”Pero así, caminando, bajo nubes distintas;

sobre los fabricados perfiles de otros pueblos,

de golpe, te recobro.

Por entre las soledades invencibles,

o por ciegos caminos de música y trigales,

descubro que te extiendes largamente a mi lado,

con tu martirizada corona y con tu limpio

recuerdo de guaranias y naranjos”.

                      Hérib Campos Cervera

43.PARTE

 

 

 

 

 

 

 

 

DEL PARAGUAY PROFUNDO

Memoria viva

                                   Asunción, la novia de músicos y poetas (x)

por: Mario Rubén Ávarez
-Poeta y periodista-
alva@uhora.com.py

 

  No hay barrio, compañía, paraje, pueblo o ciudad del Paraguay que no tenga su canción. Algunos tienen "hasta pa'dar y prestar", como dice el Martín Fierro. Los lugares - urbanos o rurales, con olor a cemento o aroma del costado de los tape po'i sinuosos- son el motivo de la inspiración de los que jamás se van a sentir enteramente artistas si es que no les cantan a los aires que aman entrañablemente.

  Encumbrados compositores de escuela y humildes trovadores que bebieron del rocío el arte que profesan, han dejado su testimonio de afecto a la tierra que los vio correr de niños, besar a la primera novia o despedirse de su madre en busca de incierta fortuna. Los poetas no se han quedado atrás. Es más, muchas veces han sido el motor de las creaciones destinadas a pervivir en la memoria popular.

  En el contexto de las canciones destinadas a un punto geográfico, Asunción es una de las musas que mayor cantidad de obras motivaron a lo largo del tiempo. No son solo sus hijos - los nacidos en su territorio- los que la alzan a las estrellas; los que pasaron por sus encantos y no la olvidan son los que se suman a su lista de    enamorados.

  El punto de partida, por lo general, es la nostalgia que genera la ausencia. Como todavía es imposible el regreso, la canción apacigua el espíritu y otorga una cercanía en la imaginación.

  Una de las primeras obras dedicadas a la capital es Asunción del Paraguay, de Emiliano R. Fernández y Santiago Cortesi.

  "Ndaikuaái ojehúva chéve, che ko'ênte sapy'a/ che ygue ygue rei, imposible ndavy'ái/ ama'ê y Paraguaýre, che resa mante ikâ/ ajuségui rohecha, Asunción del Paraguay", confiesa el poeta, hundido en la desazón. Desde el Alto Paraguay, donde se siente confinado, mira las aguas del río Paraguay y se transfigura.

  Imagina luego que su sueño de volver se cumple y va recomponiendo en su memoria cuanto recuerda de hermoso de la "Madre de Ciudades". Lo más rico de su vocabulario está volcado en los conmovedores versos que viven desde la década de 1920.

  De esa misma época, en los albores de la guarania que se iba robusteciendo en cada compás, data Paraguaýpe, de Manuel Ortiz Guerrero y José Asunción Flores. El tono es también triste. El poeta abre las puertas con una estrofa de cuatro versos en guaraní, para alternarlos con los escritos en español y continuar con ese esquema. En una cita puntual - muy propia de este tipo de obras- , nombra aquellos sitios y escenas que son relevantes para su sensibilidad: Plaza Uruguaya, el Oratorio de la Virgen de la Asunción, las burreras descalzas y de ojos azules - influencia del modernismo rubendariano- , puerto Sajonia, el cerro Lambaré, la escalinata de la calle Antequera, el cementerio del Mangrullo, que se convertiría en parque Carlos Antonio López; la bahía y algunas calles, son la "flor de las flores del Paraguay".

  Además de esas dos canciones, Asunción, de Federico Riera, es otra de las que no pueden ser soslayadas en este rápido recuento. Tampoco puede ser ignorada Canto al Paraguay, con letra del argentino Heriberto José Altinier y música de Aparicio de los Ríos y Eulogio Cardozo. Aquí Asunción es el Paraguay.

  En tren de rápido recorrido vale la pena mencionar obras como Serenata a mi Asunción, de Matías Ferreira Díaz y Neneco Norton; Mi ciudad lejana, de Óscar Mendoza y Martín Leguizamón; Lejos de mi Asunción, de Carlos Gómez y Miguel G. Riveros; Playa de Asunción, de Lorenzo Leguizamón; Che Paraguaý, de Hilarión Correa; y tantos otros.

  La capital del país es una de las ciudades más cantadas. El gran motor que mueve la creación es la nostalgia de los ausentes.

(x) Cortesía del diario ÚLTIMA HORA (El Correo Semanal), sábado 15 de agosto de 2009 (Asunción, Paraguay)

                  Primavera en Asunción, el Lapacho florido da la bienvenida…

Paraguaýpe

Ajahe'óta pende apytépe

narôtîvéigui che vy'a'ÿ

ahypyimíta ko pyharépe

che resaýpe Paraguaý.

Plaza Uruguaya, selva aromada,

¡Oh pajarera de mi canción!,

orgullo mío, cúpula amada,

el Oratorio de la Asunción.

Che amomorâva ku umi burrera:

ipy nandi ha hesa hovy,

che py'apýnte añopû héra

ha che ahogáta ko tesay.

Casa Típica Paraguaya

Puerto Sajonia, mi desvarío;

azul cerrito de Lambaré,

la Escalinata, Mangrullo, el río...

mi canto errante te cantaré.

Purahéi pópe ko che amokâva

jerokyha rupi che resay

ha ñasaindýrô romongetáva

che noviarâicha Paraguaý.

Es la bahía joya amatista,

Palma, Colombia, calle Amambay,

el ramillete de los turistas,

¡flor de las flores del Paraguay!

