37.Parte

”!Asunción, la muy noble y muy ilustre,

La ciudad comunera de las Indias,

Madre de la segunda Buenos Aires

Y cuna de la libertad de América!” (x)

 

(x) Del poema “Canto secular”, de Eloy Fariña Núñez

 

 

DEL PARAGUAY PROFUNDO

 

Llegan los Jesuítas

 

por: Arq. Jorge Rubiani

(jrubiani@click.com.py)

 

 

  Aunque no correspondiera directamente a las formas de vida instaladas en Asunción durante la colonia, la vida de en las Reducciones Jesuíticas determinaron también las pautas sociales y culturales que se afirmaron en la capital de la Provincia, aun después de la expulsión de los religiosos, en 1767.

 

  Los primeros jesuítas que arribaron al Paraguay en 1587, invitados  por el dominico Alonso Guerra, fueron calurosamente recibidos por la población, que elevó arcos de triunfo al paso de aquellos pioneros. El procedimiento se fue repitiendo a medida que llegaban más religosos, ya que su presencia representaba –a los ojos de los colonos-, una poderosa ayuda para el sometimiento de los indios.

 

  Ya más tarde, otros colonos y sus respectivos gobernantes se plantearían la contradicción fundamental que desbarató aquel singular proyecto: ”…Era posible servir al mismo tiempo a Cristo, al Rey y a los colonos?”. Lo cierto es que, una vez llegados, los jesuítas comenzaron inmediatamente su labor y conscientes que se exponían a grandes peligros no se confiaron exclusivamente al poder seductor de la cruz ni al amor cristiano que profesaban a ”sus indios”. Llevaban también fusiles, porque ”…había que defenderse”. Ya suficientes jesuítas habían muerto en las travesías para abandonarse al cambiante espíritu de caridad de los naturales. Sólo en 40 años, entre los años 1686 y 1727, 113 miembros de la Compañia habían muerto –sólo en naufragios- sucedidos entre Europa y América.

 

  Además del arma, el resto de los utensillos de los jesuítas, según Maxime Haubert, era extraordinariamente variado. Por ejemplo, el padre Florian Pauke, un robusto y jovial sacerdote de Moravia, se internaba en la selva llevando consigo ”…dos corderillos, una buena bolsa de yerba, doce  medids de tabaco, alrededor de cuatro libras de jabón, una libra de sal, seis paquetes de agujas de coser, algunas indulgencias y rosarios, un medio cuartillo de vino, una marmita de hierro, una  cacerola, un plato de estaño y una sopera pequeña”.

 

  Para cocinar, los religiosos llevaban también una alforja de chatasca (chastaca?), carne seca de cordero deshuesado que se cocinaba con una nutrida provisión de ”…ajo, cebolla, pasas, pimiento, sal y jenjibre”. El misionero que no contaba en este arsenal culinario, igualmente conseguía que los indios de su escolta le consiguieran ”…algo de caza, un poco de miel o un huevo de ñandú”.

 

  Aun  en los primeros días de su misión, el misionero nunca estuvo completamente solo y cuando ya hubo organizado su ”sistema de trabajo” le acompañaba un importante séquito. El número del mismo variaba según la distancia a recorrer, la importancia de la expedición o las dificultades que – se pensaba- encontraría en el trayecto. Para comenzar necesitaba de : ”algunos indios para cargar los equipajes, para dirigir las embarcaciones…para defenderlos de los animales salvajes y, si fuera necesario de los indios hostiles”.

 

  También necesitaba de asistentes para las ceremonias religiosas que oficiaba  -a veces- en plena selva, además de los intérpretes en el caso que no llegara a conocer la lengua de sus ocasionales interlocutores. La escolta lo constituían –en total- ”…unas quince a treinta personas; y con frecuencia mucho más”.

