6ta. Parte


DEL PARAGUAY PROFUNDO



RUBÉN DARÍO: CÓNSUL DEL PARAGUAY EN PARÍS (x)

En noviembre de 1965 ”LA TRIBUNA” insertaba en su dominical sección literaria, trabajito original de nuestra pluma, titulado ”José Martí: Cónsul del Paraguay en Nueva York”. Ya en aquel entonces, por natural asociación de ideas, determinamos elaborar algún día, preferentemente con ocasión del Centenario, la nota que estáis leyendo, lector, para cuyo efecto acuñaríamos datos, magüer no ser escasos los que poseíamos.

En virtud del decreto del Poder Ejecutivo del 3 de setiembre de 1912, Rubén Darío es nombrado Cónsul del Paraguay en París (Francia). Suscriben la disposición oficial, en su carácter de Presidente de la República, don Eduardo Schaerer, y el Ministro de Relaciones Exteriores, doctor Antolín Irala.

Hay que decirlo: el genial poeta nicaragüense jamás pisó el solar guaraní. Empero, lector curioso y constante, sabía del país cuanto es presumible sabe el extranjero informado y culto. José Concepción Ortiz, en su monografía ”Rubén Darío en el Paraguay” (1) al reseñar, somerante, los vínculos de admiración, afecto y simpatía que ligábanle a nuestro pueblo, basándose en cierta glosa aparecida en la revista asunceña ”Fíjaro” (1918), dirigida por Arsenio López Decoud, destaca que el autor de ”Los Motivos del Lobo” dio a la estampa una ”Elegía Pagana”, a raíz del deceso (1897) de la bailarina Mima Grotkofky, a la que conoció en Buenos Aires, ”la más hermosa de las rusas viajeras, diamante de los popes y perla de los zares, que vino a dar sol a sus rosas al Paraguay de fuego (2). Eslava esta que, de conformidad con nuestro comentarista, moraba en mansión de la arteria capitalina Sebastián Gaboto, posteriormente residencia del doctor Manuel Gondra.

(x) Del libro ”HOMBRES Y SÍMBOLOS”, de José Bernabé (1971), Asunción, Paraguay
(1)     ”Revista de Turismo”, No.50, Asunción, febrero 1946.
(2)  Edición Guarania, Buenos Aires, 1942.

El embrujo de la música paraguaya…

Un yugoeslavo detrás del trío ”Los Paraguayos” (x)

por Agustín Barboza

La labor de difusión de la música paraguaya que le cupo realizar en Europa al trío ”Los Paraguayos” fue muy importante. Luis Alberto del Paraná, Digno García y yo recorrimos Bélgica, Holanda, Francia, Mónaco, Suiza, Alemania e Inglaterra dando numerosos conciertos y recitales con mucho éxito.

Pero la difusión a gran escala se logró mediante la venta masiva de nuestros discos que cubrieron toda Europa, el Asia Menor y la cuenca Mediterránea del África.

Por el año 1956 vivía en la ciudad Yugoeslava de Novi Sad un adolescente de nombre Arsenio Aban. Un día fue al cine a ver una película brasileña que incluía un tema musical de nombre ”O cangaceiro”, en cuya instrumentación básica habían utilizado el arpa.
El muchacho quedó maravillado por la extraña sonoridad de la pieza. Averiguando, llegó a saber por medio del propietario del cine, que el desconocido y melódico instrumento se llamaba arpa y que era ejecutada por los paraguayos.

De hecho, no éramos los miembros del Trío los intérpretes de ”O cangaceiro”, pero Antonio Aban, empujado por el equívoco fue hasta Belgrado a buscar el tema de la película.
Para extremar las casualidades, pudo encontrar un disco que fue efectivamente grabado por un trío llamado ”Los Paraguayos”. Era nuestro disco número dos que contenía ”Pájaro Campana” y ”Misionera”, ejecutadas por Digno García.

Seguro de su hallazgo, fue hasta el local de Radio Belgrado. Allí le informaron que el trío ”Los Paraguayos” tenía más discos grabados y que en breve inaugurarían un programa diario de música latinoamericana. Ella incluiría música paraguaya con registros del trío ”Los Paraguayos”.

Arsenio Aban no cabía de sí de gozo. Por fin escucharía música paraguaya a sus anchas. Pero existía un inconveniente: su familia no poseía un receptor. El joven no se dejó abatir por la adversidad. Se pasó un buen tiempo recolectando hierros viejos y con lo obtenido por ese trabajo pudo comprarse un aparato de radio.

Los problemas continuaron porque el horario de la audición coincidía con el de la escuela. Arsenio no encontró mejor solución que fugarse de la clase si ese día el programa correspondiese a la música paraguaya.
Los celadores descubrieron enseguida las andanzas del muchacho y lo denunciaron ante las autoridades escolares. Cuando la directora le requirió sobre su extraño comportamiento, él le dijo con sinceridad que salía de la clase para escuchar por la radio un programa de música paraguaya.

La directora apreció la nobleza de Arsenio Aban y le manifestó que si él asistía regularmente a clases, ella vendría a darle permiso para que escuchase en su propia oficina el programa, toda vez  que tocase música paraguaya. La directora cumplió su promesa y fue así como Arsenio Aban se convirtió en un fiel y puntual seguidor del trío ”Los Paraguayos”.

Arsenio Aban continuó estudiando hasta graduarse como técnico en prótesis en la Escuela Dental. Mientras tanto, su colección de música paraguaya se fue acrecentando. Emigró a Canadá en busca de mejores horizontes, pero a esa altura ya estaba definitivamente ganado para la causa de la música paraguaya.