Letra: Manuel Ortiz Guerrero

Música: José Asunción Flores


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Un extranjero en su tierra: El avá-guaraní

por: Bartomeu Meliá, S.J (1/2)

  Usted ha llegado a Itakyry como ha podido, probablemente en un camión obrajero. Por esta noche Ud. se hospedará en el vasto hotel junto a la plaza, donde tienen para Ud. una habitación de señor, pero Ud. no piensa quedarse mucho tiempo en el pueblo, ya que quiere tomar contacto cuanto antes con los indígenas de la región.

  Gracias a un buen amigo Ud. logrará que el cacique de uno de los grupos indígenas sea avisado y se presente sin tardanza. La expresará el deseo que tiene de convivir unos días con ellos, el cacique aceptará, y ya están juntos atravesando la selva, esa masa en la Ud. se zambulle como un mar.

  Llegados a la casa del cacique Ud. se sienta y observa. Empieza ese trabajo de etnólogo, que Ud. toma tan serio, aunque sin saber exactamente en qué consiste. Ud. vino sólo para observar; Ud. quisiera estar ahí, como una cámara fotográfica o como una máquina grabadora; Ud. quisiera ser todo pasividad;  Ud. quiere abrir los ojos y los oídos, y ser impresionado, sin más. Quiere estar presente y ausente a la vez: presente para registrar, aunque para no intervenir.

  Y aquí empiezan las dificultades: estos indígenas que Ud. y yo llamamos primitivos, son extremadamente sensibles. Ud. puede pasar desapercibido en medio de una multitud, pero en medio de la selva su presencia es un triste acontecimiento. Y Ud. se da cuenta que los indígenas adivinan y penetran lo que Ud. es en realidad: un espectador. Desde ese momento comienza el drama del etnólogo, cuando percibe que ante su presencia los indígenas actúan como actores. Hoy por hoy esta dificultad nadie ha podido superarla definitivamente. Hay que resignarse…-

Sin tierra en su tierra…

  Los indígenas de Itakyry son de los denominados científicamente ava-guaraní o chiripá, y, como ha observado exactamente el señor León Cadogan, en su artículo: “Cómo interpretan los chiripá (avá guaraní) la danza ritual”. Revista de Antropologia, VII, 1-2, 1959 b:66, ”son los más ”aparaguayados”; y nadie, efectivamente, juzgándolo por su indumentaria, comportamiento en presencia de extraños, manera de hablar guaraní, rasgos fisionómicos en la mayoría de los casos, diría que un chiripá fuese ”indio” (Cadogan 1959 a:8)

  Cuando  Ud. se levanta a las cuatro o cinco de la mañana, le ofrecerán el mate caliente y verá desarrollarse delante de Ud. un ritmo de vida que se parece en mucho a la del campesino paraguayo alejado de los centros urbanos.

  Con motivo de su llegada, el cacique ha hecho avisar a otros indígenas que se encuentran en la región, y especialmente a los ñanderú, padres espirituales de la comunidad, quienes por la función de cantores y dirigentes de las danzas rituales que desempeñan, son también llamados oporáiva. Las visitas se suceden  como un rito; Ud. es recibido como portador de un mensaje, y la hospitalidad nunca puede cerrarse al mensajero.

  Los niños juegan con sus juguetes de madera que figuran vacas y toros (se diría que en el sueño de un niño chiripá late un estanciero poseedor de innumerables reses).

   En las manos de un joven chiripá la cera silvestre se convertirá en masa proteica de sucesivas  formas: serpiente, coatí, mono y…avión. Y su extrañeza será grande al ver un avión en manos de un chiripá, y Ud. pregunta:

-Quién hace los aviones?

-Los paraguayos.

-Y los guaraní no hacen aviones?

-No. Los dioses no les han dicho cómo hacerlos.

-Y a los paraguayos quién les enseñó?

-Los americanos.

-Y a los americanos, quién les enseñó?

-Ellos tienen un cacique “guasú” que habla con los dioses, y éstos se lo dicen.

Y Ud. tiene la tentación de reír, y al mismo tiempo de indignarse, contra esta clase de ”teología” tan poco primitiva.

  Pero Ud. oirá sobre todo queja, quejas referentes a las tierras. Aunque hay una reserva de tierras para ellos en Paso Cadena, ellos en su mayoría no quieren radicarse en dicha colonia, debido a dificultades con el cacique que allí reside, con los directores extranjeros de la “misión” y con la forma de vida que se les quiere imponer. Hoy los chiripá están en tierras que no son suyas, y de las que cualquier día pueden ser expulsados: en la tierra guaraní, ya no quedan tierras para los guaraníes.

(1) Acción 5, mayo 1970: 17-20 Asunción

(2) De su libro: “Una nación, dos culturas”. RP ediciones CEPAG. (mayo 1988; Asunción, Paraguay)

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EL PÁJARO CAMPANA (x)

por: Dr. Juan Max Boettner

Guyra Campana - Ave nacional del Paraguay

  Un pajarillo de nuestros bosques con un canto muy característico que dio origen a una pieza de arpa.

  En guaraní se lo llama Güyrá Campana. En realidad es una expresión bilingüe. He podido encontrar muy remotas referencias a este animalito. Siempre ha llamado la atención.

  El padre Charlevoix (65) escribe: ”El pájaro más común en este país se llama Güirapé (sic). (Deber ser Güirapú), es decir pájaro sonante, es blanco y muy pequeño, pero canta extremadamente fuerte y se aproxima al sonido de una campana”. El libro fue publicado en 1756.

  El padre Guevara (161), nacido en 1720 cerca de Toledo, nos refiere: ”El Pájaro Campana, Güyrapú llaman los indios, propio  de la Serranía del Tape, es pequeño de cuerpo, de pluma blanca y menor que una paloma. Ocupa siempre las copas de los árboles, al reparo de las ramas para que no le tiren los tiradores. Lo particular es el canto que imita con propiedad al repique  de campanillas de plata”.