 

 

(x) De su libro: POSTALES DE LA ASUNCIÓN DE ANTAÑO, de Jorge Rubiani. Editorial: Intercontinental Editora –Noviembre 2002- Asunción, Paraguay

 

 

 

Cultural

 

 

                      La expulsión de los jesuitas de Asunción 240 años después (x)

 

     

  Eran las cuatro de la mañana de un 30 de julio de 1767, vísperas de San Ignacio, cuando el gobernador Carlos Morphy golpea la puerta del colegio de los jesuitas. No era su intención confesarse ni pedir consejo, sino llevar a cabo la orden que había recibido desde Buenos Aires el 26 de julio pasado. Tenía que poner en práctica el Real Decreto por el cual la Compañía de Jesús, los jesuitas, era expulsada de España, de América y de Filipinas.

 

  Esta orden implicaba una acción doble: por un lado, detener y expulsar a los mismos jesuitas, y por otro, ocupar las temporalidades que la Compañía tenía.

  Cuenta el gobernador que logró introducirse “sin ruido ni estrépito en el Colegio, consigné la reclusión de los padres y les mandé en el mismo acto entregar las llaves de los aposentos, archivos, librerías, común y particulares, las de la iglesia, sacristía, capilla de la congregación, almacenes y despensa”.

  En ese mismo momento se enviaron soldados bajo el mando de Salvador Cabañas para que hicieran lo mismo en las estancias de San Lorenzo y Paraguarí.

  Todo tenía que hacerse en el máximo secreto y con la necesaria rapidez para que nadie saliese en su defensa ni que los jesuitas pudiesen deshacerse de los documentos que los comprometerían.

  De hecho, el Real Decreto vino en un sobre cerrado que sólo el gobernador podría abrir delante del sargento mayor Salvador Cabañas y de Marcos Salinas. Como el primero no estaba en la ciudad, tuvieron que esperarlo a que llegara y recién el sobre pudo ser abierto el 26 de julio a las 6 de la tarde, previo juramento que habrían de guardar secreto.

  En los días siguientes la ciudad vivió un clima de zozobra. Asunción era en aquellos momentos una ciudad pequeña o una aldea grande, la población no superaba los cuatro mil habitantes, por lo que tanto hermetismo no podía dejar tranquilo a nadie. Tampoco a los jesuitas. Cuanta uno de ellos, el padre Francisco Javier Iturri, que por todos los medios quisieron saber de qué se trataba el sobre secreto. Sospechaban que ellos podrían ser los destinatarios.

  Los jesuitas habían sido expulsados dos veces en ese siglo, durante las revueltas comuneras, por lo que razones para temer nos les faltaba. Además el gobernador Morphy, tan asiduo al colegio dejó de visitarlos esos días, arguyendo cantidad de trabajo.

  Desde que los jesuitas regresaron en 1735, después de apagadas las revueltas comuneras, se dedicaron fundamentalmente a tres actividades: educación, misión y los ejercicios espirituales.

  Después de abrir las aulas de gramática y filosofía, y a pedido de los mismos asuncenos, la Compañía inauguró las aulas de teología, lo que implicaba la posibilidad de una educación superior.

  También se dedicaban a la prédica de la palabra, no sólo en su iglesia sino también en las vecinas, la Encarnación y en San Blas. Esta pastoral se veía acompañada por una constante salida a misionar en las capillas rurales.

  Una tercera actividad llevada a cabo por los jesuitas era la de los Ejercicios Espirituales. Año tras año más de 300 personas, clérigos y laicos, varones y mujeres, libres y esclavos, participaban de los 8 días de ejercicios. Según las cartas anuas enviadas por el rector del colegio, los frutos eran múltiples.

  Del colegio también dependían dos misiones indígenas: una al norte, Belén, con el pueblo mbayá, y otra al sur, con los abipones, Nuestra Señora del Rosario de Timbó.

  Como podemos ver, el colegio no pasaba desapercibido por la vida asuncena. Además, si tomamos en cuenta que poseía cuatro estancias, tampoco económicamente estaban al margen de la vida económica provincial.

  La estancia de Paraguarí era la más importante y ocupaba una buena cantidad de hectáreas. Estaba dedicada fundamentalmente a la cría de ganado, pero también se desarrollaban actividades agrícolas como la de la caña de azúcar. La población que vivía en la estancia era esclava. Como Paraguarí quedaba alejado de Asunción, la estancia de San Lorenzo era la que hacía de puente. Es decir, el ganado se llevaba de Paraguarí a San Lorenzo y de ahí al colegio en Asunción.