En 1980 compró su primera arpa y se puso a estudiar con dedicación y en el año 1987 vino al Paraguay a asistir al Festival Rochas del Arpa. Por Papi Galán y Adelio Ovelar, fabricantes de arpas, pudo enterarse de mi existencia y paradero y estuvo a visitarme en el local de ”Don Folklore”.

Cuando nos presentaron, Arsenio Aban en vez de estrechar mi mano, la besó. Con lágrimas en los ojos me explicó que, después de casi treinta años de espera, se había reunido con uno de los ídolos más grandes de su vida.

-Maestro –me dijo- esta noche se ha realizado uno de mis mejores sueños.

No sabiendo como corresponder a tan fervorosa muestra de adhesión hacia mi persona, sólo atiné a acompañarlo hasta su mesa. Para retribuir en parte tanta amabilidad le canté su canción preferida: ”Mi dicha lejana”, el primer tema grabado por el trío ”Los Paraguayos” en Europa.
Desde su primera visita, Arsenio viene a menudo al Paraguay, porque siente una gran admiración por nuestro país, que comenzó a conocer a través de nuestra música. Me visita con constancia, colmándome de devotas atenciones y delicados regalos. En el Canadá todos los años realiza grandes festejos con motivo de mi cumpleaños.

A fines de 1994 estuvo por última vez y trajo a su hijo para que me conociera. Arsenio lo educa en el amor por el Paraguay y su música y le ha transmitido el mismo respetuoso fervor hacia mi persona.

Aunque me distinga más de la cuenta, yo me siento feliz porque existan hombres sensibles como Arsenio Aban y le agradezco emocionado su cariño, entusiasmo y dedicación por la música paraguaya.

A mi vez, doy gracias a la música paraguaya por haberme brindado la oportunidad de tener un amigo noble, bondadoso y sincero como Arsenio Aban.

(x) Del libro ”RUEGO Y CAMINO”, por Agustín Barboza. Este libro se puede adquirir en: Fundación Agustín Barboza. Calle: Simón Bolivar No. 337, Asunción, Paraguay. Tlf./Fax: 00595-21-441-126





Postales de la Asunción de antaño

ASUNCIÓN
   era una fiesta (x)

por Jorge Rubiani
       (Arquitecto e historiador)

El 19 de julio de 1598, Asunción amanece ”…bajo el tul de la llovisna”. Un recio viento sur azota el rostro de la gente que, abrigada y presurosa, va sorteando – a saltos- el barro y los raudales. A pesar de todo, los asuncenos no están dispuestos a perderse el programa de aquel día: el recibimiento a dos de los más ilustres hijos de la Provincia: Hernando Arias de Saavedra y su hermano, el obispo fray Hernando de Trejo y Sanabria. El primer gobernador criollo, el primero, y fundador de la Universidad de Córdoba, el segundo. Ambos hijos de doña María Ana de Sanabria, ”…hija y hermana de Adelantados”, esposa de gobernador, aunque mayor prestigio le daba el haber sido madre de sus ilustres hijos e hija de la legandaria doña Mencia Calderón de Sanabria. El arribo se prevé en la ribera oeste de la ciudad, más allá de las lomas que hoy entornan el Hospital de Clínicas. Al  promediar la mañana, una canoa tripulada por dos payaguás se acercan a la barranca llena de gente. Los naturales avisan que, en tres horas más, ”Los Hernandos” llegarán al sitio. Las campanas de las iglesias y de los conventos de Asunción rompen el frío de la mañana retransmitiendo la excitación popular. ”De las embanderadas casas del Ayuntamiento (…) sale el cuerpo municipal, vestidos todos sus miembros de su severo uniforme negro.” Delante de ellos, algunos servidores indígenas conducen ”…una artística puerta con llave y cerradura, representando la de la ciudad.”

La minuciosa crónica del Dr. Blas Garay termina la descripción de aquel festejo popular –que se cerraba el siglo XVI- contándonos que luego de recibir la llave que abría aquella puerta, los hermanos oraron en la parroquia de San Blas. Más tarde, el obispo fue ”…llevado en procesión y bajo palio hasta la iglesia catedral”, donde en compañia de su hermano y numeroso séquito, finalmente, llegaron hasta la casa de doña María Ana.

Así eran las pompas que, además del agasajo o la memoración de las efemérides santas, servían para mantener algunos de los usuales hábitos festivos de la lejana España. Otras fiestas procuraban acercar la memoria de los ausentes reyes. El ”Paseo del Estandarte de Conquista” era una de ellas. Se trataba de un festejo que la ciudad ”…acostumbraba solemnizar desde que fue fundada, con toda la pompa compatible con sus humildes recursos”. Consistía en que una de las autoridades (el Alférez Real o el Regidor más antiguo cuando no hubiere Alferez), ”alzaba el pendón de SM en lujoso tablado, dispuesto en la plaza principal de la ciudad”

Después del juramento, se paseaba al estandarte real por las calles acostumbradas de la mano del Gobernador y ”…precedido de todo el vecindario y su nobleza”. El ”Paseo”…” concluía en la Catedral, pero la fiesta en la Sala Capitular del Cabildo, donde, según la costumbre, se obsequiaba a los que habían concurrido a la ”demostración de vasallaje (…) con licores y refrescos tan exquisitos como se lograse haberlos”. Esta fiesta habría dado origen a nuestra folclórica ”bandera jere”, parecida a aquélla, por el desfile, el movimiento de las numerosas banderas y la galanura de los participantes. En la ”bandera jere”, una banda de músicos precede toda la movilización.

(x) Del diario ÚLTIMA HORA (El Correo Semanal), 1-2 de abril de 2000 (Asunción, Paraguay).

