M C2 que volatilizó a Hiroshina y Nagasaki.

 Las más de las veces las palabras no son necesarias. Entonces el matear mañanero es por demás parecido a la contemplación. Los ojos están abiertos, fijos, dilatados como los ojos de un ciego. Sólo ven hacia adentro imágenes que se proyectan hasta el infinito como en espejos paralelos. Se está en el centro, entre el pasado y el futuro igualmente abismales, igualmente inexistentes porque han dejado de ser o todavía no han sido. Algo nos dice que en el principio la Nada era el Ser y el Ser era la nada, por lo que estamos nadando en puras naderías. Pero, finalmente, el mate, como la calavera de Hamlet, nos dice que no es posible vivir sin convicciones, la primera de las cuales es la certidumbre de la propia existencia, que se constata en el sabor de la yerba.

 El matear mañanero también puede ser una reflexión libre de prejuicios. La mente, recién salida del sueño, no ha tenido tiempo de adecuarse a convencionalismos. Como es demasiado temprano para ponerse a hacer algo concreto, y no se tienen ganas de empezar, los compromisos se postergan hasta que el mate se aguache o el agua se enfríe. El sentido común funciona entonces con absoluta probidad.

 Las tensiones, ilusiones y dudas de la víspera han pasado por el tamiz del subconsciente, que, durante el sueño, ha separado el grano de la paja. Las ideas confusas se vuelven claras y limpias. Poco a poco, mate a mate, nos vamos disponiendo para la jornada que se inicia. El indio se ha ido, o ha muerto, pero volverá o resucitará la madrugada siguiente, y habrá que alejarlo y matarlo de nuevo.

 Con posterioridad a este saludable encuentro del hombre a solas consigo mismo, se encontrará con los demás en ruedos de tereré, no para verse a sí mismo sino para mostrarse, no como es sino como le gustaría que lo vieran. El mestizo socarrón ha ocupado el lugar del indio taciturno, la picaresca el de la cosmogonía. El avá-arandú se ha vuelto Perú Rimá, que macanea de lo lindo. Nadie le creerá sus embutes, ni él esperará que le crean, porque, “tereré jhape oy´eva ndovalei”.

 El alma paraguaya oscila entre estas dos culturas.

 (x) Del diario HOY (Suplemento Dominical), 11 de noviembre de 1990 (Asunción, Paraguay).

 

El paraguayo: ¿un hueso de más? (x)

por: Helio Vera
(Escritor)

  ¿Estamos los paraguayos –como lo sugería, entre sorbo y sorbo de pausado fernet, un maligno teoreta de cafetín, ya fallecido- gloriosamente emncipados de las tenaces leyes de la sociología y de la antropología? ¿Se encuentran realmente cerradas herméticamente las puertas y las ventanas de la nación, con abuso de trancas y cerrojos, a los periódicos ventarrones de la historia?

 ¿Somos en verdad un inexplicable pero vigente subgénero del “homo sapiens”, a medio camino entre el penúltimo troglodita y el poderoso Golem, creación ominosa de la Cábala hebrea? Cunde, desde luego, la tentadora sospecha de que podríamos constituir una colectividad con algunas características poco comunes. Estas nos distiguirían estrepitosamente de los demás pueblos que habitan el cansado “globo de la tierra y el agua”.

 Sería un asunto inédito para una época  como la nuestra, cargada de escepticismo y de racionalismo. Epoca en la que, suponiéndose descubiertos todos los arcanos de la especie humana, etnólogicamente hablando, se buscan  objetos más lejanos para la pesquisa científica: las ignotas estrellas, las intimidades de los átomos, las misteriosas fuentes de la vida.

 La sospecha de nuestra singularidad no es nueva. El Dictador Francia fue de los primeros en aventurar esas hipótesis. Rengger anota en su obra: “…le gusta (al dictador) que le miren a la cara cuando le hablan y que se le responda pronta y positivamente. Un día me encargó con este objeto que me asegurase, haciendo autopsia de un paraguayo, si sus comptariotas no tenían un hueso de más en el cuello, que les impedía levantar la cabeza y hablar recio” (2).

 De tener esta hipótesis alguna base firme, nos hallaríamos ante un grave desafío: los paraguayos poseeríamos el carácter de “rara avis” en la monótona y prolífica especie de los bípedos implumes. Esta tésis tiene dos vertientes totalmente opuestas entre sí, que se combaten con religioso fervor. La primera postula que somos simplemente un pueblo de cretinos, infradotados a fuerza de palos recibidos con secular rutina. La segunda proclama orgullosamente que constituimos una virtuosa especie de superdotados.

 Las consecuencias serán diversas según el punto de vista que se adopte en esta cuestión. Entre ellas, una que puede pasar desapercibida al observador más superficial: comprender a los paraguayos escaparía a la sapiencia de las disciplinas conocidas. Exigiría un conocimiento especializado al que no solo tendrían acceso ciertos especialistas. Pocos, pero cargados de luengos años y de abrumadora sabiduría. Grupo selecto, es cierto, pero reticente a compartir sus secretos con gente cargosa e ignorante.

 -2- Rengger, J.R. “Ensayo histórico sobre el Paraguay” en El Doctor Francia, Rengger/Demersay, El Lector, Asunción, 1982, p. 176.

 (x) Del libro: En busca del hueso perdido (Tratado de paraguayología), de Helio Vera (3ra.edición: 1990), RP EDICIONES; Asunción, Paraguay.