  Recordemos que los jesuitas tenían que sostener no sólo el colegio sino a la población esclava que entre los que vivían en sus estancias y en la ranchería del colegio llegaba a sumar alrededor de 1.000 esclavos. Cierto es que cada familia esclava tenía su chacra y algunas llegaban a tener un plus que le permitía incluso comprar telas en Buenos Aires.

  Pero ese 30 de julio de 1767 representó un cambio, no sólo para los jesuitas sino también para esos esclavos.

  Los jesuitas fueron alojados en el convento de la Merced hasta que se preparase el barco que los condujera a Buenos Aires, y de ahí a Europa. Los esclavos fueron vendidos en menos de cinco años, y las estancias administradas por Salvador Cabañas.

  Comenta el jesuita Iturri que “algunos y algunas personas principales, y muchísima gente ordinaria prorrumpían en expresiones que indicaban bien el fondo de su aflicción y amor que profesaban a los jesuitas. Unos decían: ‘ya no me confesaré jamás, pues faltan los jesuitas’”. También los religiosos sentían la pérdida y el mismo Iturri cita al prior de Santo Domingo preguntándose: “¿Qué harán con nosotros, si así son tratados estos religiosos tan ejemplares?”. Hasta los mismos indígenas payaguás lamentaban la expulsión.

  No sabemos a ciencia cierta cuál fue el lamento general de la ciudad, pero sí es seguro que muchos sintieron la pérdida.

  De los esclavos sabemos que un grupo se amotinó y se escapó al monte. El grupo estaba liderado  por tres músicos, un violinista, un arpero y un ejecutante de la chirimía. Finalmente los pudieron atrapar y un total de 80 esclavos fueron enviados a Buenos Aires: los adultos asegurados con doce pares de grillos acollarados de dos en dos.

  Los bienes de los jesuitas fueron rematados en almonedas públicas, a un precio muchas veces menor que el real. De esta manera, instrumentos musicales, muebles, remedios de la botica, e incluso alhajas de las iglesias cambiaron de amo. Los esclavos también.

  Las estancias pronto fueron arrendadas a miembros de la elite económica asuncena que trajeron a sus propios esclavos para llevar adelante la tarea. Como vemos, la expulsión de los jesuitas no implicó un cambio profundo en la estructura agraria de la región: se continuó con el mismo uso de la tierra y con el mismo tipo de población.

  Fueron tantas las continuidades (el colegio pasó a funcionar como Seminario de San Carlos) que la historia del colegio jesuita de Asunción muchas veces pasa desapercibida, incluso para los mismos historiadores. Cuando nos referimos a los jesuitas, nos solemos centrar en las misiones de guaraníes, y dejamos a un lado toda la experiencia originada alrededor del colegio de Asunción.

  Aunque sea la expulsión de los jesuitas del colegio de Asunción lo que nos avive la memoria, es importante rescatar más de 150 años de funcionamiento de una institución y una presencia que no sólo se relaciona con la labor educativa, sino fundamentalmente económica y social.



                                                                                                                                  
Ignacio Telesca

 

 

(x) Del diario ABC COLOR (Suplemento Cultural), Asunción, Paraguay, Domingo 12 de Agosto de 2007


Rincón poético

 

Poesías para Asunción

 

 

 

 

 

CUANDO DAN LAS DOCE.

Asunción, ciudad de flores,
de menta y espinillos.

Tú elevas por los vientos
los colores de banderas .

Desde siempre yo te quiero
pues se pueblan de gorriones
silbadores y nostálgicos
los techos
de tu estructura colonial y nueva.

Y eres tan profundamente humana.

Y eres tan sencillamente noble.

Y eres tan concretamente puntual
cuando dan las doce de la noche
en la ajada,
en la triste,
en la vieja Catedral.