 

 

l Mariscal Francisco Solano López y su hijo Emiliano


CARTAS A EMILIANO
(x)


En el país y en la guerra el Mariscal era irascible. Otro era López que redactaba cartas a su primogénito, durante la guerra del 70´.

Nadie en el campanento hablaba de la guerra. Los heridos abundaban y el hambre ya empieza a ser devastador. Sentado junto a una mesa, en su carpa, Francisco Solano López tenía la casaca desprendida y el cuello de su camisa abierto. Con gesto pensativo, y acariciándose la barba, respiraba profundamente mientras sostenía una pluma manchada de tinta que goteaba cada tanto sobre una hoja de papel. ”Ascurra, 28 de junio de 1869”, escribió al tiempo que su mente viajaba a París donde desde hacía algún tiempo vivía su hijo mayor Emiliano, de 18 años, fruto del amor juvenil con Juanita Pessoa. ”Debo darle consejos. Quizás los últimos” –pensó-. Se recostó sobre la silla, meditativo. Le recomendaría que evitara los lugares de moda donde se gastaba dinero sin sentido. También le avisaría que su amigo, el General Mac Mahon, le daría una encomienda de su parte, 100 onzas de oro y otras 400, en Estados Unidos, donde Emiliano iría a estudiar leyes.

Emiliano López sostenía la carta sentado junto a su ventana. Hacía 10 minutos que la había recibido. ”Eso es lo que puedo enviarte y te recomiendo la mayor economía en tus gastos, porque no sé cuándo podré enviarte más, ni sé si podré hacerlo, porque nuestra fortuna está arruinada con la guerra y estoy decidido a poner sus restos al servicio de la patria”, leía. Sintió un nudo en la garganta y pensó unos minutos en viajar al Paraguay. Pero creyó que su padre no lo hubiera aprobado. Respiró hondo y siguió leyendo. ”La guerra, sin duda, no puede durar mucho, y si la patria se salva todo estará salvo, pero si por desgracia cae, yo caeré con ella, y en ese caso, tu serás, como te dije antes la esperanza de tus tiernos hermanitos, te recomiendo que entonces trabajes, aunque sea labrando la tierra para que no les falte el pan”. Caminó hasta su cama y se sentó. Tenía ganas de llorar, pero resistió. Tal vez tampoco esto lo hubiera aprobado su padre. ”Muy joven me dejaste y muchos años correrán sin tener noticias tuyas y sin que tú recibas mis consejos, de manera que tú no me conoces, pero por esta carta, escrita al correr de la tristeza, conocerás mis deseos y te servirán de consejos sus preceptos que, mientras que tenga ocasión de escribirte otras, te recomiendo leas con atención y reflexión todos los domingos, después de la misa (…) Recibas los cariños de tus hermanitos y los de tu amoroso padre.

                                                                                                                       Francisco Solano López

El hijo mayor de López nunca regresó al país después de la Guerra del 70. Viajó a Estados Unidos y murió antes de cumplir los 20 años.

Fragmentos de la carta del Mariscal López a su hijo Emiliano transcripto en el libro ”Genocidio americano. La guerra del Paraguay”, del escritor brasileño Julio José Chiavenato. Carlos Schauman Editor (1989), Asunción, Paraguay.

Texto: Juan Manuel Salinas

(x) Del diario LA NACIÓN, 1 de julio de 2000 (Asunción, Paraguay).

 

 

EL ENTIERRO DE LÓPEZ (x)

por: Luis Verón

Cuenta don Juansilvano Godoi, que el 1 de marzo de 1870 llegaron adonde estaba el carruaje de la mujer del mariscal López el coronel Antonio da Silva Paranhos y el sargento mayor Floriano Peixoto, quienes le aseguraron que su vida será respetada.

”Cuando regresaban a pie al antiguo cuartel general paraguayo para tomar el camino a Concepción –relata Godoi-, la señora Linch con sus hijos, su servidumbre i los señores Paranhos i Peixoto, dieron con los restos del Mariscal López, traídos de donde murió, enterrados a flor de tierra, rodeados de un gentío de mujeres i hombres i un soldado brasilero bailando i haciendo piruetas sobre la barriga del cadáver que no estaba cubierta. La señora Linch ante este espectáculo, dándose cuenta de lo que sucedía, a pesar de que sus acompañantes procuraban distraerla con su conversación, se lanzó hacia el lugar, se abrió paso, i desalojando al soldado de un empujón, dijo con viveza dirijiéndose al coronel Paranhos y al mayor Peixoto; ”I es ésta, caballeros, la civilización que nos han traído a cañonazos ?”. El sargento mayor Peixoto ahuyentó a los profanadores que eran personas de color”.

Seguidamente, siempre según relato del señor Godoi, ”se desenterró el cadáver, se ahondó i ensanchó la fosa, tomando parte material en el trabajo el mismo Peixoto. La señora Linch compró en tres onzas de oro una sábana blanca, con la cual envolvió cuidadosamente el cuerpo del Mariscal López que estaba completamente desnudo, y depositaron a su lado izquierdo el del malogrado joven Coronel Juan Francisco”.

”Cuando hubo quedado bien rellena la sepultura, continuaron la marcha emprendida”.

El sargento mayor Peixoto fue, años después, mariscal presidente de los Estados Unidos del Brasil y segundo fundador de la República brasileña.