  Mauricio Cardozo Ocampo (95) lo describe así: ”Se ubica en las copas más altas de los árboles y desde ese lugar emite sus notas casi estridentes…Estas notas que emite casi simultaneamente, de la tónica pasa glisando a la dominante; repite primeramente  en forma espaciada, luego aumenta más y más hasta llegar a un acelerando, como si fuese realmente un repique de campana. Es de tamaño pequeño, como la golondrina y su hermoso plumaje blanco lleva como adorno en las puntas de las alas y cola el contraste del color negro. El pico y las patitas son rosados y su pechera azul”.

  La muerte del beato Roque González de Santa Cruz es relatada en la siguiente forma (24): el cacique Ñezú, hechicero de Yjuhi (en el actual Uruguay), era enemigo de los españoles. Estando el padre Roque en Kaa´ró preparando la erección de un campana, ”…se inclinó para atarle el badajo, para poderla tocar y alegrar a la gente. Al verle colocado en aquella posición , una señal de Caarupé (enviado de Ñezú), el esclavo (Maranguá) cumplió con su mandato, descargando sobre la cabeza del padre tal golpe con el itaizá, dejándolo instantaneamente muerto”.

   Cadogan cuenta en su libro inédito (102):…”El Güyrá Campana o Güyrá itapú se debe a la leyenda cristiana, según la cual este pájaro habría cantado por primera vez al exhalar su último suspiro el santo varón Roque González de Santacruz, martirizado por los indios del Kaa´ró a la ordenes del cacique Ñezú”.

 

QUIÉN RECOGIÓ POR PRIMERA VEZ ESTA CANCIÓN POPULAR?

  Parece ser que el autor es anónimo.

  Cadogan dice que posiblemente el autor es José Iriarte de San Juan de las Misiones; y que Carlos Talavera hizo el arreglo para guitarra.

  Polonio Daniel López (178), arpista y compositor oyó ”por ahí” la piecita y se la enseñó a Félix Pérez Cardozo.

  Mauricio Cardozo Ocampo (95) escribe: ”Allá por el año 1917 logramos escuchar por primera vez la interpretación de la página musical con el nombre de ”Güirá Campana” a cargo de un bohemio del Guayrá Eloy Martín Pérez, autor de dicha versión”. Refiere Cardozo que la orquesta de Bernardito Mosqueira de Carapeguá la tocaba y que Carlos Talavera, ”orgullo musical de Caazapá”, hizo su célebre versión para guitarra.

  Sila Godoy sostiene que Carlos Talavera es el presunto autor de la obra y es también él quien la popularizó (21), Según Sila, también la tocaba Ampelio Villalba, excelente guitarrista de Caazapá, y cree que por ese camino la conoció Félix Pérez Cardozo.

  Si un ”arreglo” merece los honores de una verdadera creación, ese mérito corresponde a Félix Pérez Cardozo por lo que hizo del Pájaro Campana en su adaptación al arpa. Es una obra maravillosa que aprovecha en forma estupenda los escasos recursos del arpa popular. Esta obra es muy difundida.

(1) Del libro “Música y Músicos del Paraguay”, del Dr. Juan Max Boettner. Este libro fue editado en el año 1956, y fue rescatado del olvido por Bernardo Garcete Saldívar (creador de FA-RE-MI y esta Página Digital…) en el mes de mayo de 1997. Actualmente va por la 3ra. edición. Se encuentra en venta en las principales librerías de Asunción: Servilibro y El Lector (Plaza Uruguaya), y la Librería Salesiana (Don Bosco).

ACOTACION DE FA-RE-MI: En la Sección Del Paraguay Profundo No. 9 y 38, se puede encontrar más información sober este tema. También en “Escuchar Músicas Paraguayas” (MP3), por diversos intérpretes se puede escuchar esta esta pieza musical, inclusive, en la versión original de Félix Pérez Cardozo.

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POLCA PARAGUAYA (1)

 Danza y canción  de movimiento rápido y acompasado. Su nombre deriva de la polca europea –de gran difusión en el Paraguay desde mediados del Siglo XIX- pero su ritmo, melodía y contrapunto característicos no guardan relación con la misma. La polca paraguaya combina ritmos ternarios, con binarios y síncopas. En tanto que la polca europea es de ritmo binario. La yuxtaposición de ritmos de tres tiempos, en el acompañamiento, y de carácter binario, en la melodía, produce una síncopa permanente, que sumada a otra que anticipa o prolonga la melodía, le otorga un estilo peculiar que el musicólogo Juan Max Boettner definió como Sincopado Paraguayo (ver)..

  Las diversas variantes, siempre sobre la base del tiempo ternario, proporcionan una riqueza polírrítmica y una cadencia inconfundibles. Los saltos del acompañamiento generalmente se producen  por un acorde quebrado. Desde el punto de vista armónico, mantiene progresiones y acordes de armonía rota, de gran similitud a la música practicada en las misiones jesuíticas y en la época colonial, del siglo XVIII.

  La primera referencia, en el país, acerca de la polca como danza proveniente de la zona de Bohemia, data de 1858. El Semanario, publicó el siguiente comentario: ”Había una Banda Militar, destinada exclusivamente para diversión del pueblo, que bailó polkas y mazurkas al compás de esta ruidosa orquesta”. En tanto que las referencias a una música nacional, con matices y personalidad local, datan ya de comienzos del 1800. Se piensa que los paraguayos se apropiaron del nombre de la polca, simplemente, para definir a su música, como ha sucedido con guitarra (Mbaraka, ver), por el hecho de que la polca europea era un baile muy popular.