Delfina Acosta

 

 

 

 

 

 

CADA MAÑANA

Hoy sólo quiero hablar contigo,
rincón hermoso donde fui tan amada.

Cada día - ya tú lo sabes bien -
¿a medianoche? - ausente aún el alba-
sobre el colchón aquel en gris
con gruesas rayas,
alguna estrella, atenta,
titilaba.

Hoy sé que era verdad que nos amábamos:
porque no importa cuán helada
fuera la medianoche
o la mañana,
sin muletas, sin quejas,
despertaba
y - todos los sentidos atentos -
escuchaba
los cascos del carrito con el pan
atenuados al roce con la escarcha.

Cómo no amarte, dime, si el amor
amanecía en ti cada mañana
y todavía hoy, aquí, intacto,
como si fuera entonces, me acompaña.

de Río Blanco y antiguo, 2002

Gladys Carmagnola

 

 

 

 

Carteo (x)

 

 

por: Kostia (xx)

(Periodista)

 

    En la calle Montevideo, casi llegando a Humaitá así como se baja al centro, había en nuestros años escolares una vivienda que escondía su modestia tras un espeso bosque de frutales que sin mayores cuidados se prodigaban en naranjas, nísperos, moras, yvapurúes, uvas (que las mujeres acostumbraban a llamar ”parral”), yvapovós y guayabos. Habitaba la casita una anciana, cuyo nombre ya no recordamos a pesar de haberla tratado durante bastante tiempo por lo que vamos a referir.

 

  Muchas tardes, regresando del “Natalicio” en que cursábamos la primaria, veíamos a la viejecita curiosear el paso del tranvía 4 y de las gentes, acodada en el muro que remataba una balaustrada a partir del nivel del patio. Un chico de la vecindad nos contó que recibía asistencia de un hermano de posición acomodada y posible dueño de la finca, y que casi diariamente una criada le traía provisiones y le hacía las compras indispensables. Pero, mucho más de ella supimos más tarde, cuando se interesó en conocernos, invitándonos cada vez que nos veía pasar a cosechar los variados frutos de su selvático vergel.

 

  Nos enteramos entonces que tenía un hijo, quien años antes, en su época de “embarcadizo”, la visitaba al regreso de cada viaje, que la colmaba de afectos y regalos; pero que un día, tras una prolongada pausa, le escribió de un lejano lugar, donde había decidido radicarse para hacer la fortuna que no se le dio. Así se lo contaba en cartas que llegaban muy espaciadamente y con mucho retraso, las que le leía la criada, y las contestaba, por cuanto la destinataria no sabía hacerlo.

 

  Un día, muy oportunamente, esta muchacha que la asistía nos advirtió que cuando la pobre mujer contaba de su hijo era incierto; que éste residía nada menos que en Ushuaia, en la cárcel más austral del mundo, purgando un crimen. Oportunamente, decimos, porque unos días más tarde la anciana nos llamó impaciente para que le leyéramos una carta llegada momentos antes. Entre titubeos, superando nuestro desconcierto, le leímos los cariñosos párrafos iniciales, del más tierno amor filial. Luego, aderezado a nuestro mejor criterio, leímos el jubiloso anuncio de la posibilidad de su regreso, de la pronta liquidación de sus negocios y la vuelta a la patria y al hogar materno. “Tal vez para antes del próximo invierno”, era la única frase que nos quedó grabada en la memoria, como vemos, hasta hoy.

 

  La pobre mujer nos pidió que nos encargáramos de la respuesta y nos dio a leer varias cartas anteriores, en una de las cuales nos enteramos de la verdad; de la existencia, como ”en toda humana querella”, de una mujer, del suburbano barrio porteño de La Paternal, de su infidelidad (como en los tangos) y, como éstos, del sangriento castigo al rival. Años más tarde, Borges, por causa tan reiterada, tal vez ésta misma diría en una de sus milongas:

 

Un balazo lo tumbó

en Thames y Triunvirato;

se mudó a un barrio vecino,

el de la Quinta del Ñato

 

  Pero pasó ese invierno y otros, la viejecita siguió recibiendo más cartas que hubimos de responder.