(x) Del libro: Pequeña enciclopedia de historias minúsculas del Paraguay (Tomo II) de Luis Verón. Edición del autor (1996). E-Mail: surucua@abc.com.py

 

 

DE ANTOLOGIA

UN HÉROE POLACO (x)

Luis Leopoldo Myskowzky era un ciudadano de origen polaco que había huido de su Polonia natal luego de una revolución. Como flamante emigrado político viajó a Buenos Aires con su título de ingeniero. Allí conoció a Luis Bernardo Argaña, en 1852, quien lo invitó a venir a Paraguay, adonde llegó con sus radiantes 20 años, con un pasaporte expedido por la Jefatura de Polícia de la Confederación Argentina, el 20 de agosto de ese año.

En 1953 se casa con Petrona Regalada Argaña, hija de su amigo Luis Bernardo Argaña, y tiene con ella siete hijas: Isabel M. de Abente (1854); Amalia M. de Correa (1856); Antonia M. de Rodi (1858); Adela M. de Crovatto (1861); Ameliana (1862); Leopoldo (1864) y Belén M. de Russo (1866).

Myskowzky trabajó para el Gobierno de Carlos Antonio López, en el ramo de la agricultura y existen documentos del año 1854 en los que se estipulaba que debían pagársele 70 § (pesos) ”en recompensa de los trabajos de agricultura que ha hecho en la chacra del Estado de Surubiy, enseñando las labores de la tierra a los esclavos del Estado del  modo que trabajan en la Europa”. En 1855 Myskowzky pasa a trabajar en los arsenales, experimentando la fabricación de torpedos que luego se utilizaría en la epopeya de la Triple Alianza.

En 1864, Luis Leopoldo Myskowzky se incorpora al Ejército paraguayo, en el Regimiento No. 3 de Artillería a Caballo, aposentado en Humaitá. En 1866, con el norteamericano Guillermo Cruger, el inglés Federico Masterman y el paraguayo Escolástico Ramos construyen los torpedos minas que tanto pavor causaron a las fuerzas paraguayas. El 30 de agosto de 1866 Myskowzky obtiene el más resonante triunfo contra la escuadra brasileña, con torpedos diseñados por él –de varas de largo- que alcanzan y hunden al acorazado ”Río de Janeiro”, la nave más importante de la escuadra enemiga. El 22 de setiembre de ese año Myskowzky muere víctima de un terrible bombardeo brasileño.

(x) Del DIARIO NOTICIAS (Revista), 28 de mayo de 2000 (Asunción, Paraguay), reproduciendo parte del Suplemento Dominical de LA TRIBUNA (27-11-1966), de un escrito de Benigno Riquelme.

 

 

Comentarios ”Ligeros y Desprolijos” (x)

por : Kostia (xx)

EL SOYO

Nunca me apeteció el ”soyo” y conservo un mal recuerdo de la última vez que lo saboreé; recuerdo que asocio al de un viejo amigo, uno de los que cimentó el éxito de ”El  Diario” de Da Rosa, tanto o más que Justo P. Benítez, Pablo M. Ynsfrán, Facundo Recalde, José Concepción Ortíz y otros brillantes periodistas de los que rodeárase ese precursor del moderno periodismo paraguayo. Aquel amigo era Olmedo, que no colaboró con la pluma sino con la voz, la más estridente que he escuchado antes del advenimiento de los altoparlantes de los vendedores de churra y las seccionales.

Olmedo era conocido como ”el canillita máximo”, porque ya entonces como hasta ahora ese era oficio de niños aqui: voceaba el vespertino en las esquinas céntricas de la ciudad, convocando a los lectores ávidos de noticias internacionales, comentarios políticos y folletones de Xavier de Montepin. Jerarquizó su tan humillado menester vistiendo de etiqueta con el atuendo, que según supe, perteneció a un efímero gobernante sin esperanzas de reincidir. Esto durante los días hábiles que los domingos y feriados en que ”El Diario” no aparecía, colgaba el frac y, con una tenida más democrática, acudía al estadio a vender chocolatines a los niños que acudían en tropel al grito de !!Aguila”, que se hacía escuchar en los cuatros costados. Recuerdo que aquella sabrosa golosina no costaba más que cinco reales.

Fue la de Olmedo la voz paraguaya más cotizada hasta que la de Samuel Aguayo inició en el Río de la Plata la triunfal difusión de nuestro cancionero.

Olmedo calló su pregón allá por el 42, cuando un médico le aconsejó abandonar su estentórea labor. Fue cuando se instaló en la esquina de Montevideo y Benjamín Constant, con un restaurante popular. Tanto me flaquea la memoria que tengo olvidado el nombre del establecimiento que tuvo largos años de fama, no así la oportunidad que aludo al comienzo de estas líneas. Fue cuando Olmedo, que tenía suficiente noción de la influencia de la publicidad en el éxito de las empresas, invitó a un grupo de periodistas a degustar el plato que daría renombre a su fonda, el soyo.

Eramos  Manucho Campaya, Vicente Lamas, Federico Molas, José Antonio Moreno González, algún otro que no recuerdo.

Al día siguiente del festín escribí un risueño elogio del soyo de Olmedo en ”El Paraguayo”, un diario que editaba mi amigo César Vasconsellos, lo que motivó un curioso entredicho. Del Palacio llamó a la redacción en ausencia mía, un edecán del presidente Morínigo, un coronel cuyo apellido me costará olvidar por cuanto otro tenedor del mismo me ha causado, no ha mucho tiempo, un disgusto mucho mayor e irreparable. El edecán llamó veinte veces, hasta que dio conmigo.

-Es usted el autor del artículo sobre el soyo? !!

-Efectivamente.

-Y no lo disimula?!! Usted se burla del alimento del pueblo paraguayo!!

-Que broma es esta ?

-Yo no bromeo con usted, que ya me va conocer!!