  Las polcas más antiguas del Paraguay, que datan del siglo XIX son: Campanento Cerro León, Alfonso Loma, Mamá kumandá, Che lucero aguai´y y Ndarekoi la culpa, Carreta gúy, Guaivï pysapé, de los partidos politicos Colorado y Liberal (18 de Octubre) y otras. Existen numerosas variantes de acuerdo al ritmo y el carácter como: polka syryry (de movimiento más moderado, conservando su carácter bailable), polca kyre´ý (alegre y animosa), polca popo (ligera y graciosa). Los  bailarines al danzar, producen saltos denominados: (jeroky popo), polca saraki (generalmente instrumental y de movimiento rápido), polca galopa, polca yekutu (polca clavada). Los bailarines marcan el paso en el lugar como clavando el piso. Y otras. A lo largo del siglo XX varios músicos intentaron sustituir el nombre de polca por: Kyre´ý, Techagau y otros como: Danza Paraguaya.

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DUPUIS, Francisco Sauvageot De (2)

   Nació en París, Francia, en 1813. Llegó al Paraguay en 1853 contratado por el gobierno de López como Jefe de Música al servicio de la República, para la formación de bandas de música militar y como profesor de música de la Academia Literaria. Sus honorarios eran superiores al de los Ministros de Estado (En 1856 percibía 100 pesos mensuales, mientras que el Ministro de Guerra y Marina Francisco Solano López recibía 50 pesos). Fue también director del Colegio Nacional y maestro de los primeros músicos profesionales del país como: Cantalicio Guerrero e Indalecio Odriosola. A su muerte dejó conformadas más de 20 agrupaciones musicales. Está considerado como uno de los presuntos autores de la música del Himno Nacional del Paraguay, y autor de una Marcha al Mariscal López. Acerca de su labor se refería el periódico La Democracia (13 de marzo de 1858): ”El inteligente y activo Dupuis presentó en la última revista 74 alumnos de música perfectamente aptos para componer la banda militar del cuerpo Nacional de Artillería. Es digno de elogiar la prontitud con que ha enseñado a estos jóvenes militares. Ya son cuatro las bandas militares que alternan descansadamente en el servicio de la plaza, debiéndose añadir las diferentes bandas pertenecientes a distintas fuerzas militares destacadas en otros puntos de la frontera…”.

  Según testimonios de Juan Silvano Godoi “el maestro  Dupuis estaba asimilado al grado de Teniente 1° y gozaba a un sueldo  de los Ministros de Estado. De temperamento displicente, irascible, medio neurasténico, famoso alcoholista y de carácter despótico –sin carecer de talento musical- sometía sus numerosos discípulos a rigurosísima disciplina, Los neófitos que no repetían sus lecciones al día siguiente de escuchadas, sin un solo error, recibía diez palos por vez primera, veinte por la segunda, treinta por tercera y así sucesivamente. Acostumbraba recorrer de noche las plazas públicas y de armas donde había retreta. Escuchaba de lejos y anotaba prolijamente a los músicos a quienes notaba descuidados o remisos; y a la primera hora del día siguiente les aplicaba 40 palos al deslíz”.

  Falleció en Asunción el 2 de Julio de 1861.

(1/2) Del Diccionario de la Música en el Paraguay, Setiembre de 1997 (Asunción, Paraguay). Gentileza de su autor, el maestro Luis Szarán.

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Entérese

Don Baudilio (1)

  Don Baudilio Alió fue un empresario teatral catalán radicado en el Paraguay a finales del siglo XIX. Fue un conspicuo promotor cultural de su época y el introductor de la ópera en el país, además de fundar compañías de zarzuela y llevar adelante la construcción de la más importante sala de espectáculos de la capital paraguaya, el actual Teatro Municipal de Asunción. Claro que, entonces, se llamó Teatro Nacional, donde tuvieron lugar memorables presentaciones artísticas y cinematográficas. Por intermedio de don Alió, actuaron en escenarios paraguayos importantes cantantes, como Alejandro Rosetti, Adriano Acconci, Alejandro Niccolini, Teresa Simona, entre otros.

  Baudilio Alió falleció en Asunción, el 16 de agosto de 1892, sin ver concluida la edificación del Teatro Nacional, rebautizada en 1949, con el nombre de Teatro Municipal “Ignacio A. Pane”.

Una nueva Germania (2)

  En 1887 se estableció en el Paraguay la colonia Nueva Germania, fundada el 23 de agosto de ese año, en tierras que pertenecieron a Cirilo Solalinde, por el doctor Bernard Foerster, médico alemán casado con la hermana del célebre filósofo Friedrich Nietzsche.

  El señor Foerster y su esposa vinieron al frente de catorce familias alemanas, que fueron las iniciadoras de la colonia Nueva Germania.
La fundación de la colonia fue fruto de un largo sueño basado en los “más puros ideales germánicos, donde no hubiese judíos, no se practicase la vivisección de animales, reinase el vegetarianismo y donde el cristianismo tuviese matices originales”.

  Proyecto del señor Foerster fue crear una población netamente germana, con el propósito de mantener la pureza de la raza aria y donde no se conocieran las limitaciones impuestas en una sociedad convencional.

  Poco después de su establecimiento, en el departamento de San Pedro, el proyecto fracasó, en gran medida, porque los colonos no supieron sustraerse a los encantos de las paraguayas (hay que tener en cuenta que gran parte de la población masculina sucumbió en la Guerra del 70) y porque muchos de los postulados enunciados por Foerster, eran realidades palpables en el Paraguay de fines del siglo XIX.

  Fracasado su proyecto, Foerster se radicó en San Bernardino, donde, desencantado, envenenándose con estricnina y morfina, se suicidó.
El señor Foerster fue uno de los principales exponentes del antisemitismo alemán del siglo XIX.

  En esta colonia fue que el botánico Friedrich Neumann reflotó los viejos conocimientos jesuíticos para el cultivo de la yerba mate, que luego fue implementado en otros puntos del país, en la Argentina, Uruguay y Brasil, iniciando, de esa manera, una floreciente actividad industria.