 

  Luego, sería por las vacaciones  del 25, nos enteramos del fallecimiento de nuestra amiga; de   que un hermano había llegado de Tacuaral para encargarse del sepelio. Después, al criada apareció por nuestra casa a referirnos que durante el breve velatorio había llegado el cartero, y nos mostró la última carta, en cuya posdata recomendaba a ambos escribas (sabía que éramos dos por la variedad de la caligrafía y los errores ortográficos), que siguiéramos con la farsa un tiempo más, que confiaba en una nueva apelación de su abogado, que podría atenuar su condena su buena conducta que, en fin, confiaba salir ”antes del próximo invierno”.

 

  Pero, nada supimos más de él. Como él, suponemos, de su madre.

 

 

(x) Del libro: Comentarios Ligeros y Desprolijos.(1985) Editorial Histórica. Calle: Caballero 742, Asunción, Paraguay.
(xx) El verdadero nombre de  Kostia era: Isaac Kostianovsky (1911-1981)

 

 

 

 

El cantante paraguayo má famoso de todos los

tiempos, Luis Alberto del Paraná, con el poncho

de ”60 listas”.

 

 

 

 

Portada de uno de los discos de Paraná y Los Paraguayos, con los ponchos de ”60 listas”

 

 

 

El poncho ”60 listas” (x)

 

por: Mauricio Cardozo Ocampo

 

  El poncho “60 listas” forma parte del atuendo masculino en nuestro país pero desconocemos su origen; sin embargo, con cierto fundamento suponemos que es creación paraguaya, en razón de que no constituye una prenda de mucho abrigo, precisamente muy acorde con nuestro clima, cuyo invierno es bastante benigno podríamos decir que se lo utiliza para “paquetear”.

 

  Para su confección se utiliza el hilo del carretel No. 60; sus listas son angostas y anchas; su color clásico, el blanco y negro, aunque a la fecha ya existen también estilizaciones en distintos colores. Su parte más llamativa está en las guardas terminales, donde se apoyan los flecos y son verdaderas creaciones, admirables urdimbres de intensa variedad, lo que se repite en el poncho jurú (boca del poncho) y se hace en pqueños bastidores.

 

Su uso en tiempos pretéritos fueron intenso y se recuerda que el Mariscal Francisco Solano López, era muy afecto a usarlo, pero a raíz de la Guerra Grande, la desaparición de casi todos los habitantes y el empobrecimiento del país, su elaboración, por supuesto muy costosa, desapareció, recurriéndose al poncho ”bayeta” de color rojo o azul y al poncho ”chara” color gris con cuello, que hasta hoy usan nuestros campesinos y especialmente los troperos por su costo mucho más accesible, de más abrigo y actualmente se los ve puestos sobre todo en los jóvenes de la ciudad.

 

  El poncho ”60 listas” ha resurgido en la actualidad mediante que en un rincón de la Patria, en la Compañia del pueblo de Piribebuy llamada Yaguymí, sobrevivieron algunas familias poseedoras de la técnica de su confección que heredaron sus descendientes, lo actualizaron y hoy nuevamente en vigencia y se los halla en algunos negocios artesanales. A la fecha los vemos usados por los amantes de lo tradicional como un liviano abrigo, pero los artistas cultores de nuestros folklore son los que lo utilizan con profusión y es un pintoresquismo que marca la identificación de la Patria.

 

  Cabe mencionar aquí que exhumando el poncho “60 listas” en el 1955, la banda “Banda Okára” dirigida por el autor de esta nota y compuesta por dieciséis músicos, se presentó, en el Teatro Municipal, Teatro Granados, y en el “Solar Guaraní”, luciendo sus componentes este varonil atuendo, causando admiración por la belleza de esta prenda y muchos del público desconocían que se trataba de una antigua creación paraguaya.

 

 

(x) Del libro: Mis bodas de oro con el folklore paraguayo (Memorias de un Pychãi), de Mauricio Cardozo Ocampo. Edición del autor: 2da. edición: 1980 (Asunción, Paraguay).