Lo aguardé convencido de que me enviaría los padrinos por haberle agraviado la merienda, pero no aparecieron ni éstos ni él, a quien el entonces presidente de la República, enterado de la razón de su iracundia, le impuso moderación.

Afortunadamente para su edecán, para mí o para ambos, el presidente Morínigo tenía suficiente sentido del humor.

EL CAFECITO

Un leal amigo, tan leal que nos lee casi todos los sábados, nos pregunta por qué nos hemos ocupado tan fugazmente del mítico Felsina, recientemente demolido, cuando es y seguirá siendo tema de cuantos cronistas se ocupen del último medio siglo de nuestra vida ciudadana. Tiene razón; pero, como nos hemos habituado al cómodo recurso de evocar a algún viejo bar y asociarle alguna anécdota para llenar esta columna con el menor esfuerzo, tal vez llenemos muchas en el futuro con cuanto episodios hemos protagonizados, presenciado u oído en relación con ese viejo café.

El animado y espeso clima del Felsina será por largo tiempo evocado con nostalgia por los aficionados al billar, la generala y el ajedrez, por los choferes de la parada vecina, los comerciantes del entorno, los polemistas del fútbol, los eternos ”patas emplumadas” (eternos los llamamos porque los de la época que nos ocupará esta vez servían a Morínigo, como anteriormente a cuantos regímenes se turnaron y hoy seguirán en su sigilosa función) y, en fin, los degustadores de un buen cafecito, de lento paladeo, tan distinto de Sorocabana que se instaló enfrente inaugurando la brasilerización de nuestras costumbres.

Al Felsina también concurrían periodistas y poetas; entre éstos, nuestro inolvidable Julio Correa, por dos muy justificados motivos, cuales era la libre disponibilidad de las servilletas de papel en las que escribió algunos de sus dramas y poemas, y su inveterada afición a la quiniela.

Allá por el 42, Correa llegaba todas las mañanas de Luque a invertir cien pesitos, nunca más ni menos, a la edad de Georgina, su inviariable cábala que algunas veces, muy pocas como es de suponer, le permitían efímeros momentos de bonanza financiera. Cuando esto ocurría, Julio gustaba rodearse de sus artistas y amigos con quienes se prodigaba durante los días que duraba esa holgura

económica, luego de los cuales retornaba al modesto cafecito, que en aquella época costaba quince pesitos: es decir, que con veinte alcanzaba hasta para la propina de Camacho, a quien el Cerro Porteño sigue debiendo un homenaje por su larga y fanática militancia.

Pero, aún escaso de medios, Correa acostumbraba a invitar a cuantos se le aproximaban, sean éstos escritores, periodistas, artistas o compueblanos luqueños que frecuentemente acudían a él por favores o consejos.

A este respecto, tenemos memoria de un episodio que alguna vez le referimos a Ernesto Báez, quien se ocupó de difundirlo con su incomparable gracejo.

Fue una mañana en que, como era lo más frecuente, nuestro poeta andaba escasos de divisas. Sin embargo, nos había invitado machaconamente a un cafecito. Mientras lo sorbíamos y platicábamos, se apróximó un luqueño, quien también aceptó la invitación a compartir la mesa.

-Eye servina…- le propuso Julio; y el compueblano, levantando la vista comenzó a recorrerla por el gran letrero con la lista de precios, de exhibición obligatoria por entonces, expresando indeciso:
-Mbaépa icatú ayeruré..?
Fue cuando Correa, que había medido el riesgo, lo persuadió con un enérgico:
-Café reúta, carajo!!
Y así, a lo Luque, el ocasional contertulio tuvo que transigir con el democrático cafecito.

UN JUGLAR

Cuando niños, una de nuestras preocupaciones frecuentes era la de saber qué peluquería prestaba su servicio a los enfermos crónicos y a los mendigos. Teníamos escrúpulos de compartir la butaca y el instrumental del fígaro con aquéllos, en el justificado temor de adquirir por contagio sus taras y parásitos. Por esto, para el ”recorte” mensual, o más espaciado aún, acudíamos al peluquero de la vecindad, donde teníamos la certeza de no encontrarnos con Lucio, Curé-jhú o Marculino, porque los marginales de entonces, no eran como los de estos tiempos que imitan a la juventud, leal a la moda, dejando que les crezca desprolijamente la pelambre. Así, nosotros éramos consecuentes con don Emilio Falgás, un alegre aragonés que, tarareando zarzuelas y aires baturros, nos hacía la poda de las crenchas, conforme a los cánones de la elegancia, como para presumir ante las vecinas y compañeras de estudio que ya despertaban a nuestra adolescencia los primeros escorzores eróticos. Luego, ya mocitos, escalamos al ”Blanco y Negro”, no precisamente por razones de estatus, como hoy se dice, sino por su estratégica ubicación, a sólo tres pasos del billar de ”El Polo”.

Aquellos mendigos y enfermos solían, de vez en cuando, aparecer prolijamente rapados, en oportunidades ”con la cero”, en cuyo caso era de suponer la higienizadora cooperación de alguna comisaría, en la que también era costumbre pelar impíamente a los muchachos que purgaban delitos menores, como el fumar tempramente o ejercitar las primeras experiencias plásticas en las paredes.