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Afuera son mejores (3)

  Según  don Justo Pastor Benítez, refiriéndose al paraguayo que se ve obligado a salir del país, no va como “un dislocado, ni como camalote arrastrado por la corriente. Emigra con su individualidad, sus costumbres y con sus vicios. Es una célula viva, salvo excepciones de algunos temperamentos frágiles, que se entregan. En tierra extraña procura reproducir su ambiente. Tarda en ser absorbido, sin que ello signifique que sea insoluble. Donde llega erige su carpa; come puchero, chipá y mandioca; toma mate: quiere escuchar polca y de contrabando bebe un trago de caña; sigue hablando guaraní en la intimidad. En el nuevo medio se revela más trabajador, desarrolla mayores energías, es disciplinado. Se le podría aplicar lo que Gracián decía de los españoles: ”afuera son mejores”.

Luis Verón

(surucua@abc.com.py)

(1/2) Gentileza del diario ABC COLOR (Revista), 29 de marzo de 2009;y (3):del 8 de diciembre de 2008 (Asunción, Paraguay).

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La época de oro de la música paraguaya

La guarania en concierto de gala (x)

por: Agustín Barboza

  A mediados del año 1943, la Agrupación Folklórica Guaraní fue invitada por la Comisión Nacional de Festejos de la fundación de Asunción, para participar de una función de gala en el Teatro Municipal, en conmemoración de esa fecha, y en honor del general Higinio Morínigo, a la sazón presidente de la República.

  La presentación estaba prevista para el 15 de agosto. En la lista de invitados figuraban los maestros José Asunción Flores, Francisco Alvarenga, Félix Pérez Cardozo y yo.

  La idea de volver al Paraguay me entusiasmó enseguida. La expliqué a Pérez Cardozo la necesidad de mi viaje, debido a que hacía tiempo no veía a mi familia.

  Él, bondadoso como siempre, no opuso reparo a mi venida, pero quedaría en Buenos Aires para cumplir con impostergables compromisos artísticos. En su  reemplazo fue invitado Emilio Vaesken.

  Flores vino a Asunción el 6 de agosto de 1943, a bordo de un hidroavión de la Corporación Sudamericana. Adelantó su llegada para coordinar con los organizadores todo lo relacionado con el festival. El mismo día, con Francisco Alvarenga y Emilio Vaesken, tomamos el tren en la estación Federico Lacroze en Buenos Aires.

  El viaje fue muy placentero y anduvimos recorriendo vagones en compañia de varios paisanos que regresaban a la patria, improvisando conjuntos y cantando polkas y guaranias para alegría de los pasajeros. Arribamos a Asunción tres días después.

  Nosotros ignorábamos que la difusión por radio de las grabaciones de la Orquesta “Ortiz Guerrero” nos había dado una sólida fama, de tal suerte que el efusivo recibimiento que nos brindaron todos fue totalmente inesperado.

  Fuimos invitados para visitar la redacción de los periódicos, y ”El País”, ”El Paraguayo” e ”Informaciones” dieron amplio destaque a nuestra presencia, y generaron una gran expectativa en torno a la función de gala programada.

  Los músicos y artistas se esmeraron en sus muestras de afecto y admiración hacia Flores y Francisco Alvarenga y, por extension, fuimos beneficiados Emilio Vaesken y yo. Tanto que, en una muestra de desmedida  generosidad, el gran poeta Vicente Lamas publicó en una de las páginas del diario “El País”, un bello poema titulado ”Yvapovo”, dedicado a mi persona.

  La ciudad de Asunción, tan bella como siempre, seguía produciendo en el visitante el mismo influjo que inspiró  a Ortiz Guerrero para componer sus hermosos versos de homenaje.

Remozada en parte con nuevos edidicios como el Panteón de los Héroes, el Banco del Paraguay y anchurosas plazas, mantenía no obstante su definido perfil colonial, con calles profusamente arboladas y casas de paredes blancas y largos corredores con ventanas enrejadas que daban a la calle, muy propicios para las serenatas. En nuestras recorridas encontramos amigos en todas partes, y un clima de afecto y simpatía que nos impresionó profundamente.

  La Orquesta de la Asociación de Músicos del Paraguay, dirigida por el ilustre maestro Venancio Acosta e integrada por los más destacados compositores e intérpretes, quedó a entera disposición de los maestros Flores y Alvarenga. No fue necesario un prolongado ensayo, pues  la pericia de Flores y Alvarenga hizo  todo muy fácil.

  Llegó el gran momento: a la hora indicada una numerosísima concurrencia llenaba por completo la amplia sala del Teatro Municipal, que engalanada con banderas de varios países americanos, presentaba un aspecto magnífico.

El programa contemplaba en su primer aparte la ejecución del Himno Nacional, cantada por el Coro Polifónico del Ateneo Paraguayo, acompañado de la Orquesta Sinfónica bajo la dirección del maestro Manuel Rivas Ortellado.

  ”Cerro Corá” (canción épica), música de Herminio Giménez y letra de Félix Fernández, ejecutada por la Orquesta Folklórica bajo la dirección del maestro  José Asunción Flores y cantada por Agustín Barboza.

  ”Ahendu nde Sapukái” (kyre´y) de José Asunción Flores, ejecutada por la Orquesta Folklórica bajo la dirección de su autor; ”Ne rendápe aju” (guarania) de Manuel Ortiz Guerrero y José Asunción Flores y cantada por Agustín Barboza.

  La segunda parte ofrecía: ”Fantasía Campesina”, sobre aires y danzas nativas a cargo del Conjunto Coreográfico del Ateneo Paraguayo, creación y dirección de Erika Milee, acompañado de la Orquesta Folklórica bajo la dirección  de Manuel Rivas Ortellado.