 

En 1959, el príncipe Bernardo de los Países Bajos, hizo una visita protocolar

al Paraguay. El dicha ocasión, el creador de la revista “FA-RE-MI” (y de esta

Página Digital…), Bernardo Garcete Saldívar (2.de la derecha) le regaló un poncho “60 listas”, en nombre, dijo, “de los artistas paraguayos que graban en Holanda…”.

 

 

 

PIRIBEBUY 

Cuna del Poncho de 60 listas

 

  Piribebuy, ciudad ubicada en el Tercer Departamento de Cordillera, a 74 km de Asunción, conocida también como la apacible ”Ciudad Heroica”, privilegiada por la Madre Naturaleza que la colma de una variada y exuberante vegetación donde anidan el zorzal y el urutaú. Numerosos arroyos llegan  sus cantarinas aguas entre el verde Amambay para caer luego en primorosas cascadas.

 

  Fundado el 8 de marzo de 1636 por el capitán Martín Ledesma de Valderrama, fue tercera capital de la República durante la Guerra de la Triple Alianza y en ella se libró una de las más sangrientas batallas, el 12 de agosto de 1869. En ella pelearon con valentía y coraje hombres, mujeres y niños defendiendo la soberanía nacional. Por ello, Piribebuy guarda silenciosamente –en cada rincón de su suelo- un suspiro de la historia.

 

  Su nombre proviene de una voz onomatopéyica: Pirï, escalofrío; bebuy (vevúi): suave. Es la sensación que siente el visitante al recibir la suave brisa que sube del cristalino arroyo que le diera su nombre.

 

Iglesia de Piribebuy

Iglesia de Piribebuy (Paraguay)

 

  La ciudad cuenta con extensos espacios verdes, fuente de permanente renovación de oxígeno que la convierte en morada saludable. La hospitalidad de sus pobladores crea también un ambiente propicio para el descanso.

 

  Cuenta con 23 compañias y según los resultados preliminares del Censo de Población yVivienda Marzo 2003 actualmente la población asciende aproximadamente a 20.000 habitantes.

 

  En esta ciudad se teje el Poncho de 60 listas, prenda varonil muy utilizada por los cultores de la música nativa como signo de identificación con la Patria.

 

  En la compañia Yhaguymí, sigue vigente la elaboración de esta artesanía. Es tejida  por manos femeninas de finísimos hilos con el menudo listado que le da su nombre. El original poncho de 60 listas es blanco y negro, pero con el tiempo se fueron tejiendo otras combinaciones como el blanco y rojo, rojo y negro, blanco y azul, y de diversos colores. La guarda y la abertura para a cabeza, llamada ”poncho jurú” (boca), constituyen una urdimbre especial, muy fina y artísticamente realizada con variados diseños, en pequeños bastidores, con hilo carretel No. 60.

 

  En la actualidad son pocas las mujeres que se dedican a este primoroso trabajo, y con tal motivo tiende a desaparecer. El pueblo de Piribebuy y sobre todo la ONG Artepar se resisten a perder uno de los principales distintivos a nivel e internacional.

 

 

(x) Del libro “Poncho Paraguayo. Hilos de tradición”. Compilación: Reina Cáceres y Marlene Sosa Lugo (marlenesosa@hotmail.com).Marzo de 2004. SERVILIBRO, 25 de Mayo esq. México; Asunción, Paraguay. Mail: servilibro@highway.com.py

 

 

 

 

Entrevista al  Profesor, Dr. Justo Pucheta Ortega (Cantante; y ex miembro de la Suprema Corte de Justicia del Paraguay)

-Fragmento-

 

Encuentro con Giménez (x)

 

por: Lita Pérez Cáceres

 

 