En aquel lumpen asunceno se caracterizaba, entre otras cualidades, por su pulcritud, un vagabundo caracterizado, ni sucio ni mendicante. Porque Canuto Rivero ni pedía ni ahuyentaba. Lucía una cabellera muy cuidada y aceptaba monedas en retribucción a su espectáculo, que solía convocar muchos curiosos. A la manera de los juglares del medioevo, tenía un repertorio breve, fruto de su propio numen; breves coplas, invariablemente de amor, como ésta, cuyos primeros versos recordamos:

Morenita de ojos negros,
criatura angelical…”

Diariamente hacía su ”tournée” por el puerto, le petit-boulevard y la plaza Uruguaya, donde hacía un ”bordereau” suficiente para su pan y el de sus mujeres, porque Canuto Rivero practicaba públicamente la poligamia. Era frecuente verlo salir de los matorrales que envolvían un cotarro ladero del Mangrullo, donde estaba su choza, suficientemente amplia para albergar sus tres mujeres.

Muchas veces éstas lo acompañaban, constituyendo una suerte de claque; una arrastrando a un párvulo, otra portando lactante y la tercera acusando una avanzada gravidez.

-Hay que dar muchos hijos a la patria –decía-. Yo le doy uno trimestralmente-.

Las mujeres de Canuto lo acompañaban también por las noches hasta el artesiano de la calle Ayolas, donde lo bañaban y hacían sus propias abluciones.

Canuto desapareció promediando el 20, si la memoria no nos es infiel. Ingresó en la leyenda ciudadana y no faltaron otros, con menos personalidad, que pretendieron cubrir su lírico vacío. El único que pudo apareársele fue Piloto del Ambiente, del que ya nos ocupamos alguna vez, pero que cultivaba la poesía abstracta, no la popular amatoria de Canuto Rivero, juglar y padrillo memorable.

EL TRIUNFO

Los dueños y camareros, así como muchos parroquianos de los antiguos e intransferibles (vocablo hoy tan usual en el lenguaje deportivo), se gloriaban de que no habían cerrado sus puertas, ni para pasar la escoba, desde la primera revolución de Jara hasta la de Chirife. Lo hicieron  el 9 de junio del 22, cuando en su esquina se desplegó un piquete de marineros al mando del sargento Chichá, para contener a José Gill, quien anunciara días antes que pronto gratificaría sus fatigas con un bife a caballo del Triunfo.

Es que el ”a caballo” del Triunfo era un triunfo, un verdadero triunfo de la plebeya gastromonía asuncena, en cuyo secreto de elaboración me hizo ingresar hace muchos años el rubio propietario del restaurante homónimo, cuyo cierre definitivo también constituyó una irreparable pérdida para los gourmets nocheros. Aquel ”a caballo” consistía en una abundante porción de lomo de novillo sometida el tiempo nada que indispensable, al calor de una plancha condenada al fuego eterno y con dos huevos estrellados que la cubrían hasta lamer el jugo que exudaba y que al confundirse con las yemas invitaba a humedecer el pan hasta dejar al plato blanco, impoluto.

Este manjar demandaba por tradición el complemento de un chopp de albo penacho, que solamente en el Saturno y el Rasmussen (de los que ya nos ocuparemos), se servía igual, en opinión de toda la colonia alemana.

Durante muchos años el Triunfo fue el único bar y restaurante trasnochador, es decir, el único al que en Asunción podía derivarse luego de una juerga a reparar energías o donde disfrutar de una larga sobremesa de amigos.

Una alta baranda separaba el bar del comedor al que llegaban los ruidos y efluvios de la cocina a través de un ventanuco por el que se impartían los pedidos. El bar funcionaba las veinticuatro horas, en tanto que el comedor de 11 a 1 de la tarde, y desde el anochecer hasta el alba.

Una de las anécdotas que tuvieron mayor difusión entre las tantas que generó aquel famoso establecimiento, fue protagonizada por un ciudadano ilustre, el doctor Gerónimo Zubizarreta, quien apareció allí, por única vez, una noche bien avanzada ya, con dos caballeros argentinos dirigentes de una empresa que asesoraba como jurista.

Llegaban de una prolongada reunión a cuyo término los empresarios invitaron al doctor Zubizarreta a un restaurante. El ”chapa blanca” que los condujo les recomendó el Triunfo, por ser como decíamos, el único.

Los atendió Manolo, un mozo gallego y de muy limitadas entendederas, quien les recomendó el sacramental ”a caballo” que, por lo demás, era lo único que elaboraba la cocina, a partir de la medianoche.

-Bien, que sean tres bifes a caballo…- propuso uno de los invitantes.

Pero el doctor Zubizarreta, que era muy prudente o exigente en la mesa, advirtió al camarero:

-Oiga…Que el mío sea poco expuesto a la plancha, con unas gotas de aceite de oliva. Ah! Sin pizca de sal.

El gallego asintió ceremoniosamente; pero, llegando al ventanuco reclamó:

-Tres a caballo; dos que sean comunes y el otro ”salja como salja”!!

 

PEDRITO   

Nos aventajaba en dos años, tanto en la edad como en el Natalicio Talavera, en el colegio de los Cáceres (doña Catalina y don Federico) emplazado, donde el Cristo Rey, a comienzos de la década del 20. Eramos amigos inseparables por imperio de numerosas afinidades, las mismas lecturas, un temprano agnosticismo y un mismo deseo de llegar alguna vez a escribir para que nos lean y ponderen.

Durante nuestro confinamiento guaireño, donde fuimos por salud, Pedrito García preucupado de ella nos escribía larga y frecuentemente, nos enviaba libros de Ingenieros, Arlt, Castelnuovo y Lugones, y colaboraciones propias y de su profesor y amigo Rafael Oddone para ”Claridad”,  un quincenario que convocó por entonces a numerosos muchachos de Villarrica.

Aquella temprana vocación periodística, transcurrida la guerra del Chaco, se asoció al deporte cuando se restableció esta actividad y ganó auge la radio. La afición deportiva respondía en él a una frustración, de la que pocos, muy pocos tendrán noticia: Pedrito fue en su niñez un singular émulo de Gerardo Rivas, por entonces ídolo de todos.