”Conjunto Típico”, dirigido por el arpista Alejandro Villamayor, en algunos aires nacionales. ”Ave María” de Juan Carlos Moreno González, ejecutada por la Orquesta Sinfónica y cantada por el Coro Polifónico del Ateneo Paraguayo bajo la dirección del profesor Carlos Basterreix.

 ”India” (guarania), de Manuel Ortiz Guerrero y José Asunción Flores, ejecutada  por la Orquesta Sinfónica y cantada a cuatro voces por el Coro Polifónico del Ateneo Paraguayo, bajo la dirección del profesor Carlos Basterreix.

  ”Carne de cañón” (guarania) de Silvio Laterza y Francisco Alvarenga, ejecutada por la Orquesta Sinfónica, dirigida por Francisco Alvarenga y cantada por Emilio Vaesken; ”Campamento Cerro León” (canción épica), instrumentada y dirigida por Francisco Alvarenga y ejecutada por la Orquesta Folklórica.

  Al finalizar cada interpretación el público respondía con cerrados aplausos. Cuando culminó la función, y los participantes salimos al scenario a saludar, fuimos vitoreados de pie con un desbordante entusiasmo.

  Fue una noche triunfal del arte popular paraguayo y en especial de José Asunción Flores y Francisco Alvarenga, que tantas luchas y sacrificios ofrecieron por la causa de la música paraguaya.

  Era la primera vez que en una fiesta oficial se brindaba un programa enteramente estructurado en base a nuestra música, y sin temor a incurrir en un exagerado localismo, es posible decir que el espectáculo estuvo revestido de una dignidad y una calidad acorde con la importancia del acontecimiento. Obras de compositores paraguayos, interpretados por músicos y cantores compatriotas, conducidos por directores nacionales, constituyeron una magnífica muestra artística, que no defraudó el interés del público local ni el de las ilustres personalidades invitadas.

  Emilio Vaesken demostró jerarquía y solvencia en su interpretación, y Flores y Alvarenga, a pesar de sus talentos reconocidos por todos, se manejaron con la humildad y la sencillez que les son características.

  Debido al gran éxito obtenido, el maestro Flores fue requerido por sus numerosos admiradores para presentar conciertos de música paraguaya. Atento y generoso, él asumió la responsabilidad de común acuerdo con los integrantes de la Orquesta de la Asociación de Músicos del Paraguay para ofrecer festivales populares, unos en forma gratuita y otros a precios realmente accesibles.

(x) Del libro ”RUEGO Y CAMINO”, por Agustín Barboza. Este libro se puede adquirir en: Fundación Agustín Barboza. Calle: Simón Bolivar No. 337, Asunción, Paraguay. Tlf./Fax: 00595-21-441-126

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-Fragmento-

Temeridad (1)

por: Isaac Kostianovsky

-Periodista-

  Recordamos solamente su apellido, Duarte. Lo más probable es que su nombre de pila fuera de esos que dispone el santoral, que se consultaba en el almanaque pintoresco de Bristol (cuya edición para 1981 acabamos de adquirir), para que el titular lo cargara toda la vida, luego de aprenderlo en pacientes ejercicios de pronunciación.

  Duarte era de Cangó, un pueblo cercano al Paraná que trocó su nombre, que suponemos inspirado en una de las tantas plagas vernáculas, por el del prócer oriental que hoy ostenta. Nos aventajaba en unos cinco años de edad, pero tenía mayores dificultades que nosotros en la clase de aquel cuarto grado del idílico Natalicio Talavera, al que desplazó el Cristo Rey. Pero en los momentos de recreo era el más respetado y emulado, por sus destrezas en todos los juegos.

  De nuestro viejos compañeros conservarán memoria Mateíto Borrel, Carlos Cacavelos, Coquito Figari, Andresito García y muchos otros que hoy nos cuesta recordar. Duarte entonces tendría unos catorce años, y era de los muchachos del interior del país para quienes el colegio disponía de un pupilaje. Buen trabajo nos llevaba a los camaradas voluntarios ayudar a Duarte en los deberes y las pruebas mensuales, pero él era el leal defensor de todos ante cualquier amenaza. Duarte era una suerte de David con la hondita y de cinturón negro para el moquete.

  Una noche, en que los externos fuimos a aguardar el amanecer para partir en excursión a San Lorenzo, con el trencito que salía del Bar Español, sobre la entonces calle 25 de Noviembre, lo pasamos todos insomnes bajo los robustos mangos del patio, y Duarte amenizó la vigilia relatando extraños sucedidos y sus experiencias con casi  todos los asombrosos personajes de la mitología autóctona. Según refería, había enfrentado, allá en su valle, al pombero, al yasy-yateré y al lobisón, ninguno de los cuales  le habían infundido el menor miedo; por el contrario, los había ahuyentado con su singular temeridad. Fue  cuando alguien, no recordamos quien, le propuso que se atreviera (era por la medianoche) a transitar la arenosa senda que llevaba de frente al portón del colegio al del Mangrullo, donde según doña Catalina de Cáceres, se convocaban todas las noches de luna, como esa, un macbetiano aquellarre, aquellos espectros, con la lógica excepción del rubio duendecillo que esgrimía su fatal bastoncito de oro por las siestas.

  Duarte, oído el desafío, se puso de pie, nos tomó del brazo, nos arrastró a la calle y, por el referido sendero, hasta el pórtico del viejo cementerio. Hicimos, sin atinar resistencia, todo aquel trayecto de unos doscientos metros largos con los ojos cerrados y el corazón en la boca pronto a reventar con la aparición del primer fantasma. Pero, llegamos sin novead.

  A un costado del portal había entonces dos túmulos de piedra basáltica, como arrojadas sin cuidado alguno. Eran las tumbas sin cruces ni leyendas del parricida Gastón Gadín y su cómplice Cipriano León, fusilados hacía unos cuantos años en el patio de la cárcel y enterrados fuera del camposanto por unánime exigencia popular.

