por
Teresa Méndez-Faith
(tmfaith@anselm.edu)
En los años 80 aparece
en el panorama literario latinoamericano una serie de voces femeninas que
se manifiestan con gran fuerza y continuidad: entre ellas, la chilena
Isabel Allende, la argentina Luisa Valenzuela, la mexicana Laura Esquivel,
la colombiana Laura Restrepo, la puertorriqueña Rosario Ferré y las
paraguayas Raquel Saguier y Renée Ferrer. En el caso específico de su
producción novelística, ésta refleja, temática y estructuralmente,
preocupaciones y estilos diversos, y como en la narrativa del
"posboom" en general, también estas escritoras tienden a
reincorporar la historia a sus relatos, reivindican la función social de la
literatura, y muchas veces se convierten en voceros de quienes
repetidamente han sido marginados, olvidados, oprimidos o silenciados. A menudo parten de la experiencia cotidiana,
del contexto vivencial, se valen de la memoria y
del recuerdo para reconstruir, recuperar o recontar
el pasado, y buscan expresarlos a través de un lenguaje conversacional,
sencillo y directo, de tono más liviano y menos cerebral que el asociado
con la narrativa
del
"boom".
La niña que perdí en el circo (1987)
de Raquel Saguier, primera novela del posboom narrativo femenino paraguayo,
comparte y refleja, en mayor o en menor grado, las tendencias y
características arriba indicadas y forma parte del corpus total, en
aumento, de la narrativa latinoamericana del "posboom". Incorpora y desarrolla, además, algunos temas o
motivos prácticamente ausentes en la narrativa de autoría masculina, tales
como la expresión de lo íntimo y personal, la representación del mundo
interior, la transgresión de la norma, la ruptura de tabúes y la toma de
conciencia de la realidad, aquí desde una perspectiva narrativa doble o más
bien dividida que marcha en forma contrapuntística a lo largo del relato,
como las dos caras de una misma moneda. ¿Qué se nos
cuenta en las páginas de esta primera obra de Raquel Saguier? Para esto,
nada mejor que el resumen, breve y poético, que nos da Jacobo Rauskin en el
prólogo a la novela, descrita como "la pintura de un encuentro, el de
la mujer adulta y la niña que de alguna manera dicha mujer adulta sigue
siendo" y en donde "una mujer adulta convoca a la niña que ella
fue; la niña aparece. Los conflictos de la mujer adulta, sus no-conflictos;
en suma, las experiencias de su vida actual, ceden, retroceden ante la
aparición de la gran negadora de los años, la infancia aún sentida y vivida
en el último santuario posible, la poesía".
Con una técnica
similar a la que usa Borges en su brevísimo texto "Borges y yo",
la narración de La niña... transcurre y se mantiene casi hasta el final
entre un "yo" (mujer-narradora-autora) y un "ella"
(niña-perdida-buscada). El "yo" de la narradora y el
"ella" de la niña, protagonistas principales de esta historia,
son dos partes de un mismo ser, una mujer fragmentada en dos tiempos:
presente y pasado, evocado en un momento específico de su niñez:
"Somos distintas la niña y yo, y sin embargo tan parecidas. [...] La
niña ya no está conmigo. [...] Desde aquel verano en el circo en que un
fuerte dolor de barriga me metió de cabeza en la adolescencia. [...] Sólo ahora sé cuánto la extraño... Siento
necesidad de buscarla a veces, y a veces, la niña regresa" (segmentos
del capítulo 1). En
el último capítulo, sin embargo, donde se produce el re-encuentro entre
ambas (mujer y niña), hay un cambio casi imperceptible pero muy
significativo -
como
en algunos cuentos de Cortázar-- en la relación "yo/ella". En
efecto, ahora el "yo" corresponde a la niña que narra esta última
parte, y el "ella" a la mujer observada y autora de la novela
donde se lee, se busca y se encuentra la niña: "Ahora mi afán era
llegar hasta el trabajo terminado, que ella había puesto sobre una mesa.
[...] Entre el papel y mis manos se estacionó una frase
como una nube. Una nube que de pronto
comenzó a moverse:
LA
NIÑA QUE PERDÍ EN EL CIRCO. [...] Es a ella a quien estoy viendo. Sí, es ella. Es la mujer quien de repente me
habita. Su respiración la que me late en el pecho. Mis ojos los que miran a
través de sus pupilas. Veré entre sus pestañas salir el sol y juntaremos
las manos para recogerlo. Somos de nuevo nosotras" (segmentos
del último
caplítulo).
La idea de "re-encuentro"
indicada en el título de estos comentarios en torno a La niña que perdí en
el circo alude a los varios encuentros entre el "yo" y el
"ella" a lo largo del texto, y en particular a dos de ellos: el
señalado por Rauskin en el prólogo y también el que se produce al final
entre la narradora-escritora y la fuente de su inspiración, su propia
historia, su encuentro e integración con su pasado personal y privado, su
niñez y adolescencia, encuentro/re-encuentro que se concreta en la
escritura de la novela y que se registra en la inclusión del título en las
últimas páginas de la obra. Y el
"adiós" es posterior y exterior al relato: llega veinte años
después de producido el re-encuentro textual entre el yo (mujer-autora) y
el ella (niña que fue) y llega en la madrugada de un 21 noviembre de 2007. Pero esta
despedida va acompañada de una dosis enorme de gratitud para la autora de
la primera gran novela del posboom femenino paraguayo. En efecto, La niña
que perdí en el circo (1987) de Raquel Saguier, La casa de los espíritus
(1982) de Isabel Allende, Como agua para chocolate (1989) de Laura
Esquivel, La isla de pasión (1989) de Laura Restrepo y Maldito amor (1989)
de Rosario Ferré, son obras pioneras del posboom narrativo femenino en sus
respectivos países, y sus autoras, Raquel Saguier incluida, nombres que ya
están en la historia de la narrativa contemporánea latinoamericana como
iniciadoras del posboom narrativo femenino en el continente.
(x)
Del diario ÚLTIMA HORA (El Correso Semanal), Sábado 1 de diciembre de
2008,
Asunción,
Paraguay
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