Diremos a este respecto, que durante nuestro exilio porteño de los años 38 y 39, éramos devotos seguidores de Erico, que hartaba de goles las vallas adversarias: fuimos admiradores de Pelé como hoy lo somos de Maradona, cuyas proezas seguimos por la TV de Formosa: pero, creemos no abusar del ditirambo si afirmamos que estos ídolos, entre los 10 y los 12 años de edad, no habrán superado las genialidades de Pedrito en nuestra cancha del bajo o en el desparejo empedrado de la calle Garibaldi.

Pedrito García era un genio de la chuleada y el gol, como lo consagró el  propio Riva-í, que lo enroló en el Libertad. Pero, una temprana lesión lo alejó del fútbol; dicho con más propiedad de la práctica, para asumir, por el prodigio de la radio, una suerte de rectoría deportiva que conservó hasta su muerte reciente.

Cuando a fines del 36 nuestro semanario ”Creolina” sucumbió al tercer infarto policíaco y optamos por reincidir con ”Deportes”, lo llamamos a Pedrito (Don Pedro ya), para que asumiera la dirección. Su prestigio consagró el éxito de aquella publicación en que hicieron sus primeros armas Sindulfo Martínez, Pérez Cáceres, Romero Valdovinos, Federico Molas, Riquelme Aguirre, Fiorello Botti, Chingolo Espínola y otros tantos que nos borra de la memoria el colesterol.

En la dirección de ”Deportes” don Pedro García enseñó probidad periodística, amor a ese oficio entonces más ingrato y riesgoso que hoy y el respeto por la multiples manifestaciones del músculo, alentando la esperanza de una juventud sana y hermosa para ese Paraguay que también fue su patria; tal vez la que más amó.

Su memoria cimentará el pedestal en que hemos de erigir un imperecedero homenaje a este prócer del periodismo y el deporte paraguayo.

 (x) Del libro: Comentarios Ligeros y Desprolijos.(1985) Editorial Histórica. Calle: Caballero 742, Asunción, Paraguay.
(xx) El verdadero nombre de  Kostia era: Isaac Kostianovsky (1911-1981)
(1) Más información sobre Julio Correa, haga click sobre lo subrayado.
(2) Más información sobre Pedro García: http://www.cdfenix.com.py

ACOTACIÓN DE FA-RE-MI

Una calle de la capital paraguaya, Asunción, lleva el nombre de este ilustre caballero, pionero del periodismo deportivo paraguayo, aunque naciera argentino: PEDRO GARCÍA.
Fue a iniciativa de Bernardo Garcete Saldívar, alumno suyo, creador de esta Página Digital.

 

 

Fragmentos




PEQUEÑA ENCICLOPEDIA
DE
HISTORIAS MINÚSCULAS
DEL PARAGUAY (x)

por: Luis Verón

DON SILVANO

El 12 de noviembre de 1846 nació en Asunción don Juan Silvano Godoy Echagüe (o Juansilvano Godoi como él acostumbraba firmar). Poco antes de la guerra contra la Triple Alianza, en plena adolescencia se alejó del país con el propósito de seguir sus estudios en el colegio jesuita de Santa Fe, donde tuvo como compañero al poeta oriental Juan Zorrilla de San Martín. En la capital argentina siguió Derecho, pero no concluyó la carrera.

A su regreso al país integró la Convención Constituyente de 1870. Desde entonces, ya desde dentro del país como desde el exilio, tuvo destacada participación en los sucesos políticos de las siguientes décadas.

Durante su estadía en la Argentina en calidad de exiliado, logró acumular una importante fortuna y cultivó interesantes amistades.

Una característica de su personalidad era su patriotismo a toda prueba y su fidelidad hasta la intransigencia con su país, a tal punto que hacía que su esposa viajara el último mes de embarazo al Paraguay y todos sus hijos exceptuando a Leticia, nacieron en nuestro país.

Consumado escritor, produjo pocas pero importantes obras que enriquecieron la bibliografía nacional.

Según don Raúl Amaral, Godoi fue ”puente entre dos épocas –la que termina en Ramón Zubizarreta y empieza en Cecilio Báez-, pudo asistir sin embargo a la preeminencia del novecentismo y a la iniciación de un nuevo sentido de la historia, al margen de cuya polémica con O´Leary (1902), le vemos ubicado, pero puesta en favor de su pueblo la mano sobre el lomo, o mejor, de su pluma, caballero siempre, aunque de ella surgieran de tanto en tanto, como repulsa de la realidad, adjetivos tremendos e implacable, uniendo así la reverencia a la estocada”.

A su vuelta de casi 20 años de exilio, trajo sus cuadros y su nutrida biblioteca que años después de su muerte, en 1926, sus herederos donaron al Estado por haber comprado su colección de pinturas que sirvió de base al Museo de Bellas Artes y por las que según Mosqueira, Amaral y otros, el Estado solamente pagó la primera cuota y de las demás se olvidó.

EL PAÑUELO DE ARTIGAS

A raíz de una nota sobre las estatuas que adornan las plazas y calles de la ciudad de Asunción, donde nos referíamos al pañuelo azul de la estatua de Artigas, un lector de Concepción, el Señor Robert Smith Pfannl, en una atenta carta nos relató detalles de cómo y por qué fue colocado el tan mentado pañuelo azul a la estatua del caudillo oriental.