  Duarte se sentó en uno de los montículos de piedras y nos invitó a hacer cosa igual en el otro y en tal actitud, silenciosamente, permanecimos durante unos interminables minutos.

  Hicimos el regreso con los ojos abiertos pero asombrados, desconcertados, en tanto que nuestro Virgilio nos infundía valor y ánimo como a la ida, e ingresamos al colegio en medio del admirativo silencio de los demás compañeros.

  Durante la excursión a San Lorenzo, no se habló más de aquel episodio, al que hoy atribuimos frecuentes visitas al doctor César Léoz, nuestro cardiólogo.

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Diálogos (2)

  Los guaireños medianamente ilustrados somos en buena medida poetas, cuando no filósofos, como lo es un amigo de allá por la juventud que, también auxiliado por ciertas aficiones filológicas, se ha propuesto vertir al guaraní los Diálogos de Platón. Juzga humillante para nuestra cultura vernácula que, en estos tiempos , con la honrosa excepción de los “Salmo-kuera”, de Decoud Larrosa, el “Martín Fierro”, de Saguier y algún aporte más, no se aplicara nuestra oficializada lengua autóctona al saber universal, malversándose en una suerte de juglaría de calesitas.

  Nuestro amigo, a lo largo de pacientes años, lleva reunido abundante aunque desperdigado material, con la versión de algunos capítulos de la “Apología de Sócrates” y el ”Critón”, de los que copiamos alguna vez apresuradamente este párrafo: ”Peë pe yukáva pe nde rapichápe, reí pe-imoá pe-yejhekyta cu angaipare rapy-meé. Tuichá pe yavy!”.

  Mucho tiempo alentamos este empeño y nos emzarzanos en largas discusiones sobre las interpretaciones que permitía el magro vocabulario indígena. Por ejemplo, para titular la obra barajamos proposiciones, como “Ñemonguetá Arandu”, “Tavyo-yoá”, “Talla” etc., poniéndonos finalmente de acuerdo con la primera, aun cuando la segunda tenía mayor afinidad con el pensamiento de Sócrates, que confesaba saber poco y nada, más nada que poco, que proclamaba que todos teníamos mucho que aprender y alguito que enseñar y que, como buen hijo de partera, no hacía más que alentar a discípulos y contertulios a parir ideas.

  “Si Sócrates –opinaba nuestro amigo- no hubiera consagrado el diálogo como armónico elemento depurador, del saber, los griegos no ocuparían tanto tiempo el podio del pensamiento humano y éste no habría alcanzado los niveles de nuestro tiempo”. Recordaba que, entre nosotros fue Barret quien supuso al diálogo como género más apto para difundir conocimientos y formular críticas. Mucho más tarde, lo hizo Julio Correa, antes que en su teatro, deleitando a los lectores de “Guaraní” de Fa-Re con sus “Dialoguitos callejeros”.

  Pero, volviendo al título: Lo de “Talla” propuesto por un amigo común algo irreverente, nos pareció absurdo, grotesco. Tallar, según el diccionario de Ortiz Mayans, es “criticar, hacer alusión a los defectos de una persona”. Lo incluye entre los “paraguayismos”, en tanto que el ilustre diccionario de la Real Academia lo incorpora, como “argentinismo” en su última edición, con la definición de “charla, palique”. Por lo que vemos, nuestros correspondientes o corresponsales ante tan augusto instituto no se han interesado en reivindicar nuestro legítimo derecho sobre la palabreja, porque “talla” es una voz paraguaya bastante difundida. Hace más de medio siglo, don Serafín Marsal titulaba una de sus primorosas estatuillas ”Ya kay´u jha ya tallá”, representando a dos mujeres del viejo Mercado, mateando y, presumiblemente, dando cuenta de algunas reputaciones.

   Tallar es un ejercicio frívolo, a propósito del cual alguna vez escuchamos este episodio registrado en Buenos Aires, allá por 1930, tras la caída de Yrigoyen. Un bando (que más tarde aplicó Bray entre nosotros), prohibía la reunión de dos o más personas en las calles. Los policias disolvían cuantos grupos se formaban en la coqueta Florida para comentar los sucesos. Pero no a todos; en una esquina, seis o más personas comentaban ante la indiferencia de los “canas” que, a cuantos protestaban por tal discrimación, aclaraban que se trataba de “paraguayos que hablaban de mujeres”. En efecto, tallaban sobre nuestro tema favorito.

  Dialogar  es algo mucho más serio. La Academia lo define como “platicar entre dos o más personas que alternativamente manifiestan sus ideas y afectos”.-

  Aquí, los paraguayos, lo practicamos muy poco por cuanto no sabemos hacerlo “alternativamente”, somos  más proclives a interrumpir o monologar.

Ortiz Mayans y el padre Bottignoli traducen diálogo así:

“Ñeé oñondivé “ “Ñemonguetá”.

  Pero disponemos de otra fórmula de conversación, cual es el ñeé-mbegué, una aleación de diálogo y talla. Pero el ñeembegué, como diría Cervantes, capítulo aparte para sí merece.-

  Y, a propósito de Cervantes, quien haya leído el “Coloquio de los perros”, conocerá el más bello y ameno de los diálogos, también merecedor de los sabios afanes de nuestro amigo filósofo, filólogo y guaireño.

(1/2) Del libro Comentarios "Ligeros y desprolijos", de Isaac Kostianovsky ("Kostia").. Editorial Histórica; 1985, Asunción, Paraguay.