  Una vez finalizados sus deberes como conscripto, Pucheta reinició sus estudios secundarios. “Estaba en el sexto curso y solíamos aprovechar algunas horas libres que teníamos por la mañana para ir con mis compañeros a escuchar a la orquesta de Atilio Valentino, que actuaba en el bar Oriental, en la calle Palma casi 25 de Noviembre, donde hoy sería, Palma entre Alberdi y Chile. Una mañana me encuentro con Herminio Giménez, cantor de la orquesta, quien me interpela para saber si yo cantaba. Como tenía vergüenza dije que no. “Mentira, me respondió, yo sé que usted canta y lo hace muy bien”. Tal interrogatorio se debía a que quería invitarme a formar un dúo con él puesto que la orquesta había sido contratada por la conocida casa Viladesau de Buenos Aires, para grabar 50 canciones paraguayas. Pucheta no decidió solo. “Yo, como hijo antiguo, le respondí que tendría que solicitar permiso de mis padres. Así lo hice y mi madre, por supuesto, se opuso. No así mi padre que dijo: “Andate mi hijo, que el viaje también es un estudio”.

 

   Los ensayos, que se realizaban en casa de Herminio Giménez, ubicada en General Díaz casi Montevideo, duraron bastante y, cuando consideraron que el dúo estaba lo suficientemente ajustado, emprendieron el viaje hacia la capital argentina en el vapor “Berna” que era impulsado por ruedas.

 

  “Gardel se nos adelantó”

 

  Durante el viaje de ida, que tenía una duración de dos días y medio, la orquesta y los cantantes seguían ensayando. Puchete tuvo que aprender de memoria la letra de más de treinta canciones, pero al tener conocimientos musicales no necesitaba mirar los ojos de Giménez para saber cuando empezar y cuando terminar.

 

  ”En el puerto de Buenos Aires nos recibió el maestro, pianista clásico, don Manuel Viladesau. Fuimos con él hasta el hotel donde nos hospedaríamos. Se encontraba en la Avda. España al 800 y se llamaba ”Hotel España. Después fuimos para las primeras pruebas de grabación, a la casa Viladesau. Primero grabamos 8 discos, con 16 canciones en total. Al año siguiente grabamos 10, o sea, que en total grabamos 36 canciones paraguayas.

 

Fue en uno de esos días cuando conocí a Carlos Gardel, que estaba en el estudio. Se acercó y me habló. Lo recuerdo como a un mozo muy fino y de una conversación muy agradable. Me dijo, entre otras cosas, que él ya había grabado canciones en guaraní, pero que no entendía ni una palabra. Es decir que se nos había adelentado con respecto al guaraní, pero probablemente fueron canciones correntinas”.

 

(x)  Del semanario LA OPINIÓN, viernes 23 de Julio de 1993 (Asunción, Paraguay)

 

 

 

 (x) Del diario ÚLTIMA HORA (El Correo Semanal), 3 de julio de 2005 (Asunción, Paraguay).

 

ACOTACION DE FA-RE-MI: Más información sobre Agustin Pío Barrios, haga click aqui

 

 

La inutilidad de los jazmines

 

Renacerá el Paraguay

 

por: Mario Rubén Álvarez

Poeta y periodista

(alva@uhora.com.py)

 

  Sin ser parte del horror, habían mirado los ojos de la muerte. La sangre de sus hermanos les había mostrado el rostro brutal de la intolerancia. Y ellos, hijos naturales de la concordia, como artistas que eran, prefirieron salir de la boca del fuego que hasta sus nombres invocaban porque no iban a ser cómplices de la barbarie de la revolución de 1947. Los colorados se estaban adueñando del poder, pero también de la respiración, de la dirección del viento, del aguacero de la tarde y de todo cuanto encontraban a su paso afiebrado.

 

  El maestro Herminio Giménez –venido al mundo en Caballero, departamento de Paraguari, el 20 de febrero de 1905 y fallecido el 5 de junio de 1991-, y su joven esposa Victoria Miño habían cruzado el río Paraguay porque sus vidas corrían peligro. Les acompañaba la cantante y poeta bonaerence María Teresa Márquez. “Nos encontramos con ella en Corrientes, vinimos a Asunción donde nos sorprendió la guerra civil. Pasamos a Clorinda. Allí nos hospedamos en la casa de nuestro padrino de casamiento José Parajón, intendente de esa comunidad”, recuerda doña Victoria.