Según el señor Smith Pfannl, durante la revolución de 1947, la Dirección General de Reclutamiento funcionaba en la ”Villa Genaira”, sobre la avenida España, donde actualmente funciona un supermercado. Las unidades del Ejército cubrían un sector aledaño a dicha institución y los ”pynandí” colorados abarcaban desde España entre Brasil y Estados Unidos, ”y siempre avasallaban” el territorio de los militares. Por tal motivo –relata el Sr. Smith- ”establecimos como límite nuestro la vereda Este de la calle Brasil y la Oeste para los ”pynandí”.

”Para demostrarles a los ”pynandí” que no custodiaban bien su jurisdición, los soldados decidimos ponerle un pañuelo azul a la estatua del Gral. Artigas, que se encontraba  en territorio custodiado por ellos”.

La tarea de colocar el pañuelo azul, se realizó una madrugada, luego de la instrucción en el Parque Caballero. Los soldados, entre quienes se encontraba Smith, trajeron una tacuara larga y la escondieron al costado de la muralla de la Cruz Roja. Luego compraron de una tienda ubicada en la calle Sebastían Gaboto y Estados Unidos ”un metro de tela BIEN AZUL” y en un pedazo de cartulina escribieron consignas contra el gobierno. ”Colocamos el pañuelo y el cartel con la ayuda de la tacuara, un lunes a las 02:00 a.m., una madrugada oscura y con llovisna”.

Los primeros en notar que la estatua lucía el pañuelo azul y el cartel fueron los alumnos de los colegios Goethe y San José, quienes prontamente se reunieron alrededor de la misma comentando el suceso.

”En ese momento –comenta el señor Smith- aparecimos nosotros y los encontramos a los ”pynandi” rabiosos, queriendo quitar el pañuelo azul, uno de ellos dijo: ”Ña kytí kysé ty´aipe” (cortémoslo con un gancho con cuchillo). Yo, que estaba con mi jefe, el capitán Franco, sugerí pedir una escalera a la C.A.L.T. (la compañia de electricidad) y así se hizo. Ante semejante espectáculo, el público, en su mayoría jóvenes, no pudo dejar de aplaudir. Los ”pynandí” se retiraron ”pichados”.

LAS PERIPECIAS DE UN MANUSCRITO

En 1890, un librero de Leipzig (Alemania), Karl W. Hiersemann, puso en venta un raro manuscrito titulado ”Historia de las Revoluciones de la Provincia del Paraguay”, cuya autoría estaba atribuída al sacerdote jesuita P. Pedro Lozano. Lo examinó el Dr. Enrique Parodi, pero como dudó de su autenticidad, consultó con los intelectuales argentinos Andrés Lamas y Carlos Casavalle, quienes opinaron que, casi con seguridad, el manuscrito era auténtico.

El señor Parodi propuso al librero Hiersemann comprar el libro si era enviado a Buenos Aires para comprobar su autenticidad. Una vez realizado el examen y aprobado favorablemente, el doctor Parodi pagó por el manuscrito la suma de 2.014 marcos.

La ”Historia de las Revoluciones de la Provincia del Paraguay” fue escrita en Tucumán, poco después de terminadas las luchas comuneras que sacudieron a la provincia entre los años 1717 y 1735. El original, por algún medio y seguramente después de la expulsión de los jesuitas en 1767, vino a parar en el viejo Archivo de Asunción, donde era consultado por personas ilustradas como el capitán Juan Francisco Aguirre, entre otros.

Durante la guerra del 70`, el manuscrito se salvó milagrosamente de convertirse en cenizas, gracias a que un mercenario flamenco se apropió de él. A su muerte, sus familiares lo pusieron en venta, siendo adquirido por el mencionado librero de Leipzig.

La versión completa fue publicada en 1905 por la ”Biblioteca de la Junta de Historia y Numismática Americana”, de Buenos Aires.

Una versión parcial de la obra fue publicada en nuestro país hace unos diez años.

UN ETNOLOGO ALEMÁN EN EL PARAGUAY

En 1931 llegó al Paraguay el Prof. Dr. Max Schmidt, famoso explorador alemán que realizó varios viajes a la región de Matto Grosso, entre 1900 y 1928, por encargo del Museo Etnográfico de Berlín.

Según la doctora Branislava Susnik, autora de una biografía del científico, el profesor Schmidt organizó en nuestro país las primeras colecciones del Museo Etnógrafico paraguayo y publicó importantes artículos en la prestigiosa Revista de la Sociedad Científica del Paraguay además de dar clases magistrales en la Cátedra de Etnología de la Universidad Nacional.

Schmidt nació en 1874 y realizó estudios de Derecho, disciplina que abandonó poco tiempo después de graduarse para ingresar en el Museo Etnográfico de Berlín, donde conoció a su maestro Karl von den Steinen, quien influyó decididamente en su nueva carrera.

Desde 1900 realizó varios viajes a América del Sur acompañado de un violín y su libro de dibujos. Visitó a varias parcialidades indígenas y recolectó interesantes muestras de las diversas culturas aborígenes.

En 1931 renunció a su cargo en el Museo y la Universidad de Berlín y abandonó su país natal estableciéndose cerca de Cuyabá, Brasil. Ese mismo año vino al Paraguay donde tenía un viejo amigo, el Dr. Andrés Barbero, entonces presidente de la Sociedad Científica del Paraguay, quien le encargó la sistematización museológica de la colección existente en nuestro país.

Luego de muchos años de incansables servicios en beneficio de un mayor conocimiento de la cultura indígena, murió el 26 de octubre de 1950.

(x) Del libro: Pequeña enciclopedia de historias minúsculas del Paraguay (Tomo II) de Luis Verón. Edición del autor (1996). E-Mail: surucua@abc.com.py