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-Fragmento-

No hacen falta los libros

por Helio Vera

-Escritor-

  La desconfianza hacia las letras no es –no es necesario recordarlo- un invento paraguayo. En otros países tenemos sobrados ejemplos de cómo el conocimiento merece la inquina de encunbrados personajes. Todos ellos coinciden en que los libros no son los adoquines sobre las cuales se puede caminar para llegar al palacio de la sabíduría. Suponen, tal vez con razón, que provocan  el extravío de la mente, el desasosiego de los espíritus, el desatino de los hombres. Esta creencia está suficientemente documentada en la historia para que nos creamos obligados a añadir excesivas probanzas.

  La primera destrucción masiva de libros que se recuerda ocurrió en Alejandría, en el año 646 de nuestra era. La justificación fue inobjetable: ”No hacen falta libros que no sean el Libro”. Es decir, el Corán. La orden fue dada por el califa Omar, quien se había opuesto pidadosamente a que los musulmanes escribiesen nada. Era muy lógico: ya estaba todo escrito. Omar era un musulmán recién convertido y su fanatismo sobrepujaba de lejos al de los antiguos devotos. Bien sabemos hoy lo peligroso que es el fanatismo del converso.

  Al producirse la conquista de América, los sacerdotes quemaron prolijamente todos los libros de las civilizaciones maya, azteca e inca. Al fuego fueron entregados, acompañados de copiosas bendiciones para aniquilar al demonio que se guarecía en ellos. Un cronista, desconcertado, anotó que los mayas lloraban desconsoladamente al ver que el fuego convertía en cenizas la memoria colectiva de su pueblo. Sorpresa de un sacerdote español. Miren que lloran los infieles. Habían resultado ser unos flojos. En lugar de sentirse agradecidos.

  El libro occidental es también un material desdeñable y vil. “Criatura frágil –confirma Umberto Eco-, se desgasta con el tiempo, teme a los roedores, resiste mal a la intemperie y sufre cuando cae en manos inexpertas (4). No puede ser, por razones que saltan a la vista, el objeto de la torpe idolatría humana. Ni  mucho menos la fuente indubitable y única del saber. Por algo el peronismo cerril de los años del Segundo Gobierno de su líder acuñó la célebre frase: “!Alpargatas sí, libros no!”.

  El gordinflón Hermann Goering, prohombre del Tercer Reich, había barbotado, con admirable síntesis teutónica, este exabrupto kantiano: “Cuando escucho la palabra cultura, hecho mano a mi pistola”. Millán de Astray, en incidente que pasó a la historia, interrumpió una conferencia de don Miguel de Unamuno en la universidad de Salamanca al grito de “!Muera la inteligencia, viva la muerte”, mientras manoteaba su pistola. Unamuno debió interrumpir sus palabras y abandonar el local, no sin antes proferir algunas despreciativas observaciones sobre lo que había escuchado, concluyendo: “!Venceréis pero no convenceréis!”. Era la guerra civil española. Unamuno murió poco después. El franquismo venció, pero no se preucupó mucho de convencer a nadie; el que no estuvo de acuerdo fue fusilado.

  Recordemos a Borges –el cegatón Jorge de Burgos que custodia la biblioteca del monasterio medieval en el que transcurre la acción de “El nombre de la rosa” de Eco -, quien vivió siempre rodeado  de libros, hasta el extremo de que su única visión del mundo le vino a través de las páginas impresas. Citémoslo, porque un ensayo en el que no se cite a Borges acusará de inmediato la indeseable impronta de la ignorancia: “Afirman los impíos que el disparate es normal en la biblioteca y que lo razonable (y aun la humilde y pura coherencia) es casi una milagrosa excepción. Hablan (lo sé) de la biblioteca febril, cuyos azorosos volúmenes corren el incesante albur de cambiarse en otros y que todo lo afirman, lo niegan y lo confunden como una divinidad que delira” (5).

La sabiduría y la confianza

  Con tan respectable antecedentes, no es de extrañar que el paraguayo mantenga una saludable dosis de reticencia ante la sabiduría libresca y los “letrados” que la producen. Desconfianza que no es odio ni revanchismo y que tiene un cierto olor de precaución, de cautela, de mesura, para evitar las trampas que dejan las letras, con su inagotable capacidad de producir extraños desvaríos de la mente. Por algo Cervantes, con inocultada pena, comentaba de su creación –Don Quijote- que “del mucho leer y del poco dormir se le secó el cerebro”.

  Al acopio de citas y anécdotas debo agregar una contribucción genuinamente paraguaya, que puede engrosar esta universal corriente tan finamente representada por Goering y Millán de Astray. Con menos poesía y más brutalidad, el aporte paraguayo no deja de ofrecer aristas admirables por su contenido de picardía criolla. El testimonio puede ser resumido en pocas palabaras.

  Se discutía animadamente en un alto conciliábulo castrense el eventual pase a retiro de un oficial de reconocido méritos: una especie de genio uniformado. Hubo quien trato de evitar que le bajasen el hacha con el argumento de que se trataba de un hombre con demasiada formación como para pudiese ser puesto de patitas en la calle como cualquier hijo de vecino. Uno de los que tenían que decidir inclinó decididamente la balanza en favor del despido con estas insuperables palabras:

-“Ore noroikoteveí arandu. Roikotevë confianza. Agá roikotevé ha´ára arandu, rohenóine”. (Nosotros no necesitamos de sabios; necesitamos gente de confianza. Cuando necesitemos de sabios, los llamaremos).

  Magistral retórica, digna de un Demóstenes y de un Cicerón. Supongo que será innecesario agregar que el oficial concluyó abruptamente su carrera y fue a la calle. Quien selló su suerte tuvo una larga y venturosa vigencia en la institución, coronada por la sólida y perdurable prosperidad que suele ser el merecido premio de quienes se desvelan por la patria.

(x) Del libro: “EN BUSCA DEL HUESO PERDIDO (Tratado de paraguayología), de Helio Vera.

(3a.Edición; 1990) EDICIONES RP. Asunción, Paraguay

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