 

  Músicos y poetas arrojados por la furia del fraticidio llegaron al mismo destino que ellos. Y como los días que pasaban sin que la esperanza del retorno dibujase un panorama alentador, optaron por dirigirse a un puerto de mayores posibildades: Buenos Aires.

 

  “Muchos éramos los que tomábamos parte del viaje. Estaban Toledo Núñez, Demetrio Ortiz, Teófilo Escobar y por supuesto Herminio, María Teresa y yo, entre muchos otros que no recuerdo”, dice la viuda de Giménez.

 

  -Don Herminio, era politico?- es la inevitable pregunta a la persona que más sabe acerca de la vida del músico y compositor.

 

-Él era del Partido Liberal. Lo era porque había sido amigo del que sería el mariscal José Félix Estigarriba. A Herminio lo encontró en el Chaco, lo designó para ser director de la orquesta Comanchaco y al terminar la guerra le dijo que así como estuvieron juntos en los combates iban a estar en la paz. Así fue. El que iba a ser mi marido –yo me casé en 1946- enseñaba música en un proyecto que llevaba adelante. Vino la revolución del 17 de febrero de 1936 y él tuvo su primera deportación a Corrientes. Como venganza por lo que le habían hecho, se afilió al Partido Liberal.

 

  La delegación paraguaya arribó a la capital argentina. Cada uno buscó la manera de sobrevivir. Y de seguir siendo fiel a su vocación.

 

  “Algún tiempo después de que nos instaláramos, ya en 1948, Herminio quiso hacer una obra que hablara del renacimiento de la patria después de la herida que sufriera. Pensó en el poeta Néstor Romero Valdovinos para le hiciese la letra. Como era un bohemio, era difícil contar con él. Entonces mi esposo medio lo secuestró una vez y lo trajo, con su maquinita de escribir portátil y todo, a la casa donde vivíamos en Moreno. “Tenemos que hacer una gran música para que renazca el Paraguay. A tu cargo quedan los versos”, le dijo Herminio. Néstor, lejos de hacerle caso, anduvo juntando flores silvestres de los alrededores con una criatura ahijada de nosotros. Un domingo comimos y luego el poeta se sentó a la máquina y sacó el poema que tituló Renacerá el Paraguay atendiendo a las indicaciones recibidas. A Herminio le gustó mucho y al poco tiempo ya le puso la música”, narra doña Victoria.

 

 “La obra era ambiciosa. En el medio tenía lo que llamaron el Himno de la libertad también con letra de Romero Valdovinso, que hizo en esa misma ocasión. La versión más conocida de Renacerá el Paraguay excluye esa parte. El estreno de la obra estuvo a cargo del cantante argentino Federico Redondo. El que lo grabó, en 1957, fue Alberto de Luque”, concluye doña Victoria Miño viuda de Giménez.

 

Renacerá el Paraguay

Se han quedado en silencio los valles floridos
y los ranchos humildes en ruinas están.
Ya la aurora no encuentra por esos caminos
a la hermosa morena camino al ycua..

 Los sembrados sollozan su ausencia de espigas
y las nubes que pasan parecen llorar.
por el fuerte labriego de heroicas fatigas
desterrados que añoran muy lejos su hogar.

 Para que los jazmines, ni la noche estrellada
si la patria enlutada a sus hijos perdió
si hoy, en otros confines, lejos, ya desterrada
la valiente, abnegada, juventud se quedó

 Renacerá el Paraguay
bajo el beso de Dios
alborada triunfal
que nuestra sangre regó

bendecida en dolor
y en el surco feliz
otra vez cantará el labrador.

Para qué los jazmines, ni la noche estrellada
si la patria enlutada a sus hijos perdió
si hoy, en otros confines, lejos, ya desterrada
la valiente, abnegada, juventud se quedó.


 Renacerá el Paraguay

bajo el beso de Dios
alborada triunfal
que nuestra sangre regó

bendecida en dolor
y la patria será

una sola promesa de amor.

Letra: Néstor Romero Valdovinos
Música: Herminio Giménez